Introducción

En un mundo marcado por crisis políticas, sociales, ecológicas y epistémicas, la recuperación de un pensamiento crítico y situado es más que una necesidad: es una tarea urgente e imperante, más en un mundo con tantos desafíos. América Latina ha sido históricamente un espacio de lucha y resistencia, un territorio atravesado por múltiples opresiones, pero también por la potencia de imaginar lo nuevo; eso ya lo ha enseñado la historia, la literatura, el cine y la realidad imperante que, en ocasiones, bajo la cotidianidad que, las más de las veces nos avasalla.

El pensamiento latinoamericano ha producido, a lo largo de su historia, reflexiones profundas que no solo buscan comprender la realidad desde sus propias condiciones históricas y culturales, sino que también se proponen como fuerza transformadora de dicha realidad. Esta doble vocación —crítica y propositiva— ha caracterizado a muchos de sus pensadores, quienes, frente a las herencias coloniales, las dependencias estructurales y las múltiples formas de dominación, han insistido en la necesidad de construir marcos teóricos situados, comprometidos con los procesos emancipadores y con las luchas de los pueblos.

En este horizonte, la obra de Hugo Zemelman Merino (1931–2013) se destaca como una de las contribuciones más significativas a la epistemología crítica y a las ciencias sociales en América Latina. Sociólogo y pensador chileno-mexicano, Zemelman desarrolló un pensamiento riguroso y comprometido que desborda los límites del análisis académico convencional. Su trabajo se orienta hacia la construcción de una epistemología situada, capaz de responder a las condiciones históricas concretas de América Latina, reconociendo en el conocimiento no una simple descripción de lo real, sino una práctica profundamente política y transformadora.

Zemelman desafía las dicotomías tradicionales que han estructurado buena parte del pensamiento occidental moderno, tales como la oposición entre sujeto y objeto, teoría y práctica, razón y sensibilidad, proponiendo en cambio una articulación dinámica que permita pensar el conocimiento como proceso activo, histórico y abierto. Su noción de “pensamiento epistemológicamente abierto” invita a superar los marcos rígidos de la racionalidad instrumental y a promover formas de conocer que estén en sintonía con las aspiraciones éticas, políticas y culturales de los sujetos sociales.

En esta perspectiva, conocer no es simplemente representar lo dado, sino interrogarlo, problematizarlo y abrir posibilidades inéditas de sentido y acción. El conocimiento, para Zemelman, debe ser un ejercicio de libertad y de responsabilidad histórica, una herramienta crítica para intervenir en la construcción de futuros posibles. De este modo, su obra no solo constituye un aporte teórico, sino también un llamado ético-político a pensar desde y para América Latina, afirmando la potencia creadora del pensamiento cuando se enraíza en la realidad concreta y se orienta hacia su transformación.

El pensamiento crítico y su contexto histórico

Zemelman desarrolló su obra en un período marcado por intensas convulsiones políticas y profundas transformaciones sociales en América Latina. Fue testigo directo del auge de los movimientos populares y revolucionarios que, desde la década de 1960, impulsaron proyectos de emancipación en diversos países del continente. También presenció su posterior crisis, producto tanto de contradicciones internas como de la brutal respuesta de los aparatos estatales y del intervencionismo externo, lo que condujo a procesos de militarización, represión sistemática y graves retrocesos democráticos.

Su pensamiento se encuentra profundamente vinculado a los eventos históricos que marcaron su biografía intelectual y existencial. Participó activamente en los debates generados por la Reforma Universitaria latinoamericana, que exigía una educación crítica, comprometida y al servicio de las transformaciones sociales. El golpe de Estado en Chile de 1973, que truncó violentamente el proyecto de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende, lo obligó al exilio y dejó una huella indeleble en su pensamiento. Lejos de silenciarlo, este episodio profundizó su convicción de que el pensamiento crítico debía nacer del dolor colectivo, de la experiencia concreta de la derrota, pero también de la esperanza activa.

