Presentamos en este espacio de El Espectador este ensayo de la filósofa Sandra Lince Salazar. Ella es Licenciada en Filosofía y Letras, Magíster en Filosofía y Doctora en Educación. Docente e investigadora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Caldas. Dirige el grupo de investigaciones Filosofía y Cultura e integra el colectivo de estudios feministas Las hijas de Lilith. Sus áreas de trabajo son la filosofía y semiótica del arte, la filosofía de la educación, la filosofía de la creatividad y las mujeres filósofas. Autora de varios artículos sobre el problema de la creatividad:

Introducción

No es difícil aceptar que el cambio y la diversidad son el modo de ser del mundo contemporáneo. Esto nos permite entender que tenemos el contexto ideal para que hablar de creatividad sea algo cotidiano y trivial, y a la vez una necesidad constante, que paradójicamente aparece con pretensiones de universalidad o, al menos, de sensus communis. Parece claro que la creatividad es hoy vital para construir y comprender nuestra relación con el mundo. No es raro ver anuncios de ofertas de empleo donde las instituciones piden, casi a gritos, personas creativas. Asimismo en los ámbitos escolares, escuchamos constantemente que hay que formar en competencias creativas, como si fuera una receta para el éxito. (Y hablando de recetas… hoy también, es indispensable que la cocina sea creativa).  

Me gusta pensar que hemos entendido que  los cambios epistemológicos, políticos, sociales, culturales y tecnológicos, entre otros,  conllevan nuestro propio cambio, como creación de mundo y de nosotras mismas. Pero, me cuesta imaginar que cada vez que se evoca la “creatividad” se reconoce la complejidad epistemológica, fenomenológica y ontológica que la atraviesa. Se ha convertido en un lugar común, en una palabra a la que se recurre con frecuencia, porque, al parecer, fácilmente comprendemos lo que refiere, lo que sugiere o lo que pide y promete. Pero  ¿alguna vez nos detenemos a pensar qué es y cómo ocurre la creatividad? ¿Para qué la queremos? o ¿Cuáles son sus alcances? Estas y otras preguntas, que, por su puesto, constituyen un embeleco filosófico, son necesarias para comprender las implicaciones de la creatividad en nuestra relación con el mundo.

Vinculando la filosofía con la creatividad

El problema que vincula la filosofía con la creatividad no está en preguntarnos hasta dónde la filosofía es o puede ser creativa. Decir que la filosofía es creativa,  no trae novedad, creamos con conceptos, ya decía Deleuze. Además, es legítimo afirmar que la filosofía es tan creativa como la ciencia y el arte, ya que contribuye con la abstracción, el ordenamiento y la explicación que estas nos dan del mundo. Desde ella creamos nuestras concepciones de mundo(s).

El problema realmente urgente es preguntarnos filosóficamente por la creatividad. Estamos ante un fenómeno que se ha instalado en todas las esferas posibles de la experiencia humana, y por tanto no puede ser obviado por la filosofía. No basta  con que esta levante la mano para sumarse al fenómeno y diga que también es creativa. La reacción filosófica que necesitamos es el desarrollo de una filosofía de la creatividad en la que esta se problematice como concepto y como experiencia.

Desde muchas posturas y corrientes filosóficas defendemos que el mundo no está dado, sino que está en constante creación. Llegar a esta idea implicó arrebatarle la capacidad creadora a los dioses para convertirla en una actividad humana. La pregunta filosófica por la creatividad tiene antecedentes en la pregunta por la creación, que se remonta hasta la poíesis griega. Sin embargo una filosofía de la creatividad, propiamente dicha, apenas comenzó a desarrollarse hacia la segunda mitad del siglo XX, cuando aparecen filósofas y filósofos preocupados por esclarecer las implicaciones epistemológicas, ético-políticas, ontológicas y fenomenológicas de la creatividad, sin ligarla a la producción artística y su historia. En cambio, la piensan desde otras dimensiones emergentes como la creatividad social o creatividad ciudadana, la creatividad en el ámbito escolar, o en el desarrollo tecnológico, entre otras.

Aunque es común encontrar el uso del concepto de creatividad en distintos tratados filosóficos, debemos reconocer que eso no basta para afirmar la existencia de una filosofía de la creatividad. Lo que define este campo emergente no es simplemente el uso del término, sino la problematización del concepto desde un preocuparse y ocuparse de preguntas como ¿dónde y cómo ocurre la creatividad?, ¿cuándo hay creatividad? o ¿cuáles son sus consecuencias?. La forma cómo se abordan estas preguntas y según las pretensiones que las sostienen, me ha permitido identificar que, a pesar de su reciente aparición, estamos ante dos corrientes: una que llamo psicologista , centrada en los procesos mentales; y otra que denomino ontológica, que reconoce en la creatividad una forma de experiencia vivencial, y por tanto, transformadora.

