En este espacio de El Espectador Presentamos esta reflexión de la profesora Adriana Yiseth Fuentes Bayona sobre los efectos de los LLM en la escritura. Una reflexión urgente sobre las nuevas tecnologías y su impacto en el ámbito educativo.
En este espacio de El Espectador Presentamos esta reflexión de la profesora Adriana Yiseth Fuentes Bayona sobre los efectos de los LLM en la escritura. Una reflexión urgente sobre las nuevas tecnologías y su impacto en el ámbito educativo.
Presentamos este texto de la profesora Adriana Yiseth Fuentes. Ella es Licenciada en Español y Literatura, Magíster en Educación y Candidata a Doctora en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Industrial de Santander. Su labor investigativa se centra en la intersección entre educación, escritura y tecnologías emergentes, con un enfoque particular en los efectos de la inteligencia artificial y los modelos de lenguaje de gran escala (LLM) en el desarrollo de habilidades escriturales en el contexto escolar. Actualmente, se desempeña como docente en la Secretaría de Educación de Santander, en el municipio de Los Santos.
Los LLM y el futuro de la escritura
Por: Adriana Yiseth Fuentes Bayona
La laptop, el celular, la tablet: dispositivos unipersonales que concentran nuestra experiencia cotidiana, encapsulando el trabajo, la vida social, el ocio e incluso las actividades académicas. Hoy resulta casi inimaginable salir de casa sin nuestro celular; nos generaría una ansiedad comparable a olvidar ponernos los pantalones en un sueño embarazoso. Esto ocurre porque hemos depositado nuestras necesidades e inseguridades en manos de la tecnología, confiando en ella todo aquello que nos desborda. Con Google Drive, nuestros libros y documentos se trasladaron a la nube, liberándonos del peso de cargar montones de papeles. Google Maps o Wase nos permiten ubicarnos sin esfuerzo, eliminando la necesidad de recorrer cada cuadra preguntando cómo llegar a nuestro destino. Google Fotos se ha convertido en el guardián de nuestros recuerdos, devolviéndonos cada día una instantánea del pasado que, a veces, nos saca una lágrima de nostalgia; mientras el buscador, y más recientemente las aplicaciones de IA generativa, nos ofrecen respuestas a nuestras preguntas más cotidianas y, a veces, absurdas: “¿Cómo saber si tengo cáncer?”, “¿Cómo destapar una botella de vino sin sacacorchos?”.
Hemos condensado tanto de nuestra vida en estos dispositivos que se han vuelto indispensables, cargando en ellos nuestra memoria, nuestras inquietudes y nuestras herramientas para el día a día. Así, la tecnología no solo nos acompaña, sino que nos completa en una nueva versión de nosotros mismos: una versión conectada que, al facilitar la existencia, también nos hace vulnerables a su ausencia. El auge y fácil acceso a las aplicaciones de inteligencia artificial, especialmente los Modelos de Lenguaje Extensos (LLM), añade un nuevo nivel de complejidad a nuestra relación con la tecnología. Estos modelos no solo procesan el lenguaje de manera extraordinaria, permitiéndonos delegar gran parte del trabajo de escritura y creatividad textual, sino que también nos obligan a reconsiderar la naturaleza de nuestra relación con el lenguaje y la escritura, y, en última instancia, nuestra autonomía intelectual.
Michel Foucault, en Verdad y poder (1978), sostiene que el conocimiento nunca es neutro; siempre está atravesado por las estructuras de poder que lo producen y lo utilizan para normar la conducta individual. Los LLM, como herramientas que generan textos coherentes, articulados y formalmente correctos, no son meros asistentes pasivos en la tarea de escribir. Al imitar y reproducir las convenciones del discurso dominante, ejercen poder sobre nosotros al modelar y estandarizar la forma en que comunicamos nuestras ideas. Inducen a aceptar, a menudo de manera inconsciente, ciertos estilos, narrativas y maneras de construir el conocimiento, desplazando la diversidad de perspectivas en favor de lo que es optimizado y eficaz.
