Una ontología histórica del poder: contra el anarcocapitalismo y otras formas
El politólogo y filósofo Iván Darío Ávila, uno de los referentes actuales en la reflexión sobre el antiespecismo, el animalismo, el anarquismo, y los problemas conexos, presenta este texto sobre la ontología histórica del poder como una alternativa frente al anarcocapitalismo y otras formas estructuradas y normalizadas de la dominación capitalista, estatalista y patriarcal.
[A propósito de la publicación del libro Fuerzas y formas: ensayos de anarquismo postestructural (Bogotá: Desde Abajo, 2025]
El autor invitado, Iván Darío Ávila, es Doctor en Filosofía, magíster en Filosofía y magíster en Estudios Culturales (Universidad de los Andes). Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Docente e investigador de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de varios libros, entre ellos, Esa metafísica que no es Una: Materialismo inmanente, conocimientos corporizados y formas de vida posthumanas (Desde abajo, 2023) y Rebelión en la granja. Biopolítica, Zootecnia y Domesticación (Desde abajo, 2017).
Hacia una ontología histórica del poder
¿Por qué publicar una pequeña colección de textos bajo el título Fuerzas y formas:ensayos de anarquismo postestructural?
En primer lugar, existe un motivo coyuntural. Aunque siempre ha habido una gran pluralidad de corrientes anarquistas, durante mucho tiempo el anarquismo estuvo asociado principalmente, de diferentes maneras, al anticapitalismo. Eso parece estar cambiando.
Hasta hace relativamente poco, se comprendía con claridad que las sociedades capitalistas, en tanto sociedades de clases —donde unas dominan y explotan, mientras que otras son dominadas y explotadas—, debían ser superadas junto con la familia patriarcal y la forma-Estado.
Estas últimas instituciones se asumían como elementos fundamentales no solo para la reproducción de la dominación capitalista, sino también para la perpetuación de la dominación masculina y aquella asociada a las élites y clases político-burocráticas. La superación de la dominación capitalista, estatista y patriarcal era un horizonte político compartido por las principales tradiciones anarquistas y marxistas, aunque diferían en los medios para lograrla.
Sin embargo, el siglo XXI nos sorprendió con la consolidación de una improbable pero difundida asociación entre anarquismo y capitalismo, la cual ha llegado a su quid con figuras como Javier Milei en Argentina. La difusión de esta paradójica asociación ha sido tan exitosa que, actualmente, mucha gente vincula el adjetivo “libertario” exclusivamente a posturas “anarcocapitalistas” neoconservadoras, como la de Milei.
La paradoja además es doble. Personajes como Milei aluden a la necesidad de librar una “batalla cultural” con el objetivo de establecer un nuevo sentido común, pero además se refieren a la necesidad de conquistar el Estado con el fin de destruirlo y, así, hacer realidad su utopía “anarcocapitalista”, en la que la sociedad —comprendida como conjunto de actores económicos que compiten en un escenario de libre mercado— se autorregularía, sin necesidad de ningún tipo de coerción o dominación.
La paradoja reside en que este es un calco simplificado de una estrategia proveniente de la tradición marxista, en especial de la gramsciana “guerra de posiciones”, acompañada de su distinción entre dirigir a los aliados mediante el consenso cultural y dominar a los enemigos a través de la coerción estatal.
Ahora bien, la segunda parte de la paradoja consiste en que, pese a las apariencias, la estrategia “anarcocapitalista” no solo no se remonta al anarquismo, tampoco stricto sensu al marxismo heterodoxo de intelectuales como Labriola y Gramsci, sino al viejo “realismo político” (Realpolitik), perspectiva que a menudo, lamentablemente, se confunde con lo que Labriola y el propio Gramsci denominaron “filosofía de la praxis” o “materialismo histórico”.
Uno de los móviles que anima la publicación del libro Fuerzas y formas es mostrar que el “realismo político” nunca ha sido afín a perspectivas emancipatorias, puesto que su fundamento epistemológico es una racionalidad instrumental u operativa burdamente aplicada a la comprensión de lo político. Vale precisar que esta racionalidad presupone, para su ejercicio, las dicotomías sujeto/objeto y medios/fines.
La racionalidad operativa, aplicada a la esfera de lo político, intenta hallar los medios adecuados para obtener o conservar el poder —comprendido como posición de dominación—, motivo por el cual lo político se presenta como un espacio de conflicto y competencia entre actores que, esencialmente, desean dominar. Desde dicha óptica, el sujeto cognoscente se ubica en la posición de quien domina o de quien desea dominar, mientras que las “masas” o el “pueblo” quedan reducidos a objetos pasivos de disputa por parte de quienes compiten por ocupar las posiciones de mando.
A lo largo del primer ensayo, me esfuerzo por demostrar que en la tradición “realista” hay una reducción del poder a lucha por la dominación y ejercicio de dominación, cuestión que ha marcado la forma hegemónica de entender la política en Occidente, y que se remonta a autores como Weber, Hobbes y Bodin, así como a las lecturas “realistas” de Maquiavelo y Tucídides.
