Ser jurado de votación es una de las experiencias más absurdas que he vivido. Punto.
El jueves 6 de marzo me enteré, bajando de un avión, que debía servir como jurado de votación en las elecciones de Senado, Cámara y Parlamento Andino del domingo 9 de marzo. No recibí citación, carta, ni aviso alguno, de ningún tipo. Fue la curiosidad tardía la que me informó. Así, recién llegada, tras tres visitas a diferentes oficinas y más de cincos mensajes con instrucciones diferentes, pude acceder a una inducción de tres horas que terminó por gastar mi entero viernes laboral.
Sin pensar mucho en los corre-corres de último minuto, la mañana de las elecciones salí positiva de mi casa, ilusionada incluso: aunque cansada, creía que servir a la patria de esa manera era apenas justo. Pero, en lo que ha sido uno de los procesos más tediosos que he vivido, logré entender porque, quienes lo han experimentado, no tienen nada bueno que decir sobre la labor de ser jurados de votación. ¿Qué aprendí? A continuación algunas de las lecciones:
Elección dedocrática: aún no entiendo cómo son elegidos los jurados. En mi caso, dicen que la universidad de la cual me gradué de postgrado envía una lista de posibles candidatos. Me disculpan, pero, ¿qué sabe mi universidad sobre mí hoy?, ¿cómo saben que soy apta para cumplir esta labor?, ¿cómo garantizan que yo esté en el país? y, sino lo estoy, ¿serán ellos quienes envíen la excusa por mi? Excusa que, por cierto, algunos conocidos aún están tratando de saber cómo deben hacer llegar: no hay llamadas ni mails que reciban respuestas con indicaciones concretas.
En fin, digamos que somos elegidos, que lo aceptamos y que tratamos de ser positivos. Lo que sigue, tumba la felicidad de cualquiera.
Planas de cero o ¿para qué hice el curso de inducción?: me tomé la tarde del viernes para saber cuál era mi papel en la jornada de elecciones, pero, lastimosamente, nada de lo que aprendí en el curso fue útil. Allá me dijeron una cosa, acá otra; por ejemplo, que al llenar los formularios E-14, que resumen los resultados de cada mesa, todas las casillas que no tuvieron votación deben ser llenadas con 000; para darles un número aproximado, eso equivale a escribir 0 más de 1000 veces una y otra vez. Además con un marcador totalmente inapropiado para la labor, de punta marrón semi-gruesa y con casillas de menos de un centímetro, contrario a los votos, que se marcan con un apenas visible plumero negro. Creerán que todo esto es exagerado e irrelevante, pero a las 6 de la tarde cuando las energías están agotadas, todo influye.
Hasta que el cuerpo aguante: y, hablando de energías, olvídense de merienda, almuerzo y/o refrigerio de algún tipo; ni si quiera una bolsa de agua recibirá en toda la jornada, que, en nuestro caso, se extendió hasta casi las 8 de la noche. ¿Deshidratación? ¿Gastritis? Eso es su problema, no el nuestro.
La vamo’ a tumbá’: no me puedo quejar; me tocó cumplir mi labor como jurado en el mismo lugar donde estoy zonificada, un de los colegios más prestigiosos de la ciudad, con buenas instalaciones, pero no instalaciones adecuadas para este tipo de jornadas. No hay rampas de acceso para los discapacitados, cuyos acompañantes tenían que hacer maromas para lograr llevarlos a su puesto de votación. Dos pequeños baños que en la jornada escolar sirven para los estudiantes de kínder, fueron el único espacio habilitado para jurados y votantes y, para hacer de la aventura una experiencia de emociones intensas, unos pequeños ladrillos de cemento, de los cuales varios se partieron, servían como escaleras para uno de los pasos hacia la única salida.
Por favor y gracias: cuando más estás cansado y cuentas y recuentas para asegurar que todo está en orden, una funcionaria de la registraduría pasará con un papel envuelto al estilo garrote para pegarle a tu mesa y gritar “pilas, apúrense pues.” A esto, debes sumar que no hay respuestas claras de a dónde ir, a quién entregar, a dónde llevar. Se irá enterando en el camino, aprendiendo de los errores de sus compañeros, preguntando al uno y al otro.
Como una firme creyente y evangelizadora del impacto que tiene el servicio para transformar positivamente a las comunidades, la jornada que experimenté como jurado de votación es un claro ejemplo de todo lo que no se debe hacer cuando los ciudadanos son convocados para ayudar en este tipo de tareas. Aunque no es un trabajo voluntario, ya que la no asistencia implica una sustanciosa multa, es necesario proveer condiciones propicias para que los votantes, los jurados, los funcionarios y todos los ciudadanos que de una u otra forma participan en esta actividad se sientan orgullosos de su papel y de la labor que desempeñan.
No quiero hablar de la desesperanza que, además de todo lo anterior, se logra sentir en un día como este. No es el objetivo de este post discutir sobre el que llega con el voto copiado en un papel, el que orgulloso informa que se ganará 50 mil pesos por votar, o el que es obligado a presentarse por los jefes de su empresa. Mi único interés es hablar de la dignidad humana, término que hoy se desdibujó ante mis ojos una y otra vez.
Aún con todo esto, estoy agradecida. Agradecida porque ahora entiendo un poco más a mi Colombia y porque, en mi labor de vocal suplente, logré conocer a cinco seres humanos maravillosos. A mis compañeros de mesa, hermanos barranquilleros, y a todos quienes hayan sido jurado de votación alguna vez, este post es por ustedes.