J’accuse!

Publicado el j'accuse

Aspirar o inspirar, esa es la cuestión

Muchas veces, es triste entender las motivaciones de determinados actos o comentarios. Entender significa compartir un universo de significados, y, aunque no se esté de acuerdo, comprender las motivaciones del otro nos pone de cierta forma en el mismo lugar; nos lleva a compartir el mismo imaginario. Hace algunos días, en el transcurso de un debate presidencial, el candidato Sergio Fajardo pronunció lo que para la consultoría política es inaceptable. Dijo lo indecible. Articuló las palabras inadmisibles en el circo mediático sobre el que tristemente se erige la democracia representativa moderna. Mientras unos subían el precio de las promesas inalcanzables y adulteraban hasta los resultados de operaciones matemáticas básicas, sentí que Fajardo trataba de subir inútilmente el nivel de discusión. Casi desesperado, se le veía infructuosamente tratar de aprovechar los pocos minutos de debate para poder al fin discutir de lo que en teoría sería la esencia de un periodo de campaña electoral. Fue todo inútil, en el circo tuvimos que escuchar a un candidato decirle a un doctor en matemáticas que no sabe sumar. Por cierto, un candidato que de ciencias matemáticas entiende poco, pero que sí es un genio en matemática politiquera, pues sabe muy bien sumar votos de presos por corrupción y hasta los votos de una senadora suya pescada en un aeropuerto trasportando grandes cantidades de dinero sin declarar. Es tan bueno en esa matemática, que es capaz de sumar de todas las tendencias y colores políticos. Tan bueno, que siendo progresista suma a su campaña a cristianos radicales contra el aborto. Seguramente contando fajos de billetes, las matemáticas tradicionales sí le funcionan. Para otras operaciones aritméticas inherentes a la actividad política, recurre tranquilamente a las fórmulas del populismo, y, en algunos casos, al álgebra del perdón social.

El debate se desarrollaba en ese tenor, y de la nada, como un grito de desesperación, como un llamado urgente a la razón, Fajardo pronunció lo que nunca ningún candidato en la historia de la política moderna se había atrevido a pronunciar. Fajardo dijo su ya memorable frase: “Yo no inspiro nada”. Fue, para mí, el mejor momento del debate. Y si el país tuviera conciencia democrática, sería una frase histórica. Tristemente no es así, y lo que es más triste es que efectivamente no será así. Todo apunta a que dicha frase sentenció la suerte de estas elecciones. Pero espero que, en un futuro no muy lejano, una generación con más conciencia que esta que nos cupo en suerte llegue a desempolvar ese gran “yo no inspiro nada”. Tal vez una generación en un futuro cercano, que, luchando por volver a recuperar la democracia que se perdió en unas fatídicas elecciones de 2022, transforme ese “yo no inspiro nada” en su lema. Esa generación del futuro tal vez llegará a entender que es cuando la política se convierte en circo cuando se coronan los peores dictadores de la historia. Espero que esa generación vea ese debate y entienda que los malabares del populismo son humo; no son ideas, no son proyectos, son bilis fétida que corroe el sistema democrático y, de paso, el alma de todos. “Yo no inspiro nada” fue la respuesta lapidaria del candidato. Fue decir que la política no es pathos, sino logos. Que la política tiene que centrarse y desarrollarse en la razón y no en el mito.

¿Será que el mundo está empezando a entender esto? ¿Sera que Fajardo con su “yo no inspiro nada” fue el primer episodio de conciencia política de esta década en nuestro país?

Tristemente nuestra nación esta sentenciada, y no creo que el desenlace sea el mismo que el de las últimas elecciones en Alemania, donde algo muy similar sucedió. El entonces candidato Olaf Scholz, hoy canciller alemán, soportaba continuamente una serie de críticas por “carecer de carisma”. Mientras que los demás candidatos tenían el malabar predefinido, el comentario divertido, el gesto juvenil que atrae votos, Scholz no inspiraba nada. Él debatía, argumentaba y defendía sus ideas. Las defendía desde la trinchera de sus valores como socialista liberal. Creo que eso era lo importante, y que en nuestro país tristemente no existe: defendía sus ideas, no las adaptaba a su público. Hasta que llegó la ocasión en que la crítica dejó de ser un comentario para volverse pregunta. ¿Por qué no se muestra con más carisma?, ¿por qué no muestra más emotividad?, le preguntaron a Scholz. Él respondió lo que yo en particular creo que es obvio pero que evidentemente no lo es para millones de electores. Scholz, incapaz de comprender la pregunta, con completa naturalidad sentenció: “Yo me estoy presentando para ser canciller de Alemania, no para dirigir un circo”.

Scholz no inspiraba nada, solo confianza, autoridad moral y capacidad para poder dirigir un gran país. Siendo el nuestro un circo, que gane el mejor.

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