Su exilio en México no fue una retirada, sino una nueva oportunidad para replantear los fundamentos del pensamiento social latinoamericano. En este país encontró un terreno fértil para desarrollar y consolidar su producción intelectual, especialmente en instituciones que valoraban el pensamiento comprometido, como El Colegio de México y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Estos espacios no solo le ofrecieron condiciones materiales y académicas para investigar y escribir, sino que también constituyeron ámbitos de diálogo y creación colectiva con otros exiliados, académicos críticos y movimientos sociales.

Lejos de refugiarse en una reflexión puramente teórica o distante, la obra de Zemelman mantuvo siempre un profundo compromiso con la realidad histórica de América Latina. Su producción intelectual no fue un ejercicio abstracto, sino un intento sostenido de pensar con la historia, de interrogar los límites del conocimiento tradicional y de imaginar nuevas formas de acción transformadora. En este sentido, su pensamiento se inscribe en la tradición de una epistemología crítica latinoamericana que no se contenta con describir el mundo, sino que busca intervenir en él, promoviendo procesos de liberación y construcción de sentido desde las propias condiciones de los pueblos del continente.

La historia como construcción: más allá de la dicotomía sujeto-objeto

Uno de los aportes más significativos de Hugo Zemelman a las ciencias sociales y a la epistemología crítica latinoamericana fue su comprensión innovadora de la historia como una construcción activa y abierta, profundamente anclada en la experiencia humana. Para Zemelman, la historia no puede reducirse a una mera cronología de eventos ni a un relato objetivo, cerrado e inamovible. Rechaza con firmeza tanto el positivismo, que tiende a concebir la historia como una acumulación de datos empíricos supuestamente neutrales, como el racionalismo abstracto, que la entiende como una estructura rígida regida por leyes universales y necesarias, ajenas a la contingencia y al conflicto social.

Su propuesta parte de una premisa radical: el conocimiento histórico no es una réplica pasiva del pasado, sino una forma activa de relación con la realidad, un ejercicio de construcción de sentido a partir de las condiciones concretas de los sujetos históricos. En otras palabras, la historia es siempre una interpretación situada, elaborada desde posiciones epistémicas específicas, y orientada por fines ético-políticos. Lejos de buscar una verdad única y definitiva, Zemelman apuesta por una comprensión del conocimiento como proceso problematizador, en el que el sujeto cognoscente se involucra críticamente con su objeto de estudio y con las condiciones de posibilidad del propio acto de conocer.

Desde esta perspectiva, conocer no es simplemente acumular información ni aplicar teorías prefabricadas; es, ante todo, problematizar la realidad, interrogar sus evidencias aparentes, desnaturalizar sus formas dominantes de representación, y abrir espacio a nuevas posibilidades de comprensión y acción. Este enfoque exige, por tanto, un compromiso ético con la transformación social: el conocimiento no puede ser neutro ni desvinculado de la praxis. En efecto, uno de los pilares de su pensamiento es la recuperación de la noción de praxis como síntesis dialéctica entre teoría y acción. Para Zemelman, conocer implica intervenir: no hay pensamiento válido si no está orientado a incidir críticamente en el mundo, a tensionar sus estructuras y a crear las condiciones de posibilidad para formas más justas de convivencia.

Esta concepción implica una redefinición profunda del papel del intelectual y del científico social, quien ya no se sitúa como un mero observador externo, sino como un actor implicado en los procesos históricos, responsable de contribuir a su transformación. El pensamiento, en esta clave, se convierte en un acto de libertad, una apuesta por la emancipación, una herramienta para imaginar y construir futuros posibles más allá de los límites impuestos por el orden establecido.

Pensar desde las posibilidades: una epistemología de la libertad

Uno de los aspectos más originales de la obra de Zemelman es su apuesta por la epistemología de la posibilidad. A diferencia de los enfoques tradicionales, que tienden a describir y analizar “lo que es”, Zemelman invita a pensar en “lo que puede ser”. 

Esta idea no debe confundirse con una utopía ingenua. Su propuesta no niega la realidad, sino que la interroga constantemente para abrir espacios de transformación. La posibilidad no es un simple deseo de cambio, sino una manera de posicionarse críticamente ante el mundo. 