Más recientemente, esta forma reduccionista de entender el poder y la política se manifestó en términos renovados con el debate entre la corriente del pluralismo en ciencia política, cuyo gran referente es Robert Dahl, y la sociología de las élites, con figuras destacadas como Robert Michels, quien terminó militando en el fascismo italiano. El debate entre partidarios de Dahl y Michels oblitera una genealogía común, la cual conduce directamente a Weber y sus definiciones de poder en general y dominación legítima en particular: “posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena” y “probabilidad de obtener obediencia ante un mandato”.
Por su parte, la “filosofía de la praxis” se fundamenta en textos como La ideología alemana, de Marx y Engels, o a las Tesis sobre Feuerbach, de Marx, y proviene de un linaje que se remonta a las lecturas materialistas de autores como Spinoza, Maquiavelo y Epicuro. Para la “filosofía de la praxis” la realidad no es un objeto pasivo dispuesto para el control racional, sino un híbrido de determinación e indeterminación, orden y desorden, formas y fuerzas, o como dirían Félix Guattari y Gilles Deleuze: cosmos y caos.
Gustav Landauer, un desconocido autor anarquista que inspiró en su momento a Orlando Fals Borda, denominó a esas dos dimensiones de lo real “topía” y “utopía”, donde la utopía no es un lugar de llegada aún inexistente, sino un nombre para las potencias de lo real que anidan en lo existente. Curiosamente, Marx y Engels definen el comunismo en La ideología alemana, guiados por una intuición similar, no como un punto de llegada, sino como el “movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”.
En síntesis, esto significa que en todo orden (conjunto de formas) anida una potencia (fuerzas en juego) que posibilita superarlo, por lo que el papel de la razón radica en hallar dicha potencia, en detectar las fuerzas vivas capaces de superar o alterar el orden establecido. Pero además la razón no funciona desde un exterior metafísico, sino incardinada en la propia realidad material. La razón siempre se ubica en un campo histórico de fuerzas y relaciones, en consecuencia, conocer la realidad es inevitablemente alterarla y verse alterado por esta.
Así, la “filosofía de la praxis” siempre involucra una toma de partido situada y creativa. Pensar es pensar-con la realidad entera, especialmente con los sujetos históricos que la constituyen. En contraste con la óptica “realista”, primero, la razón no constata lo dado para manipularlo, intenta detectar las fuerzas o las potencias capaces de superar lo dado (superar la dominación); segundo, no comprende a los sujetos históricos como “masas pasivas”, sino precisamente como fuerzas activas con las que se piensa y actúa; y tercero, pensar es inevitablemente crear.
Este último aspecto ha sido muy bien explorado por autoras feministas como Donna Haraway, quien propone reconsiderar la ciencia como ciencia ficción, es decir, una ciencia que no solo constata hechos, sino que los fabrica, los crea de manera condicionada, pues opera en el mundo. De ahí que los conceptos sean comprendidos por ella como figuraciones o ficciones políticas, asunto transversal a los nueve ensayos que componen Fuerzas y formas.
La lucha contra la dominación capitalista, estatista y patriarcal conllevaba, tanto en las tradiciones anarquistas como en las marxistas (heterodoxas), una lucha contra la dominación que se expresa en el terreno epistemológico. Dominación epistemológica que se produce, especialmente, como lo ha explicado minuciosamente la Escuela de Frankfurt, a través de la absolutización de una racionalidad instrumental u operativa.
El “anarcocapitalismo” no solo termina afirmando la necesidad de afianzar la dominación cultural (conquista de los “aparatos ideológicos”) y física (conquista del “aparato represivo” del Estado), sino que además lo hace con la meta de establecer un mercado “autorregulado”, que no es nada diferente a la distopía de una dominación capitalista absoluta. Todo lo anterior sin cuestionar e incluso reforzando la dominación heteropatriarcal, capacitista, colonial y sobre la Tierra en su conjunto, y acompañado de una absolutización de la racionalidad instrumental u operativa, traducida en el terreno político como mera Realpolitik.
De hecho, la propia figura de un personaje como Javier Milei ha sido cuidadosamente fabricada con el fin de movilizar a las “masas pasivas” que, deseando mayor libertad, terminan consintiendo su propia dominación. En este contexto, debería ser motivo de preocupación que una parte de la izquierda crea que la derecha contemporánea “ha comprendido mejor a Gramsci” que la propia izquierda, reproduciendo la indistinción entre “realismo político” y “filosofía de la praxis” o “materialismo histórico”.
La derecha contemporánea no “comprendió mejor a Gramsci”, ni tampoco es anarquista o libertaria, simplemente moviliza en clave funcional deseos, algunos de ellos libertarios y otros revanchistas o represivos, mediante técnicas que fácilmente podríamos comprender desde autores como Weber, Michels y Schmitt. No captar la diferencia involucra ceder espacio para una dominación epistemológica que funciona de manera entrelazada con otros tipos de dominación. Esta reflexión inspiró la escritura del apartado fragmentario con el que finaliza Fuerzas y formas, titulado Escolios para un marxismo implícito.
