torre-del-relojEn algún momento de la historia, por más de doscientos años, la Torre del Reloj, bautizada por el poeta Guillermo Valencia como ‘La nariz de Popayán’, fue la estructura más alta de la ciudad.  Y ha sido por siempre uno de los monumentos sobresalientes en el inventario del patrimonio arquitectónico de nuestra Ciudad Blanca.

Construida en el lado contiguo a la catedral Nuestra Señora de la Asunción y a la casa arzobispal, en la carrera séptima con calle quinta, representa sin duda un legado de ideología europea, pero especialmente la marca de España en Popayán.  Y esto lo podemos afirmar por la gran similitud de la torre con edificaciones erigidas junto al Palacio Saldañuela, en Burgos, la Casa Blanca de Medina del Campo y el Castillo de Curiel en Valladolid.  Incluso, podríamos compararla con La Giralda, nombre con el cual se reconoce el campanario de la catedral de Sevilla, donde se llevan a cabo, al igual que en Popayán, unas procesiones de Semana Santa.  Esa estructura es imponente y llena de detalles lujosos.

Se cuenta que la Torre del Reloj fue construida bajo el arzobispado de Cristóbal Bernardo de Quiroz, español que vino desde México para asumir las tareas encomendadas por el Papa en nuestra comarca, dentro de cuyos proyectos estaba el tener un medio de comunicación efectivo de la curia con los ciudadanos, y nada mejor que una torre de campanas.  Incluso, varios documentos reseñan que el dinero con el que se empezó a levantar este edificio provino de su bolsillo; luego se recibieron algunos aportes  provenientes de “las encomiendas de indios” y, finalmente, completado mediante limosnas de los buenos -y pudientes- católicos de la ciudad.  Una placa de plomo reseña que la puesta de la primera piedra -de una obra que tardaría nueve años en construirse- se realizó el 30 de mayo de 1673 bajo el nombre de Torre de la Plaza Mayor.

Y como la libertad de los esclavos en Colombia vino a darse legalmente en 1821, suponemos que, además de indios, fueron muchos los esclavos que trabajaron en una obra que al inicio fue de tres pisos.  En ella se invirtieron 96 mil ladrillos y se consolidó con paredes de tres metros de espesor.  Con los sucesivos terremotos de la ciudad, se han realizado algunos cambios de altura, pero sigue siendo imponente y majestuosa a pesar de su aparente sencillez.

Se le vino a llamar Torre del Reloj porque allí fue instalado un reloj de bronce -sin minutero- traído de Londres en 1737, por una donación de particulares, y que funcionaba con dos pesas de plomo.  La falta del minutero ha generado la leyenda de que en Popayán no pasa el tiempo, y si pasa, a los patojos no les importan los minutos sino las horas.  Sobre el plomo de las pesas hay que reseñar que, en las revueltas de la independencia, el General Antonio Nariño las robó para mandar a construir balas con ellas.  Un pequeño detalle histórico que las gentes de la ciudad todavía no le perdonamos al prócer traductor de los Derechos del Hombre.

Muchas leyendas se han tejido alrededor de la Torre, una de las cuales tiene que ver con la ‘Ñapanga llorona’ que se escucha a la medianoche en los días de luna en ‘La calle de las catedrales’.  Un alma en pena que inicia su paseo en el templo de San José, se detiene en la Torre y sigue por el andén de la catedral hasta el santuario de Belén, pasando por las capillas de La Encarnación y La Ermita.  Otra tiene que ver con el llanto de ‘Ernestina’, la niña que nació en el campanario en días de la independencia cuando varios insurgentes se escondían en su interior.  Y, claro: “la que dice a ciencia cierta” que allí reposan los huesos de Don Quijote de la Mancha, y que quien aspire a ser poeta o escritor, tiene que venir hasta este santuario de ‘La ciudad letrada de Colombia’ y poner sus manos sobre las paredes de la Torre para impregnarse del ingenio, el alma y la sabiduría del más famoso de los hidalgos de la literatura universal.

 

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