Imperio del Cáncer

Publicado el Julia Londoño

ES BODY Y VESTIDO DE BAÑO

Hace poquito acompañé a una amiga a comprar un top para un matrimonio. No lo encontramos pero en cambio llegamos a un almacén divino donde había varias versiones de lingerie-vestidos de baño-bodies.

Como la línea entre lo uno, lo otro y lo otro es cada vez menos clara, mi amiga compró un vestido de baño “que también es body” o tal vez lo que compró fue un body “que también es vestido de baño”.

Estoy segura de que muchos han notado esta modalidad de productos que se ofrecen para varias ocasiones, son multiusos, como una evolución del concepto de los lápices Prismacolor de doble punta y de la colección Cara y Cruz de la editorial Norma.

Esta tendencia, el haz y envés del mercadeo, me encanta. Me gusta porque creo en la versatilidad, me asombra el desarrollo de los textiles cada vez más sostenibles (como las iniciativas locales y de afuera para reciclar jeans,  los uniformes de Nike elaborados con PET reciclado o las innovaciones de H & M en materiales para vestidos de gala) y siento una gran simpatía por la recursividad a la hora de vestir.  Tengo, entre otras cosas, collares, carteras y pins de mi abuela que uso, y hasta una blusa que perteneció a mi bisabuela.

Para ser justa, la tendencia me encanta también porque es la venganza de mi niña interior, protagonista de un episodio de crueldad infantil a finales de los 80’s.FullSizeRender (002)

Yo estaba en clases de ballet por entonces, como casi todas mis primas Bozzi. Un poco porque la idea del reciclaje a la hora de vestirse es heredada, mi mamá, a quien mi abuela vistió con la ropa de sus hermanas mayores remangada acá y con un cinturón distinto, me atavió para las clases con una preciosa malla negra, heredada de mi prima Alicia, la promesa de esa generación de bailarinas en la academia de danzas clásicas Germán Dager, en Cartagena.

Con mi malla negra, que constaba de “chicles” y trusa (hoy tights y body) iba yo tres tardes a la semana a las clases de ballet. Claramente no había tiempo de lavarla todas las veces, así que aunque oportunamente no lo recuerde, asumo que no debía oler muy bien.

En clase había muchas niñas de mi edad, aunque la mayoría eran mayores. A mis ojos todas se veían regias con sus zapatillas rosadas, sus moños arquitectónicos construidos a punta de laca de tarro verde y sus mallas -trusas y chicles- de color piel.

Entre las menores había una gordita antipática que se creía Anna Pavlova pese a que claramente no tenía la gracia que corresponde con el imaginario de una bailarina de ballet. La niña, a quien llamaremos Baby, vivía en el edificio más elegante de Bocagrande, con su hermana mayor, y se iba en el mismo bus del colegio que yo;  íbamos a un colegio señoritero y del Opus.

Baby tenía mucha plata, un apellido elegante y a sus seis o siete años ya hablaba con ese tonito de dueño del mundo que muchos ricos de provincia tienen.

Baby, además, era hija de socios del Club Cartagena, y yo, siendo nieta de un socio fundador había heredado ese privilegio a pesar de que mi mamá no hubiera pagado la acción ni pagara las mensualidades.

Es así como un domingo de vacaciones, de piscina en el club, mientras yo comía papitas fritas y helado de chocolate en copa, la vi llegar con su hermana mayor a la piscina.

Haciendo bulla, y todavía con la camiseta puesta, la niña se lanzó a lo hondo y al rato ya andaba mojando todas mis cosas como efecto del estilo “bomba” con el cual se lanzaba al agua en intervalos de 30 segundos.

Baby me había visto. Baby sabía que estaba mojando las cosas de quienes estábamos en las sombrillitas al borde la piscina, y a quienes estábamos en las más cercanas. Baby, con su cara pintada con bloqueador rosado neón, comprado en Miami, quería llegar a cada centímetro seco alrededor de la piscina.

Ya que yo también estaba mojada, terminé mi helado y fui a meterme al lado pandito.  Baby estaba en el hondo, así que no había peligro, debí pensar.

En cuanto me vio entrar al agua, en un impulso de simpatía, se acercó  y me preguntó si el año entrante iba a pasar por fin a Ballet 3 o si iba a seguir en el mismo curso del año que terminaba.

Yo no sabía. “No sé”, le dije.

Inconforme con mi respuesta, Baby preguntó: ¿pero vas a seguir en las clases?

“Sí”, le dije.

Como tenía muchas ganas de hablar, Baby tocó el tema del cual se desprendió este texto:

Oye, dijo, tengo que hacerte una pregunta.

No dije nada.

Es que no sé si lo que tienes puesto hoy es un vestido de baño o una malla de ballet…

“Es las dos cosas”, le dije.

Noooooooooooooo, dijo subiendo el tono de su voz aguda, ¡no puede ser las dos cosas!

“Mi mamá me dijo que se puede usar para la piscina o para hacer ballet”, le dije con un tono avergonzado.

Pues no, o es vestido de baño o es malla, no hay nada que pueda ser  las dos cosas,  dijo, y se fue a preguntarles a todas las demás niñas de la piscina si alguna creía que de verdad podía existir un vestido de baño-malla.

@JuliaLondonoBoz

 

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