Imperio del Cáncer

Publicado el Julia Londoño

La vida, la muerte y otros clásicos del insomnio.

Cuando a uno se le muere una persona cercana se queda, de repente, expuesto a sus preguntas más íntimas, abandonado a las voces internas que le hablan y le hacen preguntas, sobre todo en las madrugadas. Y sobre todo si uno es de esas personas que no sabe en qué cree y ha recibido el diagnóstico de padecer “duda patológica”.

Hace más de un año, cuando perdí a mi hermano, aparecieron largas conversaciones conmigo misma y  horas de lectura mística que antes no habría imaginado; empecé a buscar conversaciones trascendentales, con amigos y desconocidos, de las que antes había huido.

En ese estado de búsqueda cualquier conversación sobre el clima termina en un debate sobre si hará calor en el infierno o en una diatriba sobre las estaciones en el paraíso. Les resumo algunas de mis búsquedas de este año.

En mi luna de miel conocí a una mujer de casi 40 años, musulmana, que estaba en la isla de Providencia buscando escapar de sus problemas familiares. Como era de esperarse, en una tarde tranquila de playa, terminamos hablando de la vida después de la muerte.

En el Corán, me dijo, se habla del reencuentro con nuestros seres queridos. Ese  reencuentro tras la resurrección se da en un estado en el cual todos volvemos a la adolescencia: las mujeres a los 13 años y los hombres a los 15.

Al principio me pareció divina la idea, ah, la adolescencia, tan pura, rebelde e ingenua.  Ya iba a ponerme a leer el Corán cuando reflexioné sobre mi adolescencia: incómoda, confusa, paralizante. Ni para qué hablar del físico de las niñas de trece años: la nariz que crece más rápido que el resto de la cara y el dolor del cuerpo que estrena tetas.

 

Tampoco me animó especialmente la idea de reencontrarme con mi hermano a sus 15 años, edad de proporciones distorsionadas, acné y rabia. Así como no hay quinceañera fea, no hay quinceañero buenmozo.

 

El plan de leer el Corán terminó en la búsqueda en Google de Resurrección + Islam.  No encontré nada sobre la edad a la cual nos reencontraremos de la que hablaba mi compañera de isla, pero encontré que después del juicio final resucitaremos descalzos, desnudos y sin circuncisión. Por más ganas que tenga de reencontrarme con los muertos de mi familia, intuyo que verlos así no sería exactamente el tipo de experiencia íntima que anhelo.

 

Además, se supone que los incrédulos beberán agua hirviendo y recibirán un castigo doloroso por su incredulidad. No me espera un buen destino con el Islam. Menos aún porque soy tremendamente asquienta y se supone que el día de la resurrección  todos seremos sumergidos en sudor según nuestras acciones; algunos hasta los tobillos, otros hasta las rodillas,  la ingle o las mandíbulas.  Fin de la búsqueda.

Entonces llegó por recomendación de varias personas cercanas el Libro Tibetano de los vivos y los muertos, un remanso de sabiduría oriental que me ayudó, sobre todo, a pensar en mi vida y en cómo la idea de la propia muerte puede movilizar e inspirar para vivir mejor. Hasta que llegué a los capítulos sobre la reencarnación.

Me pareció escabroso eso de que el alma que se ha ido deba enfrentarse al dilema de elegir su nueva vida. Debe tener mucho cuidado de elegir una vida que le convenga o lo pagará caro, literalmente toda una vida.

Y la idea de que uno elige a su familia antes de nacer, ¿en serio? Aunque es probable que las almas antiguas hayan aprendido algo sobre esa elección: ninguna me ha elegido todavía como su mamá para esta vida.

Descartando el budismo tántrico como fuente de tranquilidad, volví sobre el catolicismo. Soy terca. Si no me ha tranquilizado su doctrina de vida, no sé porqué creí que podría tranquilizarme la de la muerte.

En efecto, las ideas  sobre el Apocalipsis y el Juicio Final me parecen muy perturbadoras, pasarse la vida juzgando a la gente y juzgándose a uno mismo para llegar al más allá a hacer más de lo mismo… Lo único atractivo del Juicio Final es la noción de final. Si me garantizan que será el último juicio al que me enfrente tal vez me deje llevar, y eso que soy envidiosa y me rajo en fe, esperanza y caridad.

También pasó por mis manos el Best Seller La prueba del cielo, pero lo único que me probó de manera irrefutable fue la falta de talento narrativo de Eben Alexander, su autor.

¿Y si al morir no pasara nada? Me pregunto algunas tardes de domingo. No resulta una creencia más inquietante que las anteriores. Si vamos a ser nada al morir es porque fuimos nada antes de nacer. Y no pasó nada.

Convencerme de cualquier cosa es tarea difícil, como no puedo probar nada tampoco descalifico ninguna idea; todas son bienvenidas a la hora del insomnio, se suman a la larga lista de dudas que me habitan y parecen reproducirse. Como dijo el comediante Groucho Marx, en una memorable entrevista que le hizo Bill Cosby: tengo serias dudas sobre la vida antes de la muerte.

http://www.youtube.com/watch?v=1EDUvnFY7bk    @JuliaLondonoBoz

 

 

 

 

 

 

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