Imperio del Cáncer

Publicado el Julia Londoño

La ruleta sexual y los síntomas de una pobre educación sexual

Cuando mi abuelo empezaba a caminar su mamá quedó embarazada de su tercera hija, Dolores. El  día que empezó el trabajo de parto, la abuela paterna, Misiá Dolores, llegó de París, Francia, donde vivía.

Para mi abuelo y su hermana mayor, Aida, la explicación fue sencilla: a la hermanita la trajo la abuela Dolores, de París. Lola confirmaba la historia que contaba que los niños llegaban de París.

Durante años Lola fue para sus hermanos mayores “La niña de París”, no la habría traído la cigüeña pero la trajo la abuela, su tocaya, directo de la ciudad Luz.

Las historias recientes que han escandalizado a medio país sobre la llamada ruleta sexual en Medellín, ese “juego” de niños en peligro de embarazarse o contagiarse enfermedades de transmisión sexual que al bailar exploran su sexualidad (y que como todo juego seguramente se ha jugado con algunas variantes en otras partes y otros tiempos, ¿o no se parece bastante a las historias sexuales de otras generaciones?) me han hecho pensar en la educación sexual en Colombia, y por supuesto en la mía, en particular. A mí la profesora Luz Estela me advirtió una vez, literalmente, que bailando se podía quedar embarazada, era toda una visionaria. Lástima que no nos aclaró cómo y en esa época aún no existía el reggaetón.

EDUCACION SEXUAL

Cuando yo estaba en Bachillerato, a mediados de los años noventa el Estado obligó a los colegios a incluir en el pensum una clase de educación sexual (Artículo 14 de la Ley General de Educación No. 115 de 1994). Así fue como muchos padres de familia se libraron de una tarea incómoda y muchos estudiantes de mi generación subimos el promedio académico con la clase Comportamiento y Salud.

Lo que evidentemente nadie controló entonces fue el contenido de la clase y presiento que tampoco hoy hay quien lo controle. En mi colegio de Cartagena, un colegio femenino y del Opus Dei, la clase se convirtió en un espacio para la promoción no solo de la castidad, es decir la virginidad, sino de un concepto encantador y revolucionario: la “segunda virginidad”. En la época la reconstrucción del himen no era un práctica conocida, no era a eso a lo que se referían con la segunda virginidad, era más un intento por “encarrilar hacia el camino del bien” a las niñas que ya hubieran tenido experiencias sexuales, las hijas pródigas. Tal vez así dejarían de ser malas influencias y conseguirían perdón y redención.

Mejor dicho, la idea era lograr que las estudiantes con una vida sexualmente activa se sintieran tan culpables y arrepentidas que creyeran que algo como la virginidad tenía marcha atrás y a partir de ese momento se dedicaran a congelar las prácticas sexuales en nombre del amor propio, el amor divino y el amor verdadero hacia un solo hombre, el padre de sus futuros hijos.

Recuerdo a esa profesora de religión explicando que la virginidad “es el mejor regalo que una mujer puede ofrecerle al amor de su vida” y de haberme atrevido a cuestionar esta afirmación con pésimos resultados.

Por su puesto que cargar a una lenteja durante una semana, para concientizarse de que a pesar de su tamaño el feto ya es digno de muchos cuidados no fue lo que yo llamaría una clase de educación sexual útil. Por supuesto que de la mano de esta forma precaria y anacrónica de educación sexual venía una carga moralista y machista. Eso explica que la clase a veces la dictara la mismísima profesora de religión del colegio. Y que en el tablero de clases cada tanto aparecieran dibujos de penes con errores de anatomía como los pelos que siempre ubicábamos en la punta del pipí, de puras ignorantes.

El tema del aborto, por ejemplo, cuando surgía como opción frente a un embarazo no deseado era una opción totalmente válida, para una asesina. Aún en caso de violación o riesgo para la madre. La misma profesora de religión nos contó emocionadísima el caso de una mujer que teniendo alto riesgo de morir durante el embarazo prefirió la vida del hijo que venía en camino que la propia, “Qué ejemplo de infinito amor”, decía. Esa vez me quedé callada con mi observación sobre porqué valía más la vida del hijo sin nacer que la de la mujer, que, además, tenía ya otro hijo que podía quedarse huérfano de madre y un marido que nunca supimos qué opinaba.

