Fui a ver la película The Help, traducida como Historias Cruzadas, nominada a cuatro premios Óscar. La recomiendo. La historia inspirada en el best seller de Kathryn Stockett se desarrolla en el sur de los Estados Unidos, en la década del sesenta. Y también en Cartagena, Colombia, hoy.
Aunque la película es una fórmula sencilla que mezcla moderadamente drama con humor, vestidos bonitos, personajes histriónicos que divierten y antagonistas fáciles de odiar, trata un tema que no pierde vigencia más de cincuenta años después: las condiciones en las cuales trabajan las empleadas domésticas y la discriminación a la cual se enfrentan.
Lo que realmente me impresionó es que aunque The Help parece mostrar una realidad lejana, es un reflejo de la vida que tienen aún hoy las empleadas del servicio en mi ciudad, Cartagena.
Las condiciones laborales de muchas mujeres parecen haber sido congeladas en el tiempo ante nuestra indiferencia cómplice.
Para no ir lejos cito algunos ejemplos. En el edificio en el cual viven mi mamá y mi hermano hay una norma que les fue informada por el portero apenas se mudaron: el servicio no puede ingresar al edificio por la misma puerta que los residentes y la visita.
La empleada del servicio, la enfermera, la señora que arregla las uñas y el joven de Carulla que ayuda a llevar el mercado, tienen que entrar por la puerta del garaje. Me pregunto si la medida la inventó alguna de las residentes del edificio con la piel más morena de lo que quisiera para evitar ser confundida con el servicio.
Me hace recordar una anécdota que oí recientemente y cuenta que una reconocida bailarina y coreógrafa colombiana obligaba a los empleados a bajarse del ascensor si ella iba a usarlo. Difícil no ver los complejos que se asoman detrás de la discriminación.
Pero la historia es todavía más bonita, la película cuenta cómo las empeladas del servicio tenían prohibido utilizar el baño de la casa, no fuera a ser que contagiaran de alguna enfermedad propia de su raza a los miembros de la familia.
Si alguien va hoy a la piscina del Edificio Porto Azul de Cartagena, el mismo donde el servicio entra por el garaje, verá el letrero con el reglamento (hay cosas que definitivamente es importante dejar por escrito) donde se prohíbe claramente el uso de la piscina a los empleados del servicio de los propietarios o arrendatarios.
Ni qué decir de las piscinas de los clubes, ni más faltaba, en los clubes sociales de Cartagena el ingreso de las empleadas es toda una odisea: divierte ver a las mamás de los niños de Bocagrande explicándole a los porteros que sus hijitos chiquitos entran con las nanas, las pobres mujeres tienen que dar la pelea con furia, no vaya a ser que les toque a ellas acompañar a sus hijos a las piñatas. Las he visto indignadas defendiendo su derecho a ser mamás con niñera.
La única señora que conozco que se sienta a la mesa de su casa a comer con la empleada es mi mamá. Y siempre ha recibido muchas críticas porque por tratarlas tan bien las malacostumbra.
Visitando a unos amigos muy queridos hace unos días oí a mi amiga antropóloga, inteligentísima, decirle reiteradamente bruta a la empleada de su casa por traerle la cuchara equivocada. La empleada es una indígena de veinte años traída del Cauca, cuando era adolescente, para trabajar como interna. Digo traída porque no estoy segura de que ella supiera que tenía más opciones. Es que estas niñitas si son muy brutas ¿no? Lo más extraño es que mi amiga sufrió mucho hace unos años por el maltrato de una jefa que no la valoraba. Pero es que de verdad ¡cómo son de brutas!
En la película, una niñera negra cambia la vida de las niñitas a las que sus mamás no voltean a mirar, son negras las manos que abrazan a esas niñas y negra la boca de donde salen las palabras que hacen a las niñas sentirse seguras y amadas: ¨You is kind. You is Smart. You is important¨. (http://www.youtube.com/watch?v=kMD0XtQqfkg)
Mi relación con la muchacha con la cual crecí en la casa de mis abuelos fue siempre de amor y odio. Siendo niña me maravillaban sus historias de desamor y recuerdo haberla visto llorar por el único novio al que amó y la dejó por otra. Le atribuyo a ella una parte importante de mi educación sentimental. Fue a la primera persona a la que oí hablar de sexo en la vida, cuando yo tenía cinco años.
La vulnerabilidad de las mujeres a la que siempre se puede acusar de llevarse lo que no es suyo es otro tema sensible de la película.
Yo recuerdo haber sufrido inmensamente por la fijación que la muchacha parecía tener por mis juguetes y los de mi hermano, nuestras cosas desaparecían como por arte de magia sin que nadie pareciera notarlo. Recuerdo también haberla oído hablar de los juguetes que añoraba cuando era niña y que nunca pudo tener. En un descuido suyo, hace unos años, entré sin permiso a su cuarto y encontré una especie de museo de mi niñez.
En mis cortas visitas a Cartagena durante los últimos doce años la he encontrado siempre ávida de historias, esperando saber todo de mi vida, de mis novios, esperando también contarme la vida de mis amigas del colegio; como viviendo a través de otros las historias que no vivió. Cuando las tías llamaban por teléfono a la casa siempre le preguntaban en una especie de estribillo ¿Quién se casó, quién se murió, a quién bautizaron?
Más de 40 años trabajando como interna en la casa de mis abuelos la convirtieron en una mujer áspera y amarga, una mujer soltera y lejana a su familia. Cuando pienso en ella el sabor es agridulce. Un recuerdo amoroso de mi infancia son los paseos en los cuales la acompañaba a su pueblo, Arjona, los domingos. Recuerdo esos paseos con afecto aunque nunca he sabido si era por protegerme o por ahorrarse la plata de mi pasaje de bus que ella me llevaba cargada, bajo el sol de la mañana, el medio día o la tarde, las tres horas que duraba el viaje de ida y las tres horas que duraba el viaje de regreso.