Esta forma sutil de control es difícil de detectar, pues cuando pensamos en inteligencia artificial, nos vienen a la mente mundos postapocalípticos de Hollywood, como Blade Runner o Matrix, o la IA como un agente malvado en Terminator o 2001: Odisea en el espacio, incluso versiones más humanizadas, como en El Hombre Bicentenario o Her, o los escenarios de control y vigilancia en Black Mirror. Sin embargo, nuestra realidad no es tan espectacular; por esa misma razón, los mecanismos de control pueden ser más eficientes y pasar desapercibidos. Herbert Marcuse, en El hombre unidimensional (1993), advierte que la represión de la libertad en el capitalismo avanzado no es violenta ni explícita, sino que se manifiesta a través del aumento del confort y el nivel de vida. Lo que temíamos con la llegada de la inteligencia artificial, como el desplazamiento de tareas humanas por robots antropomorfizados, hoy se materializa, más bien, en la delegación de actividades intelectuales como el razonamiento y la escritura a la arquitectura algorítmica generativa. Paradójicamente, las inteligencias artificiales generativas han planteado una vuelta a una condición de oralidad compleja, reduciendo la escritura a un medio instrumental. La escritura ya no es una herramienta de introspección y elaboración profunda, sino un vehículo funcional que satisface el deseo de comunicar sin exigir un compromiso significativo con el conocimiento. Este desplazamiento representa una pérdida de la capacidad para construir una relación crítica y consciente con el pensamiento, transformando la escritura de una expresión profundamente humana a un mero trámite tecnológico que empobrece nuestra interacción con el mundo intelectual.
Jürgen Habermas (2023), en Teoría de la acción comunicativa, argumenta que el valor del lenguaje no reside solo en su capacidad para transmitir información de manera eficiente, sino en su potencial para facilitar el entendimiento mutuo, arraigado en el “mundo de la vida” compartido, esa trama de supuestos, valores y significados construidos colectivamente. La acción comunicativa, según Habermas, busca el consenso racional y la interacción libre entre individuos capaces de exponer y defender sus puntos de vista. Los LLM, al optimizar la producción textual, desplazan esta dimensión comunicativa hacia un terreno más instrumental: el objetivo ya no es el entendimiento, sino la producción rápida de contenido que encaje en modelos preestablecidos. Esto transforma el acto de escribir en una tarea técnica, donde la conexión entre escritor y lector queda mediatizada por un algoritmo que prioriza la coherencia formal sobre la riqueza del entendimiento intersubjetivo.
Herbert Marcuse (1993) nos advierte, asimismo, que la tecnología, en su búsqueda por facilitar la existencia y eliminar obstáculos, corre el riesgo de reducir nuestra capacidad crítica y transformar la creación de significados en una función mecánica. Los LLM, al escribir por nosotros, eliminan parte de la lucha inherente al proceso creativo: la búsqueda de las palabras adecuadas, el cuestionamiento de nuestras ideas, la revisión y el constante ajuste. La escritura, en su forma tradicional, siempre ha sido un espacio de autodescubrimiento y confrontación con las limitaciones del lenguaje y del pensamiento propio. Externalizar esta labor a la inteligencia artificial puede significar renunciar a una parte fundamental de ese proceso introspectivo, quedando solo con una versión superficial y funcional del acto de escribir.
Además, los LLM podrían fomentar una “unidimensionalidad” del pensamiento, en términos de Marcuse. El lenguaje, que debería ser un vehículo para la exploración de lo nuevo, se convierte en un producto estandarizado diseñado para cumplir con expectativas y normas comunes. Esto alinea el proceso de escritura con las demandas del sistema tecnocapitalista, que prioriza la eficacia y el rendimiento sobre la expresión genuina y la creatividad humana, reduciendo nuestra capacidad de ser críticos y autónomos. Aunque las personas sienten que tienen una infinidad de elecciones, la mera abundancia de opciones no representa una verdadera libertad, sino una forma de sofocar la reflexión crítica.
Por otra parte, Foucault (1978) nos recuerda que el poder no es una fuerza externa que impone límites, sino una red que atraviesa los discursos y regula lo que puede decirse y aceptarse como verdadero. En el caso de los LLM, la capacidad para producir textos rápidamente y con coherencia formal responde a una lógica que replica las prioridades y exclusiones inscritas en las plataformas que los desarrollan y controlan. Aunque se presenta una narrativa de democratización del acceso al conocimiento, las relaciones de saber-poder que sustentan estas tecnologías reproducen nuevas formas de exclusión, basadas en la opacidad algorítmica y la dependencia de infraestructuras centralizadas.
