Qué bueno sería una escuela donde los menores participaran de manera cierta en la construcción de un proyecto pedagógico opinando sobre lo que quieren y desean aprender. Pero lograrlo no es gratis. Ese sueño hay que construirlo: asumir el reto de enseñarle a los niños a pensar, pero sobre todo, a expresarse es tarea compleja. Y para ello, se necesita una escuela con paciencia, capaz de interactuar con los niños y construir con ellos, en conjunto, el sentido de la ciudadanía que deseamos desde el consenso. Un proyecto así nace de la capacidad escolar de reconocer al niño como sujeto clave de la sociedad. De la capacidad de un maestro que hace su trabajo desde la pedagogía, desde la capacidad de los padres para ver a sus pequeños como sujetos, y no como seres de espíritu voluntarioso y gastos insospechados.
Los niños y las niñas pueden y son capaces de ayudar a tomar decisiones válidas para la construcción de la cotidianidad y de la vida misma. Porque, aunque muchos no lo crean, los niños con su inocencia e imaginación son capaces de pensar buenas ideas para definir y encontrar las respuestas que necesitamos en la casa, en la escuela y en la ciudad… y en general para vivir mejor en muchos aspectos.
Pero lograr que algunos niños se expresen no es fácil. O incluso, tal vez puedan expresarse, pero como adultos no logramos entenderlos. En esa medida, hay que brindar condiciones pedagógicas para construir confianza en los niños. Los niños que están en un entorno de familiaridad interactúan con naturalidad, y es allí donde hablan, cuentan, proponen y dan ideas. La tarea del padre y del maestro es impulsar, acompañar, animar esa posibilidad expresiva. Es decir, hay que empoderar al niño de la palabra para que fortalezca su autonomía.
El juego es el principio de la participación, allí se entrena y fortalece la toma de decisiones, la expresión y la capacidad de liderazgo. El juego es un espacio social donde se asumen roles, se dan conflictos, entornos agradables, simulación de momentos agresivos, de goce y desafíos. El juego en un niño genera complicidad, tener causas comunes y la posibilidad de asumir retos. Por lo tanto, la escuela que enseña jugando, tiene un modelo pedagógico válido, importante y necesario.
Celebramos el trabajo de muchos establecimientos educativos que incluyen el fortalecimiento de la autoestima desde el juego, que fomentan la creación con recreación; y que a su vez, generan autonomía desde modelos y practicas escolares novedosas. Son espacios donde a los niños los dejan opinar, expresar y tomar decisiones. Establecimientos que educan al niño de hoy, al tiempo que forjan al líder de mañana.
Los adultos tenemos que hacer el esfuerzo para ser cómplices de los niños y lograr su formación sin recelos o desconfianzas. Entender que el niño no va una escuela para ser cuidado en la ausencia de sus padres, o que lo estamos induciendo a una educación básica por ley social, sino para ser formado como un ciudadano visible e importante de nuestra sociedad.
La escuela tiene que proponerle a las administraciones municipales la inclusión de políticas públicas para los niños. En esa medida, adecuar espacios urbanos para el uso y goce de los infantes es una responsabilidad de quienes detentan el poder del Estado. Un barrio, una ciudad que crezca sin pensar en los niños desconoce a un grupo social clave de su entorno y de su futuro. Una ciudad que no fomente el diálogo con los padres de familia para atender y proyectar las necesidades culturales y deportivas de los niños en espacios públicos esta desconociendo su función y responsabilidad social.
Los Derechos de los niños no pueden ser papel, o discursos de papel. Los niños tienen derechos, dignidad, ética, autonomía… y como adultos tenemos que repensar los modelos culturales y pedagógicos que les brindamos.