“Morir en su ley” es una expresión coloquial que indica que alguien murió haciendo lo suyo, lo que le gustaba o apasionaba, es decir, significa dejar la existencia bajo sus propios términos, más precisamente, implica morir siendo fiel a la vocación, a lo que se es, se ama, se hace. Fue lo que les ocurrió al canciller y filósofo inglés Francis Bacon y a Descartes, ambos padres de la revolución científica del siglo XVII y, en distintos registros, de la filosofía moderna. Bacon pasó a la historia como padre del empirismo moderno; Descartes, del racionalismo y, según Heidegger y otros, como el creador de la una metafísica de la subjetividad fuente del dominio del mundo.

Los dos pensaron y escribieron como si fueran adanes del pensamiento, con conciencia de estar fundando algo nuevo, de ser los iniciadores de una filosofía inédita. Ambos, como hijos de su época, fueron influidos por las grandes transformaciones que ocurrieron durante El Renacimiento: los descubrimientos geográficos, especialmente, el de América, la creación de la imprenta, los descubrimientos de Copérnico (el heliocentrismo) y Kepler (las órbitas elípticas), hechos que pusieron en aprietos a la escolástica de la época, al saber geográfico y cosmológico, justamente porque se mostraban incapaces de poder explicar la realidad. Debido a que el corpus de saber vigente entraba en franco choque con el mundo, o no lo podía explicar, se produjo una oleada de escepticismo. Pirrón y Sexto Empírico, por ejemplo, resucitaron y el sentimiento de duda invadió el siglo XVI. Una cosmovisión entraba, también, en crisis: eran los albores de la modernidad.

Por otro lado, el conocimiento llegado de la periferia, producto muchas veces de lo que podemos llamar extractivismo epistémico, aceleró la crisis del conocimiento y del saber. Nos dice Principe Lawrence en su texto La revolución científica: una breve introducción:

“Durante unos cien años, prácticamente todos los informes y especímenes que transformaron los conocimientos europeos sobre las plantas, los animales y la geografía entraron en Europa a través de España y Portugal. Resulta difícil imaginar el torrente de datos que inundó Europa procedente del Nuevo Mundo. Las noticias sobre nuevas plantas, animales, minerales y medicinas, y los informes sobre nuevos pueblos, lenguas, ideas, observaciones y fenómenos llegaron a saturar la capacidad de procesamiento del Viejo Mundo. Lo que se produjo fue un auténtico exceso de información que exigía revisar las ideas sobre el mundo natural y elaborar nuevos métodos de organización del conocimiento”. (2013, pp. 32-33). 

Pues bien, si los conocimientos de una época estaban errados, lo que había que cambiar era la manera de producir conocimiento. Por eso ante la ola de escepticismo e inseguridad epistémica producidos en el siglo XVI, la respuesta fue el método. El XVII es el siglo del método, tal como lo ejemplifican perfectamente las dos obras más famosas de Bacon y Descartes: El Novum Organon (una de las partes de una obra mayor llamada La Gran Restauración)de 1620, y El discurso del método de 1637, respectivamente.  El método fue, pues, el camino seguro, el hilo de Ariadna para navegar la naturaleza y extraer sus secretos; la manera de conocer la gran máquina del mundo y, desde luego, transformarla. El método fue la respuesta a la inseguridad y al escepticismo que se había producido en Europa por los hechos mencionados arriba.

Bacon y Descartes contribuyeron al mismo desde perspectivas diferentes. El primero, reviviendo la inducción como práctica reglada para alcanzar las llamadas “Formas” o “Leyes de la naturaleza”; el segundo, creando un método analítico-sintético cuya garantía era la exactitud que ofrecía la matemática (geometría) todo fundamentado en la certeza del yo, de la existencia del sujeto pensante (Descartes, 1986). Schelling lo dijo de esta manera en su Introducción a la filosofía moderna:

[Descartes] comenzó rompiendo toda relación con la filosofía anterior, borrando así, como con una esponja, todo lo que se había hecho en esta ciencia anteriormente y construyéndola de nuevo desde el principio, como si antes de él no se hubiera filosofado nunca”. (2025, p. 63).

