Hace unos días, una querida amiga me compartió un artículo de la profesora Florence Thomas, publicado en el periódico El Tiempo el 26 de abril. En el texto, la autora argumenta –ya desde el título, “¡Que no cunda el pánico!”– que no habría razón alguna para temer una catástrofe nacional en el caso de que Gustavo Petro ganara las próximas elecciones presidenciales. Para mi sorpresa, la señora Thomas desarrolla su análisis comparando la situación actual en Colombia con el contexto político francés que llevó a François Mitterrand a la presidencia de aquel país europeo hace más de cuarenta años. Me sorprendió que la profesora usara la figura del expresidente francés de esa manera, no solo porque conocía su afinidad con los movimientos verdes y ecologistas, sino también porque el nombre de Mitterrand se ha asociado con el paso de los años a una serie muy extensa de escándalos, algunos de ellos me atrevería a calificarlos de muy graves. No podría ponerme a enumerarlos aquí, ocuparía las pocas líneas a mi disposición: el lector interesado en ellos podrá encontrarlos fácilmente por su propia cuenta. Solo tengo que confesar que considero irreconciliables las posiciones de una ecologista con un presidente que habría hundido el mítico barco de Greenpeace Rainbow Warrior, con el fin de continuar con las pruebas atómicas que llevaban a cabo los franceses en esa parte del globo, y que dicho sea de paso terminaron por destruir un lugar paradisíaco y virgen de la Polinesia.
Creo que comparar la situación francesa (y de hace 40 años, ¡cuánta agua ha pasado bajo el puente en estas últimas cuatro décadas!) con nuestro país es prácticamente imposible. Además de algunas ligeras imprecisiones en el artículo de la señora Thomas, me atrevería a discrepar de lo que afirma la prestigiosa investigadora. Contrariamente a lo afirmado por la autora, el modelo Mitterrand no se enfrentaba al modelo Chirac en su primera elección, esa mítica del 1981. Mitterrand derrotó en la segunda vuelta al presidente en funciones Valéry Giscard d’Estaing. Chirac, por su parte, fue eliminado ya en la primera vuelta de aquellas elecciones. Sin embargo, su figura nos permite entender lo alejado y erróneo que es comparar a Petro con Mitterrand. Jacques Chirac fue un político tradicional de derechas que, antes de ocupar la presidencia por dos mandatos (1995-2007), fue también en su larga carrera primer ministro (1986-1988) de François Mitterrand. Aquella cohabitación, que sería la primera en la historia de Francia, representaría algo imposible en Colombia (como si el expresidente Álvaro Uribe o la senadora María Fernanda Cabal terminaran a cargo del ministerio más importante en una hipotética presidencia de Gustavo Petro).
Es también un poco imprecisa la apreciación de la señora Thomas cuando compara la esfera y la tradición política de Mitterrand con la de Petro, pues en el caso de Mitterrand, desde su primer mandato, no dependió del apoyo comunista. Es decir, pudo gobernar con un buen margen de independencia con respecto a la extrema izquierda. En nuestro caso, no veo quién esté más a la izquierda de Petro. Mitterrand fue un gran presidente precisamente porque, de manera progresiva, logró excluir de las decisiones fundamentales del estado las posiciones radicales que hoy encarna Petro (con 40 años de retraso). En otras palabras, Mitterrand fue admirado porque pudo debilitar al Petro de turno (Georges Marchais) en las decisiones del legislativo y, obviamente, del ejecutivo. Fue tan hábil que con el 15 % de Marchais, y teniendo que cederle cuatro ministerios, logró moderar muchas posiciones de la extrema izquierda, que, sin embargo, le crearon una situación económica muy difícil en los tres primeros años de gobierno. Hubo, a diferencia de lo que dice la señora Thomas en su artículo, una fuga grande de capitales, y esta sangría cesó con la debilitación de las posiciones de extrema izquierda dentro del gobierno. Mitterrand lo llamó el Tournant de la rigueur (la vuelta del rigor, en traducción libre) y era el plan de retorno a posiciones liberales y de mercado libre que el gobierno adoptó desde 1983, tan solo tres años después de su elección. Lo que al inicio por capricho de la extrema izquierda se nacionalizó, cinco años después, el mismo gobierno Mitterrand, en cohabitación con Chirac, terminó por privatizarlo. Es ahí donde surge el concepto de economía social de mercado y que inspiró al socialismo de las democracias liberales en el último tramo del milenio. El socialismo de Tony Blair y su famosa “tercera vía”.
