Todo empezó un día como cualquier otro solo que al caer la tarde sus historias circulaban en la red; en el primer caso, la víctima de abuso sexual se enteró del hecho cortesía de la viralización de éste a través de Facebook; en el segundo, si no fuese por las redes sociales, nadie diría nada.
Es extraña la lógica bajo la cual opera el espíritu defensor, pero más extraño cómo se oculta tras el velo de lo intocable que otorgan las redes.
28 de diciembre de 2013 – Chinchiná (Caldas). Cinco hombres, dos adultos y tres menos de edad, abusan sexualmente de una joven de 19 años quien había sido drogada y puesta en estado de indefensión antes de los hechos. Uno de los agresores decide grabar lo sucedido para luego hacer alarde de sus actos circulando el video a través de Facebook. La víctima solo se da cuenta de lo ocurrido luego de que el video se ha viralizado; en redes se sataniza a los agresores.
10 de febrero de 2014 – Bogotá. Una mujer viaja a primeras horas de la mañana en Transmilenio con destino a su trabajo, en medio de la congestión otro pasajero se masturba y la manosea. La mujer de 31 años llora, grita, pide ayuda, pero nadie hace nada. El agresor quedó en libertad 10 horas después de los hechos. Dos días después la noticia aparece en medios y en Twitter se discute la pertinencia de tener buses rosados exclusivos para mujeres.
Los dos hechos son irracionales al igual que cualquier otro acto de agresión en contra de las mujeres, pero lo perturbador es que al parecer creemos que con publicar un trino o compartir una imagen estamos aportando a resolver el problema.
En ninguno de estos casos existe justificación posible, los dos hechos están enmarcados por decisiones judiciales que sorprenden y los dos comparten el haber despertado la solidaridad de los usuarios de redes.
La noticia de la violación en Chinchiná circuló los días siguientes en grandes medios de comunicación; sobre lo que nos compete sabemos que Facebook y YouTube restringieron el video días después de su publicación por tener contenido sexual explícito.
En los hechos de Transmilenio no hay videos ni fotografías, solo el desconsolado testimonio de la víctima quien con total impotencia hizo pública la historia y tuvo que ver cómo su esposo (el único que la defendió), terminó en la URI acusado de agresión por haber golpeado al abusador. En respuesta se alzaron las voces tuiteras con una propuesta radical: crear buses exclusivos para mujeres.
En solidaridad más de una mujer (y uno que otro hombre) se unieron como víctimas y dijeron públicamente que también se habían sentido acosados en el sistema de transporte masivo; sin embargo, los ‘comentarios’ no llegaron a las comisarías y no se hizo nada por judicializar a los culpables.
A favor o en contra de las medidas tomadas o de las propuestas políticas o ciudadanas que surgieron, lo cierto es que las grandes masas de nuestro país que hoy están aglutinadas en las redes sociales parecen pronunciarse frente a estos asuntos cuando aparecen en las pantallas, desde donde pueden, con la inmunidad que ofrece la Web, alzar la voz, indignarse y demostrar su profundo desprecio por los agresores, justo antes de continuar viendo memes y dando ‘me gusta’ a las fotografías del paseo de fin de semana.
Los casos mencionados son extremos y a pesar de ello la acción popular se está quedando en 140 caracteres.
No nos engañemos, un ‘like’ no cambia nada.
Adriana Molano Rojas
Comunicadora Social y Periodista – Especialista en Gestión Cultural
Corporación Colombia Digital