En la corriente psicologista ubico planteamientos como los de la filósofa Margaret Boden o los de Enric Trillas, quienes se caracterizan por considerar la creatividad como una función de la mente basada en procesos lógico-cognitivos que combinan y transforman contenidos previamente almacenados, bien sea de la memoria o la percepción. Desde esta corriente, crear es una operación mental que puede describirse, modelarse e incluso programarse.

Entre las motivaciones y alcances de esta postura está la contribución al desarrollo de la inteligencia artificial, y si bien esto resulta de gran importancia, también debe advertirse  sus efectos reduccionistas cuando se traslada al ámbito social y escolar. Al asumir que la creatividad es una actividad diferenciada, propia de ciertos funcionamientos o estructuras mentales, se corre el riesgo de clasificar a las personas entre creativas o no creativas, limitando así el beneficio para una parte de la población. Esta situación, bastante común,  se ha buscado subsanar con actividades o ejercicios que contribuyan a desarrollar el funcionamiento mental con fines creativos. Pero esta salida, por un lado, pone en riesgo la propia postura psicologista, ya que para formar en creatividad es necesario promover la entrada en situaciones de creatividad, las cuales exigen contextos vivenciales (o al menos hipotéticamente vivenciales), siendo insuficiente una programación cognitiva. Por otro lado, si aceptamos que la creatividad puede enseñarse solo con entrenamiento mental, estaríamos fomentando una especie de programación humana basada en una separación entre la persona y su realidad, entregando sujetos pasivos frente a un mundo que, se supone, somos nosotras las que lo creamos y transformamos.

En contraste, la corriente ontológica propone una visión con mayores alcances en la experiencia vivencial y la construcción de mundo, aquí la creatividad no se reduce a un proceso mental ni a una mecanismo técnica. Es, ante todo, una experiencia de relación con el mundo. Filósofas como Sara Barrena, Angélica Sátiro, Rudolf Arnheim, José Antonio Marina & Eva Marina o David Bohm, coinciden en que la creatividad surge de la interacción con nuestro entorno, de nuestra disposición a dejarnos afectar y responder de forma particular a nuestro encuentro con el  mundo. No se trata exclusivamente de una propiedad interna del sujeto, ya que como lo proponen Marina & Marina (2013, p. 46)  “la inteligencia humana descubre posibilidades en la realidad”. Si bien hay razonamiento abductivo como lo propone Barrena; hay percepción, como lo propone Arnheim; o una búsqueda de un orden implicado según Bohm; la creatividad es presentada como la experiencia de nuestra propia creación y de nuestra participación activa en la creación de mundo.

Así tenemos, entonces, que desde la filosofía de la creatividad, esta, en tanto actividad humana, es explicada como un proceso mental (corriente psicologista) o como una experiencia vivencial (corriente ontológica). No obstante, es importante señalar que, desde ambas corrientes, se reconoce un consenso en torno a que los productos de la creatividad son una respuesta a alguna necesidad individual o colectiva. Además, se caracterizan por ser inteligibles, novedosos y enriquecedores de la persona o el entorno.

La creatividad y su relación con otras urgencias filosóficas como la IA

Después de reconocer que existe una filosofía de la creatividad y señalar en ella dos corrientes, es importante destacar cómo cada una de sus exponentes sugiere alcances de la creatividad muy significativos para la filosofía en general.

Sara Barrena amplía los horizontes de reflexión al proponer vínculos entre creatividad, razón e imaginación, así como entre creatividad, educación y autocontrol. Por su parte, Angélica Sátiro nos presenta el ethos creativo como “una obra abierta, un constante constituirse a uno mismo y a sus relaciones con los demás” (2019, p. 173) propuesta desarrollada desde cuatro dimensiones: persona ético-creativa, proceso ético-creativo, producto ético-creativo y ambiente ético-creativo. Su trabajo se enfoca especialmente en la creatividad social. En Bohm encontramos relaciones profundas entre el caos y la creatividad, así como entre la ciencia y el arte como actividades creadoras de mundo. En Margaret Boden encontramos una visionaría, que desde los años setenta, viene ocupándose de explorar las relaciones entre los procesos mentales de la creatividad humana y los procesos de programación creativa en la inteligencia artificial, asuntos que también encontramos en Trillas.

Si bien cualquiera de estos asuntos resultan importantísimos, y todos deben ser atendidos por la filosofía de la creatividad, porque podemos rastrear implicaciones ontológicas que defienden la creación del mundo y nos interpelan sobre nuestro papel de cara a esta constante creación. En particular, las relaciones entre creatividad e inteligencia artificial constituyen hoy un asunto de altísima urgencia filosófica, porque es la única relación que parece advertir un posible jaque a la condición humana.

