En el año 2022 fue publicada por la editorial Siglo del Hombre Editores una nueva traducción de la Fenomenología del espíritu de Hegel, una obra capital de la filosofía moderna. La nueva traducción fue realizada por el maestro colombiano Jorge Aurelio Díaz, un especialista en la filosofía del filósofo alemán y a quien ha dedicado obras como Estudios sobre Hegel (1986) y Ensayos de filosofía I y II (2015). El maestro Jorge Aurelio ha formado con generosidad, seriedad y rigor a decenas de filósofos en el país, y se ha dedicado también a la titánica y difícil labor de la traducción. En este campo ha realizado traducciones de Descartes, de Hegel y de algunos estudios sobre Hegel.

En “Filosofía y coyuntura” hablamos con él sobre su llegada a la Universidad Nacional, los estudios hegelianos en Colombia, el quehacer filosófico y la filosofía como forma de vida, y, desde luego, sobre su traducción de la Fenomenología del Espíritu

Estimado maestro Jorge Aurelio, gracias por aceptar esta entrevista en este espacio de El Espectador.

Damián Pachón. Después de haber sido profesor en Venezuela, ¿cómo vio el ambiente académico en la Universidad Nacional, el nivel filosófico, y cómo valora lo que hasta esa fecha se había escrito en Colombia sobre la filosofía de Hegel?

Jorge Aurelio Díaz. Ingresé por concurso a la Universidad Nacional de Colombia en el año 1985, luego de haber trabajado por más de 10 años en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, Venezuela. Como había estado ausente del país por más de 20 años, no sabía del ambiente conflictivo que estaba viviendo la Universidad Nacional durante los últimos 10 años. Ese mismo año se cerró la Universidad por la dureza de los conflictos, y fue nombrado rector el Profesor Marco Palacio, quien la reabrió al año siguiente luego de tomar varias medidas.

El ambiente académico en el Departamento de Filosofía era muy bueno, a pesar de las circunstancias conflictivas en el seno de la Universidad, gracias al grupo de profesores con un elevado nivel académico. Sobre Hegel no se había escrito mucho en Colombia, como bien puede verse en el libro publicado por la Universidad Santo Tomás, con motivo del IV Congreso de Filosofía Latinoamericana, titulado “Tendencias actuales de la filosofía en Colombia”. Allí hice una presentación de lo publicado en Colombia hasta la fecha (1988), a la que el profesor Ramón Pérez Mantilla le hizo unos cuestionamientos muy acertados, confirmando lo dicho por mí acerca de que hubiera sido él y no yo quien hubiera debido hacer esa recensión del hegelianismo en nuestro país.

DP. En esos años se discutía desde la Universidad Santo Tomás sobre la existencia o no de una filosofía colombiana y latinoamericana. Tengo entendido que usted participó en un congreso de 1986 donde se discutieron esos problemas. ¿Nos puede recordar cuál fue su posición al respecto?

JAD. Considero que las discusiones que se llevaron a cabo en Colombia, fomentadas por el grupo de profesores de la Universidad Santo Tomás, en torno a la existencia o no de una filosofía latinoamericana, mostraron dos caras. Una negativa, a mi parecer, en la medida en que algunos pretendían elaborar un pensamiento totalmente autónomo, independiente o separado del pensamiento filosófico elaborado sobre todo en Europa. Pretensión que, lejos de mostrar una verdadera libertad y autonomía del pensamiento, reflejaba un sentimiento de inferioridad. Pero tenía igualmente una cara muy positiva, que impulsaba una reflexión sería acerca del papel de la labor filosófica en el seno de nuestras sociedades.

Infortunadamente ese movimiento se vio en buena medida frustrado por las diversas crisis que se presentaron en el seno de la Universidad Santo Tomás, y que interrumpieron abruptamente un proceso que prometía un valioso y fecundo futuro, como pudo evidenciarse precisamente en ese IV Congreso, en el que participamos filósofos de las mas diversas tendencias.

Cabe sin embargo señalar que los estudios de filosofía se han venido desarrollando en Colombia, como puede constatarse en los diversos programas de filosofía que se imparten en varias universidades tanto públicas como privadas, en el fortalecimiento de la Sociedad Colombiana de Filosofía, en las revistas especializadas que se publican actualmente, todas ellas con un muy buen nivel académico, en los diversos congresos nacionales y regionales, así como en otros fenómenos que esperan ser analizados y valorados con la debida consideración.

