Imperio del Cáncer

Publicado el Julia Londoño

El secreto mejor guardado

Un desierto de sal cristalizada.

Cuando le dije a mis amigos que me iba a ir unos días a Bolivia casi todos reaccionaron igual: ¿A Bolivia? ¿Y como a qué sería? ¿Eso no es un cagadero?

Decidí que iba a ir en el año 2000 cuando andaba de sabático viviendo en Nueva York y conocí a un hombre que había sido Agregado Naval y decía haber recorrido el  mundo; todos los continentes y un centenar de países.

El tipo rondaba los ochenta, hablaba despacio y parecía encantado de volver con la memoria a los lugares que había conocido 30 o 40 años atrás. Yo tenía 20 y lo único que quería preguntarle era cuál era el lugar más bonito del mundo, el que no debía morirme sin conocer.

No lo pensó ni un segundo: el lugar más bonito del mundo, para él, era el salar de Uyuni, en Bolivia. Un desierto de sal cristalizada.

No sé muy bien porqué me tomé tan en serio sus palabras pero decidí en el acto que si ese era el lugar más bonito del mundo, Bolivia me vería. Algún día.

En el 2005, cuando conocí a Liliana, una filóloga boliviana que se convirtió en mi amiga de manera instantánea, supe que por fin tenía la excusa para conocer el salar. Para ir a México, a Perú o a Cuba no se necesitan excusas, pero yo sentía que para ir a Bolivia tenía que haber un plan.  Acabo de regresar.

Para llegar a Uyuni fue necesaria una corta estadía en La Paz, evitaré extenderme sobre esa ciudad por cortesía con la amabilísima Lili y porque después de todo mi visita a la capital boliviana no fue más que un paso obligado, la penúltima estación antes del fin del mundo.

La última estación, a la cual se llega tras casi cuatro horas de recorrido en bus, es un pueblo gris y sucio, Oruro. De ahí a Uyuni son unas siete horas más en tren.

De Oruro es oriundo Evo Morales, perdón por decir oriundo, palabra feísima, pero Oruro da ganas de decir oriundo, se lo merece.

Uyuni también sería solo un pueblo gris y sucio, tierra de nadie, si no estuvieran en sus predios los paisajes más impresionantes que he visto en la vida. Paisajes que dan ganas de usar palabras como lontananza.

En lontananza verás, si tomas un tour de tres días por Uyuni, desiertos como los de Dalí, desiertos sedientos de ti que albergan piedras de formas extrañísimas y lagunas impresionantes, lagunas espejo donde verás hasta lo que no se puede ver.

Flamingos que parchan entre algas rojizas darán vida a la Laguna Colorada, los verás a ellos y verás sus reflejos diseminados entre los reflejos de nevados y volcanes humeantes. Un espectáculo con filtros de color naranja, terracota y  fucsia.

Verás también suris, llamas y vicuñas corriendo libres, sueltas de madrina, bajo un sol imprudente, a más de 4000 metros de altura. Uyuni, literalmente, te quita la respiración.

Recorrerás montañas que simulan patas de elefante, arrugadas y repetidas, grises y cetrinas. Y compartirás la ilusión boliviana, la eterna nostalgia del mar perdido cada vez que, a lo lejos, creas entrever que las montañas flotan a cuesta de un mar.

Espigas verdes, rojas y amarillas, en racimos, adornarán la carretera de lado y lado. Quinua.

Conocerás el efecto que tiene una helada sobre la lava volcánica. Conocerás geiseres que escupen con furia al amanecer, y te dará vergüenza aquel paseo, siendo niña, al hoyo soplador de San Andrés.

Verás por fin una fuente de aguas termales natural, un manantial que podría haber salido de un libro de Murakami, si solo tuviera flores de loto. Nada que Paipa y sus tristes termales puedan siquiera imaginar…

Pero incluso todo eso será poco cuando veas por primera vez el salar; trescientos sesenta y cinco grados de nube, ¿o es sal, o es hielo?

El salar de Uyuni es el fin del mundo, dijo Liliana. Es el fin del mundo. Es el paraíso perdido, el secreto mejor guardado, el ya me puedo morir tranquilo, el infinito y más allá. ¿Nos echamos un polvo?

El salar es el acceso a un mundo sin tiempo donde las personas son figuras de papel que aparecen recortadas  y pegadas en primer plano. Todo lo demás es nebulosa, un telón de fondo al estilo de The Truman Show.

En el salar serás parte del staff de una serie de National Geographic sobre lugares imposibles, recordarás fragmentos de ese documental sobre Juan Rulfo, Del olvido al no me acuerdo…

¡En el salar entenderás lo que quería decir Einstein cuando hablaba de la religiosidad cósmica!

Yo, que con frecuencia me siento del lado de los marginados, quisiera reivindicar a Bolivia, librarla del desprestigio de los países que no figuran en las listas de sitios que hay que ver antes de morir.

El salar te convence y te jura por Dios, con los dedos cruzados, que Bolivia no es un cagadero. No es un cagadero aunque La Paz tenga la virtud de reconciliarte con Bogotá, que no es la capital más fea de Suramérica.

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