Todas las trágicas noticias que venimos registrando las últimas semanas a causa de los aguaceros que nos ha traído octubre y noviembre, dan a entender que ni las instituciones responsables de la prevención del riesgo, ni la comunidad, estaban preparados para controlar, mitigar y responder ante los desastres del agua, los derrumbes, los deslizamientos de tierra, las avalanchas, los daños de las vías y carreteras.
Llueve tanto que se desbordan los ríos, quebradas y lagos causando miserias que nadie espera.
Las oficinas de riesgo de todo el país sabían lo que se venían, pero lo sabían en teoría y lo comentaban tomando tinto mostrando mapas y gráficos en la pantalla de un computador.
Y hasta organizaron protocolos para prevenir los desastres del invierno, hicieron charlas, emitieron comunicados, conversaron con los líderes sociales del posible problema de las lluvias de fin de año, pero nunca imaginaron la tragedia que tenían frente a sus pantallas.
Y ahora, una vez más, son los más pobres y humildes los que están condenados a soportar los peores debacles y sus vidas se convierten en desafíos, pesar, ruina y desamparo.
Son lluvias torrenciales, aguaceros endemoniados y tormentas que junto a las lágrimas de familias enteras, deja una estela de pobreza, amargura y desolación, comparada tan solo con la magnitud y daños de un terremoto.
Es tanta el agua con lodo, que coladas de tierra, palos y piedras comienzan a caminar cual monstruo viviente arrastrando consigo hogares, sembrados, animales, puentes, carreteras… vidas humanas.
Tal parece que no estamos haciendo lo correcto en temas de prevención de desastres, o que hay fallas en el sistema, que la realidad desborda los papeles del escritorio.
Lo que realizan nuestros héroes de las oficinas de atención de desastres está bien, es necesario, se agradece y se bendice. Incluso, lo poquito que hacen con seguridad ha salvado vidas y evitado más daños, pero todo indica que no es suficiente, que les falta, que están perdidos.
Es que nombrar gente por cuota política en puestos
burocráticos tan sensibles para el bienestar y la seguridad de la gente es un riesgo que se paga caro. Gente querida, buenos burócratas, pero sin idea a dónde han venido a tabajar tiene sus riesgos. Habiendo tanta gente preparada y estudiada que sabe qué hacer y cómo hacerlo.
Todo es un caos por estos días en el Cauca. Parece el fin del mundo. La tierra se llena de agua, las montañas se desmoronan, parece que caminan y hasta se desmayan sobre vías y carreteras veredales.
De todos los municipios y veredas de la geografía caucana hay llamados pidiendo auxilio para destapar vías, para arreglar caminos, para que el Estado brinde una solución… pero no hay maquinaria para tanto, ni obreros, ni presupuesto para ayudar a todo el mundo. Lo que quiere decir, que no estamos preparados.
Las autoridades municipales y departamentales deben tomar nota de lo que está ocurriendo y dejar más presupuesto de inversión para los próximos años que les permita atender tanto las emergencias como el problema de fondo.
El agua del invierno está lavando la tierra y dejando al descubierto la realidad de nuestras miserias, la falta de organización, el aislamiento en el que vivimos, la incapacidad de nuestros dirigentes, el desastre de nuestras carreteras.