Imperio del Cáncer

Publicado el Julia Londoño

El lado B de la memoria.

El inicio del  año 2012 me encontró en México. Estando en el D.F. fui a conocer el Museo de la Tolerancia que se encuentra en el Centro Histórico de la ciudad, desde su apertura en el año 2010. http://www.memoriaytolerancia.org/

Me gustó mucho por una razón: podría haberse llamado museo de los horrores del holocausto y otras infamias pero en vez de eso se llamó de la memoria y tolerancia. No es un asunto menor.

Si bien en el museo se puede hacer un recorrido por la historia de algunos regímenes de terror del siglo XX, por la indiferencia de millones de personas frente al sufrimiento ajeno y por la miseria humana –tienen incluso uno de los vagones originales donde eran trasportados los presos hacia los campos de concentración de Alemania en la segunda Guerra Mundial- es también un recorrido por la valentía de los pocos que se atrevieron a exponer sus vidas para salvar a los demás, por las acciones heroicas de quienes ayudaron a otros a escapar del cerco de Hitler;  un recorrido por la grata excepción.fortin2

En los comienzos del siglo XX México era ya un país que recibía a los fugados, a los perseguidos, como lo ha sido para disidentes de izquierda y asilados políticos de varias generaciones y nacionalidades. Una importante comunidad judía encontró en México su nuevo hogar.

La exhibición es un espacio para honrar la memoria de quienes murieron en  el holocausto alemán pero también para contar la historia de quienes escaparon. Tiene un pronunciamiento fuerte: Estos horrores pasaron, no hace tanto, y no deberían repetirse nunca más.  

Es la misma voz que escuché hace un mes, en mis vacaciones de fin de año, en Santiago de Chile, cuando  visité el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos que podría haberse llamado museo de la dictadura y los desaparecidos, pero no. http://www.museodelamemoria.cl/

Lo que se  expone ahí no es solo la historia del golpe de Estado, de la represión y del exilio, sino también la historia de la resistencia, la solidaridad internacional y las políticas de reparación.

Tiene sentido que haya sido en el gobierno de Michelle Bachelet, también en el año 2010, que se abriera el espacio para contar estas historias con nombres y rostros propios: los de quienes  perdieron frente a la imposición del régimen militar de Augusto Pinochet, que hace parte de las obras maestras de Richard Nixon. Y junto a ellos, los rostros y nombres de quienes conformaron la Junta Militar que se perpetró en el poder a un costo social muy alto.

“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza” se oye decir a Salvador Allende en el primer piso de la exhibición, en la que fuera su última intervención radial desde la Casa de la Moneda, a las 9:10 a.m., la mañana del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. 

Mucha agua ha corrido por Latinoamérica desde entonces y las palabras de Allende me hacen pensar en el renacer de las políticas de izquierda en la región. Pasaron tres décadas para que llegaran al poder por la vía democrática líderes de izquierda como Lula Da Silva, Chávez o Correa. Y ni siquiera el golpe de Estado en Caracas y un cáncer terminal han podido derrocar a Chávez. Son otros procesos y es otra época.

Independientemente de la posición política que uno tenga,  exponerse a la memoria de la violación sistemática de los Derechos Humanos de quienes fueron derrotados por la vía armada en la época de la represión chilena, genera una impresión muy fuerte. Para mí, tan fuerte como la impresión de ver los cuerpos famélicos de los judíos en los campos de concentración.  Gracias a ejercicios de memoria como el que ofrecen estos museos, donde ya no son solo las familias las que reclaman la memoria de sus muertos sino las instituciones las que cuentan su historia, hoy es políticamente incorrectísimo defender lo que antes era consigna.

Los primeros dos pisos del museo en Santiago están dedicados a recoger la memoria de cómo se instauró la dictadura y qué pasó con quienes apoyaban al gobierno  de Allende. Imágenes de los estadios deportivos de Santiago convertidos es prisiones, cartas de los familiares de los desaparecidos preguntando por sus paraderos, testimonios de quienes sobrevivieron a la tortura y de quienes se exiliaron, fragmentos de noticieros mostrando el asesinato de jóvenes en manifestaciones.

Uno puede creer que Allende era un pésimo presidente o la esperanza de Chile pero uno no puede oír los testimonios de quienes fueron torturados sin sentir que lo que pasó en Chile fue mucho más que los excesos necesarios para que un sector de derecha  girara dramáticamente el rumbo del país.

Pueden justificarse algunas acciones políticas y la oposición radical a un gobierno si se cree firmemente que  pone en riesgo intereses que algunos consideran determinantes para el destino de un país, pero no pueden justificarse años de terror como los que vivió Chile. Y ese mensaje resuena en las locuciones radiales de Allende y de la Junta Militar, se puede ver en las imágenes de los aviones bombardeando la Moneda, en los rostros en blanco y negro de los desparecidos que cuelgan de las paredes, en las imágenes de noticieros y de los diarios de la época que cada vez contaban menos lo que pasaba.

Pero el Museo también tiene un tercer piso donde se habla de la presión internacional que denunció la violación de los Derechos Humanos en esos años, la historia del plebiscito que devolvió la democracia a Chile en 1987 cuando 51,4% de los chilenos que votaron dijeron No a la continuidad de Pinochet en el poder.  El triunfo de la democracia  se encuentra al final del recorrido como señalando una luz al final del túnel.

Salí de esa visita con una sensación parecida a la que tuve cuando salí del Museo de la Tolerancia en México, con la idea de que incluso en medio del terror hay siempre alguien que se hace oír y logra contar su parte de la historia a contracorriente. Son museos que cuentan las historias de los que no ganaron.

Y algunas de esas historias que sobrevivieron a la censura son incluso divertidas. Nótese el ingenio en la primera página de un periódico, que hoy ya no existe, que tras el triunfo del No a la continuidad de Pinochet, en 1988, tituló: ¡Corrió solo y llegó segundo!  http://www.puroperiodismo.cl/?p=2384

Lo que quiero decir con esto es que brindo porque haya siempre la posibilidad de contar historias paralelas, alternativas a las historias dominantes de los ganadores.

Me gusta que la gente se queje de lo reiterativas que se volvieron las películas del holocausto porque eso significa que algunos aún sienten que tienen algo que decir porque no ha sido dicho. Me gusta que la mitad de mis amigos tengan columnas o blogs independientemente de lo que escriban. Los libros de la historia que se enseña en los colegios  dan cabida a unas voces, los medios de comunicación a otras, pero es cada vez más difícil ignorar que hay quienes dicen cosas que han resonado poco o nada pero que otros estamos interesados en oír. La cara b del long play.

@JuliaLondonoBoz

 

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