En el ámbito educativo, estas reflexiones adquieren una importancia crucial, especialmente en el aprendizaje de la lengua materna en colegios y escuelas. La escritura en lengua materna no solo es una habilidad técnica, sino también un medio para estructurar el pensamiento, expresar ideas propias y construir una identidad cultural y lingüística. Si estas herramientas se integran de manera acrítica en el aula, existe el riesgo de que los estudiantes dependan de ellas para generar textos y eviten desarrollar habilidades fundamentales como la construcción de argumentos, la exploración de su propia voz y el dominio de la gramática y el vocabulario.
Pierre Bourdieu, en Las formas del capital (1986), señala que el capital cultural no se adquiere solo a través del acceso a la información, sino mediante la internalización de prácticas y habilidades valoradas socialmente. La escritura autónoma es esencial para acumular y ejercer capital cultural, y delegarla a una inteligencia artificial puede erosionar esa capacidad en etapas críticas del desarrollo. A este respecto, Foucault (1978) explica cómo las estructuras de conocimiento están atravesadas por relaciones de poder que moldean lo que se considera válido o legítimo. En la educación en lengua materna, los LLM reproducen convenciones lingüísticas dominantes que priorizan estilos estándar y estructuras predefinidas, reduciendo la riqueza y diversidad cultural que deberían fomentarse en las aulas. Este fenómeno homogeniza las formas de escritura, resultando en una pérdida de expresiones locales, dialectos o estilos narrativos propios de las comunidades estudiantiles.
Desde la perspectiva de Mark Fisher (2009), esta dependencia de herramientas tecnológicas refuerza las lógicas del realismo capitalista en la educación, donde el éxito se mide en términos de eficiencia y productividad. Si los estudiantes pueden generar un ensayo o una respuesta textual en segundos con un LLM, la tentación de evitar los esfuerzos creativos y analíticos inherentes al proceso de escritura se vuelve casi irresistible. Sin embargo, como advierten Marcuse y Habermas, esta búsqueda de comodidad y rapidez puede socavar la capacidad crítica y reflexiva central en cualquier sistema educativo.
Nuestra tarea, siguiendo a estos autores, no es simplemente integrar los LLM en la educación en lengua materna, sino repensar su papel de manera crítica. Debemos cuestionarnos cómo utilizarlos como herramientas complementarias sin que sustituyan el esfuerzo creativo y el aprendizaje significativo. Es esencial garantizar que los estudiantes desarrollen una voz propia y aprendan a escribir no solo para cumplir con un estándar, sino para explorar su identidad y construir una relación reflexiva con el lenguaje.
La tecnología no solo nos acompaña ni nos completa; nos transforma, nos somete a nuevos regímenes de poder y redefine continuamente los límites de nuestra autonomía e identidad. En nuestra búsqueda por una vida más cómoda y eficiente, corremos el riesgo de convertirnos, como advertían Foucault, Marcuse y Habermas, en sujetos moldeados y gobernables, cada vez más vulnerables a un poder que se manifiesta en la suave coerción de la eficiencia y la conveniencia. La verdadera libertad, en este contexto, no se encuentra en la adopción acrítica de la tecnología, sino en la capacidad de cuestionar, resistir y buscar formas de utilizarla que nos permitan mantener nuestra autonomía, nuestra capacidad de reflexión y nuestra multidimensionalidad como seres humanos.
En conclusión, la irrupción de la inteligencia artificial en la producción textual plantea desafíos profundos para nuestra relación con el lenguaje, el conocimiento y la educación. Es imperativo que, al integrar estas tecnologías, lo hagamos de manera consciente y crítica, preservando las dimensiones humanas esenciales de la escritura y fomentando un aprendizaje que promueva la autonomía, la creatividad y la diversidad cultural.
Referencias
Bourdieu, P. (2001). Las formas del capital. En Poder, derecho y clases sociales (pp. 131-157). Descleé de Bouwer.
Fisher, M. (2016). Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? Caja Negra.
Foucault, M. (1978). Verdad y poder. En Microfísica del poder. (pp. 175-189). La Piqueta.
Habermas, H. (1978). Teoría de la acción comunicativa. (pp. 457-507). Trotta.
Marcuse, H. (1993). El hombre unidimensional: Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada (pp. 7-48). Planeta-Agostini.
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.