J’accuse!

Publicado el j'accuse

Señoras y señores, les habla el comandante. ¡Bienvenidos a bordo!

Se habrá puesto los esquíes. No. Le habrán puesto los esquíes, pues nunca había visto unos en vivo. En su peto lucía el número uno. Aquel día, en la pista se enfrentaban sesenta competidores. Era el mundial de esquí de fondo, que se celebraba en la localidad finlandesa de Lahti. En aquellas pistas se premiaría la disciplina, la dedicación y el sacrificio de los mejores competidores del mundo que, sin duda, estaban dispuestos a darlo todo en la nieve. En unos pocos minutos se jugaban años de dedicación, de dietas, de madrugadas en climas extremos, días y noches de entrenamiento para convertirse en los mejores de su disciplina. Muchos habían abandonado los estudios, otros muchos tuvieron que crecer lejos de sus familias porque el esquí se había convertido en el motor de su vida. Aquel día, quien lucía el peto número uno era Adrián Solano, un venezolano que se consideraba esquiador profesional, pero que conoció la nieve en aquella pista, en el punto de partida de aquella competición de alto nivel.

Así lo contaba él mismo. El día de la competición en la pista nórdica, donde tenía que recorrer 10 kilómetros campo a través, fue el día en que Solano se paró por primera vez en su vida con unos esquís sobre la nieve. Fue suficiente recorrer el primer metro para entender que los años de entrenamiento sobre las espaldas de los otros competidores no estaban de más. Se ve claramente desde el mismo momento en que toca la nieve que ni las ganas ni la voluntad son suficientes cuando se habla de cosas serias. Se ve cómo un reflejo, el mismo que heredamos de los homínidos y que impuso a nuestra especie la bipedestación, sostuvo en pie a nuestro hermano venezolano durante seis de los diez kilómetros que duró su suplicio. Sorprendentemente, él recuerda esos seis mil metros de martirio con agrado, y de ellos va orgulloso por la vida.

Este espectáculo grotesco nos recordaba, con un toque de ironía y diversión, que la experiencia se construye con sacrificio. Nadie que presencie el viacrucis de Solano puede creer que los demás competidores nacieron esquiando. Resulta evidente para todos —salvo para Solano, según parece— que los años de práctica, de estudio y de experiencia sobre la nieve auparon a tres competidores al podio, mientras que la ausencia de todos esos años condenaron a nuestro querido Solano al suelo.

Por suerte, Solano aspiraba solo a esquiar, y su voluntad no lo llevó a improvisar en quirófano con un bisturí en la mano. Por suerte, no se aventuró en la ingeniería y no terminó tirando a cara o sello el cálculo sobre el que recaía la responsabilidad de la obra de soportar el peso de centenares de personas. Demos las gracias de que Solano haya querido ser campeón de esquí y no profesor o piloto de avión. La ruleta de los caprichos quiso que Solano cayese en la pista de esquí y que no se sentase por primera vez en la silla de comando del avión que atravesaba el océano con más de trecientas personas roncando con la tranquilidad de estar en buenas manos.

No creo que podamos juzgar a Adrián Solano; es una clara víctima del espíritu de nuestros tiempos. Tal vez las películas, quizá la superficialidad, la falta de rigor en la información, la ausencia de profesionalismo en muchas disciplinas minó la credibilidad de la experiencia. Lo cierto es que llegó a la edad adulta una generación que creyó que la voluntad es suficiente para todo. Que la voluntad lleva al avión a aterrizar al otro lado del océano. Que es la voluntad que concluye una operación de alto riesgo con éxito, o que simplemente la sola voluntad nos lleva a cruzar la meta, así nunca hayamos practicado dicho deporte. Difícil juzgar a Adrián por eso. Lo que es realmente intolerable es que se piense, como sucede continuamente, que los otros corredores son los tontos de la historia. Esta creencia en el talento innato que ha transformado la disciplina, el sacrificio y el esfuerzo de los demás en unos idiotas. Es tachar de ñoño al científico que sacrifica su vida en un laboratorio desarrollando una vacuna, mientras se tiene la profunda certeza irracional de que el virus se neutraliza haciendo gárgaras con lejía. Normalmente estas personas no solo tienen fe en el cloro, sino también están profundamente convencidas de que el virus es un complot cósmico de los poderes dominantes y de la malvada industria farmacéutica internacional.

Lo mismo sucede hoy en nuestro panorama político, que, en su estreno, le ha dejado a más de uno un sabor amargo. Cómo no pensar en nuestro querido Adrián Solano al ver las apariciones mediáticas de algunos neolegisladores, que, con la misma destreza política que la de Solano sobre los esquíes, empobrecen el debate político al punto de hacerlo inviable, y que, como el propio Solano, afirman abiertamente y sin ningún sonrojo que están ahí aprendiendo, pero que tienen toda la voluntad del caso para construir un país mejor. Creo que el “Yo empecé al revés. Un mundial primero” de Solano, es plenamente equiparable al “no me da miedo pedir ayuda» de Susana Boreal. La gran diferencia reside en que Solano estaba condenándose a caer y a ser el hazmerreír de todo el mundo del esquí de fondo. Por su parte, Boreal le asesta un golpe mayor a un sistema democrático del cual dependen el bienestar y las libertades de casi 50 millones de personas. Visto en sus justas proporciones, al lado de Susana, parece irrisorio el hecho de que Adrián Solano, volviendo de Finlandia a su Venezuela natal, se hubiera animado a dar sus primeros pasos como piloto: “Buenos días, les habla Adrián Solano, el comandante de este vuelo con destino a Caracas-Maiquetía. Bienvenidos a bordo”.

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