Lo más común es pensar la IA desde la filosofía moral, desde la epistemología o desde la filosofía de la educación, como formas tradicionales de reconocernos en nuestra condición humana. Sin embargo, es fundamental desarrollar una filosofía de la inteligencia artificial de la mano de la filosofía de la creatividad, sobre todo desde la corriente ontológica.

Entre los asuntos que nos permite entender la corriente ontológica es que la creatividad no son manualidades, no es solo arte y que más allá de ser un proceso mental, es la experiencia de nuestra propia creación y de nuestra participación en la creación de mundo. Ante el desarrollo de la IA parece que esto se pone en riesgo. Si no comprendemos que las inteligencias artificiales generativas son herramientas, y les entregamos nuestras tareas intelectuales, entonces ¿qué sucederá con nuestra agencia en la creación de mundo?

Es innegable la nostalgia que provoca pensar que la conciencia de nuestra capacidad creadora nos haya durado apenas uno o dos siglos, y que eso que le arrebatamos a los dioses, hoy parezca que se lo entregamos a las máquinas. Pero, ocuparnos filosóficamente de la creatividad en la IA puede ayudarnos a entender que nuestra creatividad no se agota en operaciones mentales y mucho menos en algoritmos ordenadores. Como lo afirma Benasayag (2024), el que piensa es el cuerpo, y no sólo el cerebro. Y contrario a lo que sostiene Boden, la creatividad tiene mucho que ver con el caos. Y el caos, ese terreno de lo imprevisible y lo abierto, solo puede ser humano. Vivir es elegir entre múltiples posibilidades para resolver el caos, porque el mundo no está dado.

Las inteligencias artificiales, como lo plantea Ruth Falquina (2023), pueden ser aliadas en procesos de cocreación. Sin embargo, como advierte Melanie Mitchel (2024) “Ser creativo implica ser capaz de comprender y juzgar lo que uno ha creado. Si tomamos la creatividad en este sentido, no se puede decir que ningún ordenador actual sea creativo” (p. 342). Es así como asumir la creatividad de cara a un fenómeno como la inteligencia artificial generativa nos lleva a entender que la pregunta no es solamente cómo ocurre la creatividad, sino desde que modelo de creatividad estamos dialogando con ella.

Si reducimos la creatividad a un proceso mental de combinaciones lógicas, entonces diremos que la IA es creativa. Pero, si entendemos la creatividad como una experiencia que transforma a quien crea, que sus productos tienen alcances ontológicos, es decir que conllevan transformación del mundo, entonces la pregunta ya no es si la IA es creativa o no. La pregunta pasa a ser ¿podemos cocrear con una entidad que no tiene experiencia ni interpretación del mundo? Independientemente de si concebimos la creatividad como un proceso mental aislado o como una experiencia vivencial y correlacional, hoy estamos obligadas a pensar qué significa crear en un mundo donde las máquinas también prometen producir textos, imágenes, recetas, música, jugadas de ajedrez, entre otras. Lo que nos queda, para continuar con la creación de mundo y de nosotras mismas, es volver a los inicios de la creatividad y aferrarnos, humanamente, a la posibilidad filosófica del preguntar, ir a los límites y continuar la búsqueda, asomarnos al abismo y advertir que todavía hay más.

En últimas, podemos encontrarnos con que la IA es creativa y resuelve problemas de manera novedosa, inteligible y enriquecedora. Pero el preguntar es genuinamente humano, y solo quien se aferra a su preguntar puede reconocer cuándo una respuesta es verdadero camino para continuar. Continuar en el trasiego de la creatividad humana como experiencia vivencial.

Referencias

Barrena, S. (2007). Razón creativa. Conocimiento y finalidad del ser humano según C. S. Peirce. Ediciones Rialp.

Benasayag, M., & Pennisi, A. (2024) La inteligencia artificial no piensa. Prometeo

Boden, M. A. (2011). La mente creativa: Mitos y mecanismos. Gedisa.

Bohm, D. (2002). Sobre la Creatividad. Ed. Kairós.

Deleuze, G. y Guattari, F. (2001). ¿Qué es la filosofía? Anagrama.

Falquina, R. (2023, December 20). Inteligencia artificial y creatividad [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=Ym0S3bdFbTk

Marina, J. A., y Marina, E. (2013). El aprendizaje de la creatividad. Editorial Ariel.

Mitchell, M. (2024). Inteligencia artificial: Guía para seres pensantes. Capitán Swing.

Sátiro, A. (2019). Personas creativas, ciudadanos creativos. Corporación Universitaria Minuto de Dios.

Trillas, E. (2018). El desafío de la creatividad. Universidad de Santiago de Compostela.

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