Se ha convertido en sacrilegio en las naciones que se hacen llamar democráticas hablar a favor de los regímenes totalitaristas. Dados los innumerables casos documentados de brutales abusos de poder, las dictaduras son sinónimo de falta de garantías, terror, desapariciones y todo tipo de crímenes de estado.
Hemos asumido (en parte por el temor a los tiranos) que la democracia absoluta es la única alternativa, quién cuestione las fallas de los sistemas de elección popular pasa a ser tildado de fascista, dinosaurio y de criminal en potencia.
Ahora bien, para ser francos; ni todos los regímenes son malos, ni todas la democracias son buenas: está claro que la seguidilla de dictaduras que gobernó Argentina después de la junta militar del 76 y hasta el año 83 además de abusos, desapariciones y todo tipo de excesos, dejo al país en una ruta hacia el desastre económico de la que no ha podido salir; es el ejemplo clásico de una dictadura prolongada, brutal, incompetente y nefasta. Por otro lado hay casos como el Chileno, donde Augusto Pinochet, quién en el plano político echó mano de las más brutales practicas de intimidación, tortura, asesinato y desaparición para acabar con cualquier reducto que se insinuara de izquierda; en el plano fiscal y económico tomo las decisiones acertadas que hoy en día tienen a Chile como la más avanzada y competitiva economía de América Latina y por muchos estándares convertido en una nación del primer mundo (aclarando que nada, ni la prosperidad económica, justifica el abuso y el irrespeto a los derechos fundamentales del hombre, rampantemente violados en la era Pinochet). Tengamos en cuenta que el Chile de Allende (a quien derrocó Pinochet en el 73) estaba en ruta a ser un desastre económico plagado de determinaciones populistas, que ganan muchos votos pero acaban con economías.
Conviene también revisar el ejemplo de los Emiratos Árabes Unidos, donde la totalidad del poder (e incluso la propiedad de la tierra) está concentrado en un jeque (en realidad hay 7 que reportan al jeque Kalifa de Abu Dhabí). La fortuna con que contaron los ciudadanos en los Emiratos, y que eludió a los amigos argentinos y más recientemente a los venezolanos, es que quién fue el fundador de la unión de Emiratos, y padre de Kalifa, el jeque Zayed, tenía como interés genuino el bienestar de su pueblo. Una vez se descubrieron generosos yacimientos petroleros en su suelo en los años 60, puso en marcha un plan de largo plazo para la inversión metódica y estratégica de las rentas petroleras orientada a la diversificación de las fuentes de ingreso, llevando a que el país hoy día genere menos del 20% de su PIB de la venta de crudo. Difícilmente un plan de tan largo plazo (5 décadas) podría haber sido ejecutado en una democracia como las de América Latina, donde las iniciativas están sujetas a los vaivenes de gobernantes que llegan y se van, facciones opositoras en órganos legislativos, decenas de partidos políticos inmaduros, aparatos judiciales ineficientes y con intereses propios que terminan obstaculizando el desarrollo.
El punto clave es que en una dictadura lo único que puede asegurar un gobierno de calidad, es que los intereses del líder estén alineados con las necesidades de su pueblo, y eso es tan certero como un juego de casino. Sin embargo en una democracia asumimos que la mayoría tiene el criterio y la formación necesario para elegir el gobernante adecuado, y aceptémoslo, en América Latina no es difícil encontrar casos en que los pueblos se equivocan de forma garrafal.
Algunos factores (verdades muy incomodas) que elevan exponencialmente lo que llamo el riesgo de criterio del elector en nuestras naciones son:
- Verdad incomoda #1 Baja escolaridad: En Colombia, por ejemplo, la penetración de la educación superior es inferior al 30%, la mayoría de la población difícilmente termina sus estudios de primaria, esto significa que las decisiones sobre los gobernantes de elección popular las está tomando la población con más bajos niveles de formación académica, quienes precisamente cuentan con los menores elementos para evaluar un programa de gobierno. Obviamente quisiéramos que esto no fuese así, pero es una realidad, y el deber del estado es garantizar que todo ciudadano que tenga la voluntad de atender un programa de formación técnica o profesional lo pueda hacer, y que existan las oportunidades una vez lo concluya exitosamente.
- Verdad incomoda #2 Altas tasas de miseria y pobreza: En naciones que tienen en ocasiones el 30% o más de su población en condiciones de miseria, es muy fácil que un discurso populista atraiga a los votantes como abejas a un jarro de miel, es muy fácil tomar la bandera de los subsidios, o las reducciones en los tributos para traer votos de manera rápida, sin pensar en la situación fiscal de gobierno a largo plazo, tal es el caso de Bogotá (capital colombiana), que tras un período de consolidación fiscal y ejecución urbana exitosa que concluyó en el año 2003, la ciudad por virtud del voto y las promesas populistas cayó en administraciones que por falta de competencia o corrupción la han dejado sumida en un caos que solo una política de largo plazo que debe comprometer a varias alcaldías, podría subsanar.
- Verdad incomoda #3 La pobreza es blanco fácil de los corruptos: De igual manera, que una población de bajos recursos es blanco fácil de promesas populistas lo es para prácticas de fraude como la compra de votos, permitiendo que mandatarios corruptos accedan a las posiciones administrativas. Existen poblaciones en las que 1,000 votos eligen un alcalde que administra millones de dólares en asignaciones de presupuesto público, es excesivamente fácil comprar votos por el equivalente al 10% de un salario mínimo cuando en una entrega fraudulenta de contratos recuperan hasta mil veces el costo de los votos pagados ilegalmente.
- Verdad incomoda #4 La mayoría no necesariamente tiene la razón: de igual manera que la calidad de un dictador es tema de suerte, también lo es la calidad de la elección cuando las mayorías no están formadas y tienen ingresos muy bajos. Las comparaciones son odiosas, pero si tomamos las hojas de vida de los últimos 3 alcaldes en Bogotá y las remitimos para ser tenidas en cuenta para gerenciar una empresa privada que tenga ingresos por la décima parte de lo que recauda Bogotá en impuestos, ni siquiera serían tenidas en cuenta!, son personajes con baja o nula experiencia administrativa que en su mayoría han hecho su carrera en órganos legislativos o sindicales, donde la demagogia y el discurso elaborado son cualidades valoradas, pero que a la hora de administrar una ciudad o una nación sirven tanto como un alfiler a cuando lo que necesitas es un taladro.
En conclusión: hay discusiones difíciles que hay que abrir, claramente el estado debe garantizar el acceso a la educación, la igualdad de oportunidades, el mejoramiento constante de la calidad de vida; pero mientras estos se logran, seguiremos eligiendo a gobernantes que no tienen las calificaciones, o que se guían por intereses propios?; que lo que van a hacer continuar alejándonos de ese mismo acceso a la educación, oportunidades y calidad de vida que tanto pregonamos y anhelamos?.
¿No estaría en nuestro mejor interés que los cargos administrativos democráticamente elegidos contaran con unos requisitos mínimos de formación y experiencia definidos a nivel constitucional, del mismo modo que funciona el sector privado?
La función democrática no debería ser que cualquiera pueda administrar una ciudad o un país, debería ser que cualquiera pueda adquirir las competencias y el conocimiento necesario para hacerlo, pero mientras llegamos a ese punto nos conviene poner salvaguardas claras para asegurar que nuestros gobernantes tengan unas competencias mínimas requeridas para el cargo, y que los órganos de control puedan hacer su tarea de manera efectiva para eliminar los vicios de corrupción.
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