Frente al tema de anticonceptivos había mucha más información, por ejemplo nos contaban cómo, cuando nos casáramos, podríamos cuidarnos de un embarazo exclusivamente contando los días previos y posteriores a la menstruación y tomándonos la temperatura corporal para saber cuándo estábamos en posibilidad de embarazarnos y cuando no. Creo que la preocupación más que enseñarnos a no quedar embarazadas sin desearlo era que supiéramos que era posible tener una vida sexual exclusivamente supeditada a la intención de quedar embarazada, porque el sexo se hizo para la procreación y punto. O sea podíamos sacar las cuentas sobre todos los días que no querríamos tener sexo con nuestros maridos y los poquitos que debíamos hacerlo para poder ser madres cuantas veces estuviera en los planes de Dios.

Los hijos son los que Dios mande, nos decían, con la total certeza de que  el Dios que hizo a los hombres no pudo haber hecho también, ni haber impedido que se hicieran, los condones y otros métodos anticonceptivos.

Prueba de la inutilidad de ese “método” llamado del ritmo era que había familias ejemplares dentro del Opus Dei que tenían 10 hijos. A menos que todas esas parejas se tomaran literal lo de que los hijos los manda Dios, caso en el cual a lo mejor ni siquiera tuvieron sexo antes de que las mujeres se embarazaran.

Lo lindo es que había una campaña de mercadeo en el colegio y si no recuerdo mal después del tercer o cuarto hijo de Dios a los demás los becaban. Desconozco cuáles eran las campañas para resolver otros temas como atención y calidad de tiempo para los diez niños.

¿El resultado? Mis tres mejores amigas del colegio quedaron embarazadas unos años después de graduadas del colegio, por supuesto  que fueron hijos no planeados, que no es exactamente lo mismo que decir no deseados.

Lo bueno de la clase de educación sexual es que era solo una entre muchas más interesantes. Recuerdo por ejemplo la clase de Español donde se podía preguntar y debatir  y donde cuestionar no solo no era mal visto sino promovido.

En una discusión, en noveno de bachillerato, la pregunta del día fue cuál era el invento más importante en la historia de la humanidad.  Recuerdo la escritura y hasta la televisión, entre las respuestas de mis compañeras. Como yo no pude responder en ese momento, realmente me pareció que la pregunta ameritaba una pensada profunda, creo que me demoré más de diez años en llegar a la conclusión de que para mí  el invento más importante en la historia de la humanidad son los anticonceptivos, ¿Qué clase de mundo desbordado, caníbal, arrasado tendríamos si hubieran nacido los millones de niños no deseados que afortunadamente no nacieron? Si no más así ya está medio mundo apretado,  peleando con salvajismo por las oportunidades y recursos y mientras la otra mitad del mundo intenta sobrevivir entre el hambre y la enfermedad.

Y además, ¿cuántas de esas mujeres no habrían alcanzado, si hubieran sido madres de esos hijos un nivel de educación, de independencia económica y otras fuentes inagotables de satisfacción, calidad de vida y bienestar?

Muchos años después leí una frase que se atribuye a Sigmund Freud (1898) y sentí una especie de  orgullo por mi cuestionamiento precoz a una paupérrima educación sexual, como si este tema tan íntimo y democrático en sus consecuencias, no hubiera despertado el interés de todas las generaciones. Como si la misma Lilit, predecesora de Eva, a pesar de la instrucción del propio Dios de ir por el mundo multiplicándose, no se hubiera imaginado antes que Freud que sería uno de los mayores triunfos de la humanidad  “si el acto de la procreación pudiera ser elevado al nivel de una conducta voluntaria e intencional y, de esta manera, separarlo del imperativo de satisfacer un impulso natural”.

Para educar en una sexualidad responsable hay que hablar claro de sexo, sin lentejas, ni cigüeñas, ni religión, explicando con detalle cómo es que se puede quedar embarazada bailando, no dejándole el “trabajo sucio” al reggaetón y a los niños y niñas la tarea de ir rellenando los huecos de su pobre educación sexual. ¿Alguien está controlando los contenidos reales de las clases de educación sexual?

 @JuliaLondonoBoz

 

 

 

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