LA CASA ENCENDIDA

Publicado el Marco Antonio ValenciaFormato Imagen

Carne de caballo

Esta semana en Popayán amanecimos con la noticia de un cementerio de huesos de  caballos al aire libre, en lo que presuntamente sería un matadero clandestino de equinos en la colina de Belén.

Pero el escándalo se dio cuando se comenzó a presumir que dichos animales fueron sacrificados y desollados sin normas de sanidad alguna, para comercializar su carne en las famas y cavas de Popayán.

Muchos al conocer la noticia hicieron cara de asco, porque sencillamente no está en nuestra cultura de caucanos, ni de los colombianos, comer carne de caballo. Y de solo pensarlo, nos da un poco de repelús.

Hay que decir, que la carne caballo es comestible, es sana, se puede comer. Incluso sabemos que en más de veinte países del mundo es legal su venta y consumo.

En Colombia, con fuerte tradición católica cristiana no es tradicional el consumo de carne de caballo de forma legal, seguramente acogiéndose a una bula del Papá Gregorio III, que reinó entre los años 731 y 741. El argumento del Papa era que solamente los paganos e idólatras se comían a sus caballos, es decir, la gente con falta de cultura y educación.

Pero ni el Papa ni las autoridades sanitarias han dicho que  la carne equina sea mala o no apta para el consumo humano.

La noticia en sí misma –hasta ahora–, es una presunción, pero vamos a suponer que es verdad, que allí mataron caballos, que su carne la estaban llevando a las famas de la ciudad y que muchos de nosotros la estábamos consumiendo.

El tema entonces, es grave. No tanto porque la carne sea de caballo, que como ya dijimos no es mala y en muchos países se consume.

El problema (la rabia, la inconformidad), es la forma cómo estaban matando los caballos por un lado (a campo abierto y sin herramientas que eviten el sufrimiento); y las maneras antihigiénicas y groseras como se venía haciendo el sacrificio del animal, para luego comercializarla entre nosotros, que la comprábamos pensando que era de res.

Un cuento dominical del escritor Jesús Astaíza Mosquera podría tener esta sinopsis: en una ciudad que se precia de tener una política animalista y gasta miles de millones pesos en publicidad para decir que se cuidan los animales, de un  día para otro comienzan a perderse los caballos. Se pierden más de ochenta caballos y nunca nadie denuncia o las denuncias se ignoraron por las autoridades; hasta que un muchacho, por azar, como en una película de terror se encuentra una cabeza de caballo, y luego dos caballos amarrados muy cerca de allí en lista para el sacrificio, y un poco más allá, el cementerio de huesos de caballo. Y a cinco minutos una plaza de mercado con sendas carnicerías donde se vende boje, hígado y tripa… (¡)

Cuento aparte. Esta rabia y éste asco, nos genera preguntas:

¿Cómo estamos en Popayán de control a famas, cavas o carnicerías?

¿Cada cuánto visitan las autoridades los sitios donde se sacrifican pollos y ganado para hacer control sanitario?

¿Están informados los comerciantes de ganado y vendedores de productos cárnicos sobre el peligro sanitario de vender carne obtenida de potreros, productos del abigeato y centros de sacrificio clandestino?

¿Está la alcaldía haciendo control de la procedencia de la carne que se vende al público?

¿Esa política animalista que tenemos en el municipio para qué sirve?

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