LA CASA ENCENDIDA

Publicado el Marco Antonio Valencia

EL CLUB DE LOS EGOÍSTAS

Un amigo me dice que es capaz de dejar todo por el fútbol. Que a la hora de fútbol no le importa nada. A mí, que poco sé de fútbol y cuando me preguntan por el tema contesto algo así como: “tres cuartos más o menos y podría vivir sin ello…”, me alegra escucharlo y siento que podemos ser amigos, porque a mí, a la hora de leer o escribir me pasa exactamente lo mismo: no me importa nada más en la vida.

Cuando estoy leyendo un buen libro o cuando intento pensar e imaginar un texto dejo de atender todo por estar en mi rollo lector o en la inmersión creativa de escribir. A esa hora feliz de mi vida no contesto el teléfono, no quiero ver a nadie, ni escuchar nada, porque sencillamente no estoy en este mundo, estoy en estado de felicidad, que es como estar en el paraíso (o en las entrañas de un  estadio de fútbol para que me entiendan algunos, y allí no entran llamadas).

Y por lo tanto, cuando estoy en felicilandia no asisto a reuniones (así estén agendadas con wiski, regalos y alegrías mundanas que aprecio), no atiendo a nadie, y me da jartera asistir a eventos sociales, culturales, políticos, académicos… y cuanta cosa la gente se inventa para matar el tiempo, o robarle el tiempo a otros o sencillamente ser felices.

Igual que al tipo del fútbol, por mi afición a la lectura y escritura he perdido amores, amigos, trabajos, negocios y lo que se imaginen por andar en mi rollo… y por concederme un poco de felicidad personal, que es una manera expresa y sincera de ser egoísta, porque escribir y leer son asuntos muy personales, ya sabemos. Y ahora que vitalmente aun puedo darme el gusto de leer y escribir, lo hago sin remordimientos robándole tiempo al tiempo y sin hacerle perder el tiempo a otros.

Tal vez cuando esté viejo, tema cercano, y ya no pueda leer ni escribir, tal vez en esos tiempos, si el destino lo quiere y la muerte deje (tal vez, digo), sí necesite de las invitaciones de los vecinos y actividades vanas y varias para ocupar mi tiempo libre.

Pero ahora, no tengo tiempo libre para ir a ver discutir acomplejados con ínfulas de superioridad por el perro que se orina en el jardín de la señora gorda, o escuchar el balance económico de la cooperativa que pagó sus impuestos, o discutir con un fajo de poetas si un tal Borges mereció el Nobel de literatura o no hasta el cansancio.  Apreciaría mucho que no me invitaran a vainas que, por mi trabajo en el club de los egoístas, por mis compromisos personales con mi felicidad, por mi inclinación personal al vicio de lector empedernido no puedo ir, no quiero ir, y con toda seguridad no iré.

¿Qué tal el discurso del egoísta, bueno, eh? Lo tengo desde los quince años, pero no he podido ejercerlo a cabalidad. No me han dejado y por ahí derecho soy un faltón al interior de mi club de egoístas. Con los años por vainas sentimentales uno termina cediendo al amor de pareja y al afecto de amigos y parientes, y por ahí mismo traicionándose a sí mismo y asistiendo a reuniones mata tiempo de temas insulsos y sin sentido (insulsos para mí para los demás son temas de vida o muerte, asunto vital de su felicidad)

Muy a mi pesar, cuando menos uno lo piensa, termino sentado en una mesa comiendo pastel barato y escuchando peroratas aburridas en reuniones inútiles (que a lo mejor no son ni baratas ni aburridas pero que a uno que no está interesado en el tema le parecen así).

Comentarios