Pero volviendo al punto central, creo que lo obvio salta a la vista. Colombia no es Francia. Francia era (y continúa siendo en muchos aspectos) un imperio que había sometido a sangre y fuego a la mitad del mundo. La mitad de África era su colonia. En Asia, tenía bajo su control no pocos territorios. A eso tendríamos que sumarle la ya mencionada Polinesia, que usaron como basurero atómico. También algunos terrenos en América, como nuestra vecina Guyana, son de dependencia francesa. Podemos imaginarnos que no resulta muy adecuado comparar el riesgo de la falta de inversión extranjera en un imperio colonizador, con nuestra realidad de excolonia que depende de la inversión extranjera, además de alejarse decisivamente de la realidad. Francia invierte y decide el futuro de muchos países en el mundo. En nuestro caso, por el contrario, dependemos de esas inversiones porque es de ellas que depende nuestro futuro. A ello hay que sumarle que un modelo económico como el de Petro nunca ha sido ni tan siquiera discutido como política de Estado en Francia.
Es aquí, en este punto, donde me atreveré a caer voluntariamente en una generalización. En Europa, y sobre todo en Francia, la izquierda siempre nos ha augurado modelos económicos y políticos que en Europa serian básicamente inviables y que la propia izquierda rechazaría. No tengo dudas de que la izquierda nunca aceptaría el cierre de periódicos franceses como Le Figaro, Le Parisien o Le Monde, a de las cadenas radiales como France Info o France Inter, pero esa misma izquierda apoyaba y aplaudía el cierre de medios en la Venezuela de Chávez o el Ecuador de Correa. ¿Se imaginan ustedes la nacionalización de TotalEnergies, la compañía francesa de petróleo y gas que explota y extrae en todo el planeta? ¿Nacionalización siguiendo el modelo de Chávez con PDVSA? ¿Se imaginan ustedes al parlamento francés discutiendo sobre el posible cese total de las actividades de extracción de petróleo y gas de TotalEnergies siguiendo el modelo Petro? ¿O al país galo cerrando sus numerosísimas centrales nucleares por la presión de los ecologistas en un hipotético pacto histórico francés? ¿Que habrían dicho en Europa si un presidente europeo definiera la homosexualidad como enfermedad (causada por tomar Coca-Cola) como lo hacía el tan apoyado Evo Morales en Bolivia? ¿Se imaginan ustedes a Mitterrand cerrar un ojo e ignorar a los seis millones de venezolanos desplazados por la barbarie chavista? ¿O a Mitterrand diciendo que va a imprimir billetes para acabar con la pobreza, y su bancada aplaudirlo? Al menos por ahora, todas estas cosas son imposibles en Francia.
El problema, quiero creer, es de simple nomenclatura. No me atrevería a comparar a un socialista francés con autodenominado socialista en Colombia. No son modelos equiparables. Una vez que lo hayamos entendido, creo que Mitterrand y sus políticas encontrarían una analogía no con el pacto histórico de Petro sino con lo que fue el partido liberal en nuestro país –y me atrevería a decir que con el partido liberal de Gaviria y su tan criticada apertura económica–.
Frente a un escenario como el que se nos está perfilando en estas elecciones, en cualquier país cundiría el pánico. Sin embargo, en esta cuestión sí concuerdo plenamente con la señora Thomas: no debe cundir el pánico. Todavía no han pasado. Estamos a tiempo. Aún podemos evitar la catástrofe.