DP. Un aspecto que le reconocen sus discípulos, sus estudiantes, es la generosidad con que usted entrega su saber, la disposición al diálogo, su generosidad intelectual. Sustentado en esa labor que ha realizado por años, ¿cuál cree usted sea la labor de un auténtico profesor de filosofía? ¿Cuál es su responsabilidad con los estudiantes y, desde luego, con la disciplina? ¿Qué aconseja usted a aquellos que quieren dedicarse a la enseñanza de la filosofía?

JAD. Esta pregunta es particularmente difícil de responder en un espacio tan estrecho como el de una entrevista, por muy diversas razones. Pero la principal es que no considero que pueda haber un modelo de profesor que pudiera servir de referente para perfilar la labor docente. Entiendo que la relación del profesor de filosofía con la docencia, con sus estudiantes, con la universidad, con el país, con la política y con sus convicciones personales plantea problemas y preguntas que cada uno deberá tratar de responder a su manera y con los mejores elementos de crítica, a la vez que dependen en gran medida de las circunstancias inevitablemente diversas y cambiantes que determinan a cada individuo. Creo que con estas consideraciones, bien puedo pasar a la siguiente pregunta.

DP. Usted ha hablado constantemente y ha escrito sobre la “filosofía como forma de vida”, para usar la expresión de Pierre Hadot en sus valiosos trabajos sobre la filosofía antigua. ¿Considera usted que hoy, dadas las prácticas filosóficas más ortodoxas, el exceso de burocratización del saber, el imperativo de publicar papers, etc., se ha perdido esa conexión de la filosofía con la vida en el sentido en que lo pensaron el mismo Hadot, María Zambrano o, incluso, el último Foucault?

JAD. Para responder en la forma más sencilla esta pregunta, no menos compleja que la anterior, yo diría que hay al menos dos tendencias en las formas de abordar la reflexión filosófica, que si bien son muy distintas, pueden sin embargo presentar formas de complementariedad. Una primera es la que Usted señala cuando habla de la filosofía “como forma de vida”, que yo considero la manera “clásica” en la tradición filosófica desde la Grecia antigua, y a la cual, como Usted anota, he tenido ocasión de referirme en algunos de mis escritos. Pero hay otra forma muy diferente de entender la filosofía, y que considero más “moderna”, para la cual se trata de una labor científica y académica, muy semejante a las de otras “profesiones”, que busca perfilar algunos problemas específicos y tratar de hallarles soluciones adecuadas, sin que ello implique necesariamente comprometer la propia vida en ello.

Como puede verse, son dos formas muy diferentes de abordar las tareas de un “filósofo”, que no se excluyen entre sí por completo, pero sí tienen consecuencias importantes para la elección de los temas de reflexión, la manera de examinarlos, los métodos de análisis, los resultados que se buscan, los autores que se estudian, etc. Ambas son válidas y pueden incluso combinarse en diversas “dosis”; por mi parte, me he inclinado siempre por la forma “clásica”, sin desdeñar por ello la forma “moderna”,   

En cuanto a los procesos de burocratización a los que Usted hace referencia, creo que están teniendo consecuencias negativas para ambas maneras de ejercer las funciones filosóficas, y que resulta necesario impulsar una reflexión seria para contrarrestarlas. El problema básico, a mi parecer, se halla en la necesidad que tienen las instituciones de establecer parámetros para medir y controlar la labor de los docentes e investigadores, pero tales parámetros suelen tener un carácter cuantitativo que permite manejarlos con más efectividad. Ahora bien, ¿puede una labor de carácter cualitativo como suele ser la docencia y la investigación, ser medida con elementos cuantitativos?

Para hablar en términos “ecológicos”: buscando destruir las plagas con insecticidas, se termina matando a los pajaritos que son las que las controlan. La única manera de evitar dicho problema es consolidando verdaderas “comunidades académicas” que sean las que otorguen reconocimientos y “castiguen” con sus críticas las producciones académicas de los colegas; labores que no pueden dejarse en manos de los gobiernos, de las autoridades, ni de burócratas, que no están capacitados para ejercerlas.