Este enfoque se vincula directamente con su concepción de libertad. Para Zemelman, la libertad no es una abstracción teórica, sino un ejercicio concreto que se realiza a través de decisiones conscientes. La historia, lejos de ser un destino prefijado, es una construcción que depende de la acción de los sujetos. En este sentido, la libertad es el resultado de la capacidad de decidir y de comprometerse con una visión del mundo. 

La epistemología de la complejidad: superar reduccionismos

Zemelman también desarrolló una epistemología de la complejidad, inspirada en Marx, Gramsci, la Escuela de Frankfurt y Edgar Morin. Su enfoque busca superar las dicotomías rígidas del pensamiento occidental y entender la realidad como un entramado de múltiples dimensiones. 

En su crítica al positivismo, argumenta que la ciencia social no puede limitarse a establecer relaciones causales simples, sino que debe reconocer la naturaleza dinámica de los fenómenos sociales. La realidad no es estática ni lineal, sino que está en constante transformación. Por eso, conocer implica comprometerse con esa complejidad y reconocer que la verdad no es un punto fijo, sino un horizonte en construcción. 

La pedagogía de la dignidad: repensar la educación desde América Latina

En las últimas décadas de su vida, Zemelman profundizó su reflexión sobre la educación junto a Estela Quintar. Juntos desarrollaron la “Pedagogía de la dignidad de estar siendo”, propuesta vinculada con la “Didáctica no parametral”, un enfoque que rompe con los modelos tradicionales de enseñanza y apuesta por una educación crítica y situada. 

Desde el Instituto de Pensamiento y Cultura en América Latina (IPECAL), fundado a comienzos de la primera década de este siglo, promovieron una educación que no solo transmite conocimientos, sino que los construye colectivamente. La pedagogía de la dignidad no es solo una metodología de enseñanza, sino un posicionamiento ético y político frente al mundo. Aprender significa reconocer la propia capacidad de intervenir en la realidad. 

Este enfoque educativo busca una descolonización epistémica, es decir, una ruptura con los modelos de conocimiento eurocéntricos que han dominado la educación en América Latina. Frente a una pedagogía que impone saberes desde fuera, Zemelman y Quintar proponen una educación que valore las experiencias y luchas de los pueblos latinoamericanos. 

Un legado vigente: el pensamiento crítico en tiempos de incertidumbre

Hoy más que nunca, el pensamiento de Hugo Zemelman es un faro en medio de la incertidumbre. En un contexto de crisis ecológicas, desigualdades estructurales y desafíos políticos, su llamado a pensar críticamente desde América Latina sigue resonando con fuerza. 

La idea de que la historia no está escrita, sino que se construye, es una invitación a asumir el pensamiento como herramienta de emancipación. Frente a la resignación y el conformismo, Zemelman nos recuerda que el conocimiento es una forma de acción. 

A manera de paráfrasis y como él mismo podría sostener: “Pensar no es solo interpretar el mundo, sino construir la posibilidad de transformarlo.” Y en esa construcción, su obra sigue siendo una fuente de inspiración para quienes creen que otro mundo no solo es posible, sino necesario. 

Algunas obras

  • Zemelman, H. (1991). Sobre bloqueo histórico y utopía en Latinoamérica.
    • Zemelman, H. (1994). Racionalidad y ciencias sociales. Número Extraordinario, 45, 5–23. Anthropos.
    • Zemelman, H. (2003a). Los horizontes de la razón I (pp. 47–48). Anthropos.
    • Zemelman, H. (2003b). Los horizontes de la razón II. Anthropos.
    • Zemelman, H. (2004). Pensar teórico y pensar epistémico. En I. Sánchez Ramos & R. Sosa Elízaga (Eds.), América Latina: los desafíos del pensamiento crítico (pp. 21–33). Siglo XXI Editores.
    • Zemelman, H. (2010a). La forma del discurso: el problema de la recolocación del sujeto. En Aspectos básicos de la propuesta de la conciencia histórica (del presente potencial) (pp. 107–122). IPECAL.
    • Zemelman, H. (2010b). Sujeto y subjetividad: la problemática de las alternativas como construcción posible. Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, 9(27), 355–366.
    • Zemelman, H. (2011). Implicaciones epistémicas del pensar histórico desde la perspectiva del sujeto.

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