En segundo lugar, existe un motivo no tan coyuntural, pero igualmente histórico, para la publicación de nuestra colección de ensayos. Me parece que hoy no solo necesitamos una analítica del poder donde este no sea reducido a dominación y lucha por la dominación, también requerimos una concepción del poder que abarque decididamente tanto lo humano como lo no humano.
La reconceptualización del poder más allá de la lógica de la dominación es llevada a cabo a partir de autores clásicos como Simmel, Tarde y el mencionado Landauer, pero en especial mediante una lectura situada de Foucault, Deleuze y Guattari. Aquí la apuesta es por una suerte de ontología histórica del poder.
Se trata de una ontologíahistórica debido a que, por un lado, atiende a las mencionadas preocupaciones históricas, pero por otro lado, debido a que conlleva una concepción de la realidad relacionada con la emergencia de una nueva episteme u orden del discurso científico, que se identifica en cierta medida con algunos de los principales planteamientos asociados a la computación y a la física cuántica o microfísica.
Desde este punto de vista, la realidad es percibida como una pluralidad virtualmente ilimitada de fuerzas (concepción “energética” del poder), la cual se organiza en campos donde se cristalizan diversas estructuras, formas y formaciones tecno-bío-físico-sociales.Los campos de fuerzas no se reducen a campos de lucha (conflicto), son también espacios de alianza, resistencia, negociación, refuerzo, seducción, etcétera. Es en estos campos que adquieren consistencia los estratos físico-químico, orgánico y aloplástico, el último caracterizado por la técnica y el lenguaje.
Por ende, los diversos sujetos, objetos y formas en general, humanos y no humanos, se encuentran diversamente ensamblados y poseen tipos de agencia diferenciados en virtud de sus fuerzas constitutivas (filogenia), sus modos de singularización (ontogenia) y sus tipos de individuación.No son fundamentos de la realidad, sino modos de existencia constituidos en campos de fuerzas, en campos de estructuración. En resumen, dicha analítica del poder posibilita reconsiderar el asunto de las estructuras en clave performativa (procesual) y posthumanista.
Sin embargo, como apunté, lo anterior está lejos de ser un capricho teorético o academicista. Más bien atiende a los retos que implican las discusiones en torno al Antropoceno y a la llamada inteligencia artificial, la crisis socioecológica, la irrupción de movimientos antiespecistas y ecologistas, la aparición de movimientos decoloniales capaces de comprender la politicidad de agentes y fuerzas no humanas, entre muchos otros eventos característicos de una buena parte del siglo XX, pero que se han expresado con mayor ahínco en lo corrido del siglo XXI.
Esos flujos de fuerzas y campos de poder, en donde los ejercicios y las formas de dominación son solo uno de sus posibles resultados, no el único ni mucho menos algo necesario, son a su vez asumidos figurativamente como flujos de información, pues la realidad entera —así lo recuerda el concepto de “archiescritura” derrideano— es un entramado de historias en escritura permanente. “Informar” es comunicar una historia que se está escribiendo, pero también el acto de “dar forma”.
En ese flujo escritural, en principio impersonal, se constituyen históricamente todo tipo de mobiliarios, escenografías y personajes, tanto humanos como no humanos. Las autoras y los movimientos (trans)feministas han insistido siempre en que comprender mejor el mundo implica habitarlo de otros modos, escribir nuevas historias, fabricar nuevas escenografías o jugar con las establecidas para recomponerlas radicalmente. Fuerzas y formas es un modesto intento, realmente modesto,como diría Haraway, de afrontar colectivamente, con ironía, esperanza y alegría, algunos de los problemas de nuestro tiempo y mundos compartidos, sin olvidar lo que nos separa de los adversarios.
Nota: Las reflexiones que a continuación se presentan fueron parcialmente suscitadas por la lectura del prefacio que amablemente escribió el profesor Alfredo Gómez Muller, reconocido investigador de la historia y el pensamiento anarquista. Le agradezco también al profesor Damián Pachón, incansable promotor de la filosofía latinoamericana y colombiana, su invitación a publicar este texto.
Damian Pachon Soto
Profesor titular de la Universidad Industrial de Santander y Visitante Asociado del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe (Japón). Doctor en Filosofía y miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía. Convencido de que la filosofía contribuye a la cualificación de la democracia mediante la crítica y la cualificación de la discusión pública.
Autor de los libros “Herencias coloniales de larga duración y decolonialidad” (Universidad Industrial de Santander, 2025), “La modernidad filosófica española y su influencia en la filosofía latinoamericana” (Kobe City University of Foreign Studies (2024), “Estudios sobre el pensamiento colombiano, volúmenes I y II (Bogotá, ediciones Desde abajo 2011, 2020), “Espacios afectivos. Instituciones, conflicto, emancipación” (en coautoría con Laura Quintana, Barcelona, Herder, 2023), “Política para profanos” (Universidad Industrial de Santander, 2022), “El imperio humano sobre el universo. La filosofía de Francis Bacon” (Bogotá, 2019), entre otros. Colaborador habitual de Le Monde Diplomatique (Colombia) y de Filosofía&Co (España y América Latina)
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