DP. Hablando del quehacer filosófico, hoy hay un auge de nuevas prácticas filosóficas, como el café filosófico, consultoría filosófica, filosofía en la calle, la tradicional filosofía para niños, al igual que la proliferación de blogs, canales de YouTube, pódcast, etc., de divulgación filosófica, ¿qué opinión le merecen estas prácticas? ¿Considera que vulgarizan la filosofía o le restan rigor filosófico a los problemas que se plantean?

JAD. En esto de la divulgación de la filosofía yo comparto la idea de André Malraux, cuando, siendo ministro en Francia, sacó de algunos museos obras de arte para colocarlas en estaciones del metro de París: el arte no se degrada por descender hasta el pueblo, sino que, por el contrario, lo eleva. Sin embargo, no podemos negar que la cultura en general, y por consiguiente también la filosofía, tiene una tendencia “elitista”: separa a la persona de lo que Spinoza consideraba el vulgus, es decir, el hombre ordinario. Es algo que deberían considerar quienes abogan por la llamada “socialización de la cultura”: ¿dónde están los límites de los procesos de homogeneización?

DP. Volviendo al tema de Hegel, es bien conocido por todos sus largos años de dedicación al estudio de su filosofía, al idealismo alemán y, en general, a la filosofía moderna. ¿Cómo nace la idea de traducir la Fenomenología, la obra capital de Hegel como decía Marx? ¿Cuáles eran, supongo, sus malestares con las traducciones existentes, específicamente, con la de W. Roces que es la que más ha circulado e América Latina? ¿Cuál fue el mayor reto de realizar la traducción de esa obra, una de las más difíciles de la historia del pensamiento?

JAD. Aquí son varias las preguntas, y no voy a responderlas todas, para no alargar demasiado mi respuesta. Comencé a traducir la Fenomenología del Espíritu para mis estudiantes, porque consideraba que la traducción de Wesceslao Roces, sin dejar de ser correcta, presentaba algunas dificultades de lectura que podían mejorarse. Avancé luego en la traducción por diversos motivos, y, cuando nos encerró la pandemia del Covid-19, decidí aprovechar esos dos años para terminarla. No considero que mi traducción sea mejor que, por ejemplo, la de Antonio Gómez Ramos, en su edición bilingüe de Abada Editores; sólo espero que no sea inferior. En todo caso, ofrece una oportunidad más a los lectores de habla hispana de abordar un texto tan fecundo como difícil, que pertenece sin duda alguna a lo mejor del pensamiento filosófico occidental. Mi traducción cuenta con una Presentación elaborada por el profesor y colega Luis Eduardo Gama; sin duda una de las mejores introducciones al pensamiento de Hegel elaboradas en español.

Aprovecho la ocasión para agradecer a la Editorial Siglo del Hombre por la edición de esta obra, que contó con todo el exquisito cuidado de quienes laboran en ella.

DP. Por último, maestro Jorge Aurelio, pasados más de 200 años de la publicación de la Fenomenología, a su parecer ¿por qué esta obra de gran calado especulativo -en el sentido filosófico del término- se mantiene vigente? ¿Qué le puede decir ella al mundo de hoy? 

Esta pregunta ha sido ya respondida por extenso en la Presentación del profesor Gama, a la que me referí en la respuesta anterior. Sin embargo, puedo añadir que la Fenomenología del Espíritu se sitúa, en la historia del pensamiento occidental, junto a las obras más significativas que han marcado el desarrollo de la cultura. Pienso, por ejemplo, en los diálogos de Platón, los escritos filosóficos de Aristóteles, la Suma de Teología de Tomás de Aquino, las Meditaciones de René Descartes, los escritos de John Locke o de David Hume, Ser y Tiempo de Martín Heidegger, etc. Hacerla accesible a los estudiosos de habla hispana considero que constituye un aporte valioso al cultivo de la filosofía en nuestro medio. Son obras que, como el vino, maduran con el tiempo, y a las que cada nueva generación de estudiosos puede y debe acudir para enriquecer su pensamiento y aprender a pensar por cuenta propia.

Avatar de Damian Pachon Soto

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.