George o nomics

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Cartas políticas perdidas después de la paz.

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Resulta prematuro y hasta peligroso comenzar a hablar de postconflicto en Colombia, para el ciudadano promedio que sueña con la paz, pero cada día ve como las acciones terroristas no se reducen, sino que, por el contrario se tornan más visibles y atroces, o para el soldado que continúa exponiendo su vida, el mensaje de un postconflicto no le resulta coherente, y en caso de los militares, incluso hiere su voluntad de combate. Pareciera que hablar de la Colombia después de la guerra, los únicos intereses que sirve son los políticos, poner al pueblo a pensar en cómo sería la vida sin guerra, ha probado ser una herramienta como pocas para conseguir votos.

Sin embargo, al pensar un poco como sería la democracia colombiana en un escenario de paz (al menos sin FARC) hay factores que deberían alarmarnos, por años los grupos de poder han escarbado el conflicto y el terrorismo en busca de cartas políticas para seducir el electorado, en ausencia de confrontación armada la inmadura democracia colombiana afrontará retos que pueden definir el futuro y sostenibilidad nacional.

Los dos comodines que con mayor frecuencia, y que se evidenciaron con mayor claridad en la última contienda presidencial son precisamente la seguridad y la paz:

La seguridad: Las dos elecciones del gobierno Uribe y la primera de Santos se construyeron bajo la sombrilla de la seguridad, el argumento es bastante convincente y al menos parcialmente la historia le ha premiado con una alta dosis de realidad. La Colombia de después del frente nacional y antes de Uribe, aprendió a convivir con la violencia, sea cual fuese su apellido, violencia narcotráfico, violencia guerrilla, violencia común. La guerra era un elemento del día a día en la vida del país, aunque ahora parezca absurdo nos enseñamos a no visitar las áreas rurales, a ver noticias diarias de secuestros, tomas a pueblos, a que nuestro ejército recibiera golpes  brutales como el de la mascare de “El Billar” en Caquetá o la toma de una capital de departamento como sucedió en Mitú. Por otro lado cifras del 20% de inflación, 20% desempleo, y la falta de acceso a recursos de deuda de mercados externos no estaban (y aún no están) en la conciencia inmediata del ciudadano común. Después de ver como el asumir la guerra con seriedad, sabiendo que el compromiso militar es acabarla lo más pronto posible en lugar de prologar el sufrimiento llevó a elevar la sensación de seguridad, permitió recuperar terreno perdido, atraer flujos de inversión jamás vistos, y reducir el desempleo a menos de dos dígitos, nos dimos cuenta que el requerimiento mínimo para hacer viable un estado es un nivel aceptable de seguridad.

La paz: Ahora nos ocupamos de la segunda carta política que se esfumaría de llegarse a un acuerdo de fin del conflicto: la de la paz. La reelección de Juan Manuel Santos se construyó exclusivamente sobre la promesa de un acuerdo de paz. El pueblo le perdono al presidente el no haber respetado su promesa de no atormentarles con más impuestos, el no haber logrado una sola reforma de fondo como fue el caso de la educativa o más trágicamente la de la justicia; el no haber logrado un plan de sostenibilidad real para el agro…. En fin, todo incumplimiento pasó al olvido en aras de la tan anhelada paz, que al menos en el discurso reeleccionista, estaba a la vuelta de la esquina.

De llegarse a firmar la paz un candidato presidencial evidentemente no podrá volver a echar mano de la promesa de la misma para atraer votos, y si usa la carta de la seguridad la deberá enmarcar en un ambiente menos llamativo que la guerra al terrorismo (que hasta en EEUU ha probado ser muy efectiva).

Ante esta realidad conviene preguntarse cómo van a traer votos nuestros candidatos de la post guerra? Tristemente la respuesta la pueden haber revelado ya, simplemente analizando algunas de las otras cartas que usan.

Parto de una premisa bastante incomoda que analicé previamente en “Verdades incomodas sobre democracias inmaduras”: El electorado colombiano no es el mejor a la hora de seleccionar sus gobernantes, bien sea por su condición de pobreza, que lo hace vulnerable a la compra de su voto,  a las dádivas de quienes tienen control sobre los recursos públicos o las promesas populistas que acaramelan el oído del votante pero destrozan la sostenibilidad de largo plazo, o también el bajo nivel de escolaridad, que hace que lo que llamamos “voto programático” en virtud del cual el ciudadano vota por un plan, y una propuesta en lugar que por un individuo, no sea más que letra muerta y palabras bonitas sin ninguna práctica.

En ausencia de guerra, podemos ver una escalada de varios fenómenos:

*Caudillos revanchistas: No hace falta más que revisar algunas democracias inmaduras del vecindario, donde mayorías por años ignoradas desarrollaron un sentimiento revanchista en contra de las elites y la clase gobernante, que hace que cualquier discurso de un caudillo, quién prometa a los “oligarcas” pagar  por sus años de opulencia sirva para convertir ese sentimiento en votos.

*Populismo del derroche: De igual manera, cuando un sector relevante de la población no tiene acceso a servicios básicos, cobertura de salud, educación, alimentación, recreación y su calidad de vida dista mucho de la óptima, cualquier promesa de un alivio en sus gastos se refleja dramáticamente en votos, una reducción en el transporte público, subsidios de alimentación, etc.; importando poco si su implementación se traduce en desbalance fiscal e insostenibilidad de largo plazo, cuantos votos podría traer en Colombia una promesa de subsidio de desempleo? Y seguramente su implementación quebraría a la nación en una década. La visión de corto plazo producto de las necesidades insatisfechas resulta ideal para un populista, sin importar que el déficit después se convierta en más impuestos, deuda más cara para el país (más impuestos), inflación (que en últimas es otro impuesto).

*Dadivas y corrupción (alias mermelada): Los gobernantes que estén sentados (o acostados) en el poder van a tener que hacer uso intensivo de la usual maquinaria, la cual conocen a la perfección. La canalización desmedida de recursos públicos a la obtención de votos, en obras que en últimas no generan sostenibilidad, nos ha costado toneladas de dinero a los colombianos. El gobierno actual no había terminado de formalizar su reelección, cuando ya estaba acuñando una nueva reforma tributaria para cubrir la cantidad exorbitante de compromisos adquiridos. La llamada “mermelada” tiene una segunda forma macabra de materializarse: los compromisos políticos, en este momento estamos ad-portas de que por cuenta de una “unificación de períodos” los acaldes y gobernadores actuales gocen de una “reelección exprés” permitiendo, como es el caso de Bogotá, que gobernantes incapaces extiendan exageradamente sus períodos, incrementando el daño potencial de sus administraciones.

*Perpetuidad: Los caudillos populistas vecinos, han demostrado que solo les basta llegar una vez al poder para aferrarse a él, este es uno de los riesgos más graves de la democracia de la postguerra, tanto Hugo Chávez, como Evo Morales, Rafael Correa han ultrajado sus constituciones para garantizarse poder perpetuo. En Colombia al menos en teoría la reelección presidencial se desmontó, sin embargo vemos gobiernos haciendo lo humanamente posible por limpiarle el camino a sus “elegidos” y asegurar su continuidad por medio de clones.

Los riesgos no son pocos, las ultimas elecciones en Colombia han estado plagadas de guerra sucia, dadivas, jamás había despertado tantas dudas el trabajo de la registraduría, y es hora que como ciudadanos entendamos el poder que entrega el voto, pensemos un poco más allá del corto plazo, y que con cada elección estamos jugándonos el futuro de hijos, nietos y las generaciones que vienen.

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