J’accuse!

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Egan Bernal For President

Las turbulencias de las últimas elecciones parecen ya lejanas, cubiertas por los escándalos cotidianos que nos han acompañado desde cuando el presidente electo inició a despachar desde el viejo continente. Y mientras el séquito de representantes políticos, provenientes de diversos partidos y alas, desfilaban por Florencia, Italia, no lograba borrarme de la cabeza un episodio de estas elecciones. Se podría pensar que hablo de un acontecimiento del todo ajeno a la vida política del país, pero, como verán, se trata posiblemente de la cuestión central y tal vez del motor de la polarización y exacerbación en que está inmersa la opinión pública. Parecía un episodio banal, pero lograba distraerme del evento profundamente antiecológico de repartirse los puestos estratégicos del gobierno a casi diez mil kilómetros de distancia (¡cuántas emisiones de CO2 para una simple reunión!).

Sucedió durante la primera vuelta. Y desde su inició me sorprendió. No es común ver a un deportista asumir posiciones políticas. Desde el uso instrumental y mezquino que el socialismo, el comunismo y el nazismo hicieron del deporte, se tiende a alejarlo del debate político. Saliéndose de aquel acuerdo tácito, con valentía, y ejerciendo un derecho que todos deberían ejercer, Egan Bernal manifestó abiertamente su simpatía por un candidato. Muchos respetaron su posición, muchísimos le censuraron sus palabras, y una caterva de fanáticos lo insultaron y lo atacaron. Todo, hasta aquí, entra en la normalidad de nuestra vida política en campaña electoral. Todo, hasta ese momento, al menos para mí, no representaba un evento relevante que pudiera atraer mi atención. Simplemente me había sorprendido –y positivamente– ver que una figura pública proveniente del mundo del deporte manifestara su disenso con el candidato que encabezaba las encuestas. Hasta que leí un comentario de un maldiciente elector del Pacto Histórico. Este sujeto llamó, o mejor, se atrevió a calificar a Egan Bernal de “pusilánime”. Tengo que confesar que después de un momento de estupor, que se estaba convirtiendo en malestar físico, en un fuerte mareo, tuve que consultar el diccionario. Me parecía tan lejos de su esfera semántica, tan inapropiado el uso de aquel vocablo, que tal vez –pensé– soy yo quien ignora una acepción de aquel término. El diccionario de la Real Academia corroboró que mi mareo era legítimo. Y sigo desde aquel día preguntándome cómo alguien puede calificar de pusilánime a una persona que ganó un Tour de Francia. ¿Será posible ver en Egan Bernal, que, a sus 24 años, repito, ganó un Tour de Francia, a un sujeto sin ánimo, sin valor, incapaz de sortear decisiones e inepto a la hora de afrontar situaciones que requieren coraje? No ver en Bernal un monumento a la disciplina, al coraje y a la valentía es vivir un mundo semántico alienado, incomprensible e ininteligible. Opté por la respuesta más fácil. Me convencí de que la destemplanza fue producto de la ignorancia; que el suceso fue simplemente fruto de un uso equivocado de aquel término y que, intuyendo que podía ofender, el sujeto simplemente lo escupió sin medirlo.

Sin embargo, hace algunos días ocurrió algo que me puso de nuevo a pensar en este esperpento semántico. De nuevo en el mundo del ciclismo, pero esta vez en relación con otra joya del deporte nacional. En la lucha del Tour de Francia de este año, Rigoberto Urán dio unas declaraciones que no fueron muy apreciadas por algunos admiradores del presidente electo. Esta vez, sin campaña electoral de por medio, los ánimos no se alzaron tanto como en el caso de Bernal. Urán afirmó que eso de “vivir sabroso” es un cuento de hadas, que, sin sacrificio, disciplina, sin dedicación y esfuerzo, no se logra nada. La indirecta/directa que soltó Urán nos permite ver lo que está sucediendo en el país. Y es que creo que, en la ausencia total de valores democráticos, en la falta de partidos anclados en una visión clara del Estado, estas elecciones terminaron por fundamentar la decisión de millones de electores en una escuetísima dicotomía entre un querer “vivir sabroso”, o no construir un nuevo país sobre el “vivir sabroso”.

No me aventuraré a discutir el significado real de ese mantra del “vivir sabroso”. Desde que lo radicaron en prácticas ancestrales ajenas a nuestra forma comprender el mundo, este mantra quedó exento de crítica.

Creo que el problema radica en que muchos, tanto simpatizantes como adversarios del nuevo gobierno, conjugaron de diferentes modos ese mantra que en sí es superficial, subjetivo y confuso, y es por ello por lo que dio pie para ser instrumentalizado. Por los unos diciendo que era su momento histórico de vivir sabroso, y por los otros afirmando que el vivir sabroso era la imagen nítida de un Estado que llegaría a subvencionar todo, despojando para ello a quienes hoy ostentan alguna riqueza, grande o pequeña que esta sea. Todo esto se basa en una premisa bastante errónea, a saber: creer que el Estado es una entidad abstracta y tradicionalmente perversa. Esa premisa no les permite ver a muchos que el Estado somos todos, y que solamente enriqueciéndonos individualmente podemos aportar más a la comunidad. Porque es innegable que todos los Estados del mundo, y más uno como el nuestro, deben prever sistemas claros y efectivos de ayuda a quienes no han logrado entrar en un círculo productivo de riqueza. Es todavía más evidente que para repartir hay que tener, y, en consecuencia, en un Estado como el nuestro es imperativo crear riqueza. (¡Cuánta razón tenía otra joya de nuestro deporte nacional, Kid Pambelé, cuando afirmaba: “Es mejor ser rico que pobre”!). Y no hablo solo de dinero. ¿Ya pensaron en cuánta riqueza no le dejan a la colectividad Urán, Bernal o Quintana? ¿Cuántos no logran entender lo que es el esfuerzo y la satisfacción personal viendo a Bernal en una etapa de montaña? ¿Cuántos no logran ver en la disciplina férrea de Urán la gran riqueza que poseemos como humanos? ¿Cómo no admirar la tenacidad (es hora de que la RAE incluya la palabra “berraquera”) de Bernal recuperándose de su accidente? ¿Cómo no gozar con Urán sus logros y desearle que tenga aún más éxito (si es que es posible) como emprendedor? Si hay que optar por el espíritu que guía al país, personalmente voto por estos dos como fórmula presidencial.

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