Si en la escolástica al uso en la época se aceptaban los dogmas o los principios sin mayor discusión, la apuesta de Descartes consistió en aplicar la duda y dudar de todo. La duda fue el disolvente del dogmatismo. Descartes vio en este escepticismo metódico el camino para sentar las bases de la ciencia y de una nueva filosofía. Bacon había hecho algo parecido: había criticado todo el saber anterior, incluido el de Aristóteles, los argumentos de autoridad, la tradición, llamó a superar la vieja filosofía e hizo énfasis en que era siempre mejor partir del error que de la certeza, pues esta última no llevaba a nada, mientras el error empujaba hacia la verdad.

La inducción era ese camino seguro para alcanzar las leyes de la naturaleza y posibilitar que el hombre hiciera todas las obras posibles favoreciendo “el imperio humano sobre el universo” (Bacon, 2011). Hay que decir, también, que ambos fueron críticos del silogismo, pues este solo servía para reproducir verdades ya sabidas y no permitía adquirir nuevo conocimiento natural, de esa manera (y esto ocurrió también en Descartes) se continuó con la des-aristotelización del pensamiento en el siglo XVII.

Al final, los dos aportaron a la ciencia y a la filosofía, tal como fue reconocido posteriormente por pensadores de la talla de Voltaire, Kant o Schelling. Es cierto que Bacon no llegó a la matematización de la naturaleza como sí lo hicieron Descartes y Galileo, pero revivió la lógica inductiva (teniendo en cuenta las instancias negativas, lo cual prefiguraba el falsacionismo de Karl Popper), planteó la necesidad de la experimentación científica y contribuyó a que la ciencia se fijara de nuevo en el mundo, en la realidad, incluyendo los saberes prácticos o artes mecánicas (Pachón, 2019). A estas labores científicas y filosóficas (también políticas en el caso del Canciller inglés) los dos dedicaron toda su vida.

En el artículo que Gardiner escribió para el Dictionary Of National Biography en 1895 sostuvo que:

“a fines de marzo de 1626 […] Bacon dejó su coche para recoger nieve con el propósito de rellenar una gallina, a fin de observar el efecto del frio en la conservación de la carne. Al hacerlo tomó un resfrío […] y murió el 9 de abril, de la enfermedad que hoy se llama bronquitis”. (2013, p. 50).

Bacon murió en su ley: investigando. Él pensaba que la naturaleza estaba compuesta de naturalezas simples o cualidades, tales como el frio, el calor, la ductibilidad, lo húmedo, la densidad, lo raro, etc. Llegó a esta conclusión porque son esas cualidades las que experienciamos de manera sensible en el contacto que tenemos con el mundo, entonces, concluyó que, si se conocía la Forma de esas cualidades, se accedía a las leyes mismas de la naturaleza, a sus secretos con lo cual era posible diseñar un mundo técnico-científico con “aviones”, “teléfonos”, trasplantes, medicinas y todo tipo de artefactos, que suplieran las necesidades humanas, tal como lo planteó en su utopía La Nueva Atlántida y en Magnalia Naturae de 1627 (The Works, V, pp. 415-416).

Por otro lado, como nos cuenta Cirilo Flórez Miguel en su estudio introductorio “René Descartes, la constitución de la modernidad” a la edición de Gredos de algunas obras de Descartes, en 1649 la reina Cristina de Suecia invitó a Descartes a su corte. Él  

“Acordó reunirse con la reina en su biblioteca a las cinco de la mañana, momento en el que ella, libre de sus ocupaciones de gobierno, podía dedicarse al cultivo de la filosofía. Descartes se levantó a las cuatro para acudir a este encuentro, y como consecuencia del frio que hacía a esta hora temprana cogió la neumonía que acabó con su vida.  […] Después de pocos meses en este clima frio del norte, la mañana del 11 de febrero de 1650 murió en Suecia”. (2014, p. XVI).

Descartes, como es bien sabido, compartía sus investigaciones y realizaba intercambios epistolares con teólogos y pensadores de su tiempo. Con esas prácticas, se inauguraba la idea de que la ciencia era un producto comunicable, validable por la comunidad científica y de que la filosofía era dialógica, no era una ocurrencia de mentes solitarias. Descartes murió compartiendo su saber, sus reflexiones, retroalimentándolo. Como Bacon, fue victima del frio, y como él, aunque en mayor medida, forma parte del panteón de la filosofía moderna.

Referencias

Bacon, Francis. La gran restauración (Novum Organum) [1620], Madrid: Tecnos, 2011. Traducción, Introducción y notas de Miguel A. Granada.

Descartes, R. (1986). Discurso del método, Madrid: Alianza Editorial.

Flórez, Miguel. (2014). “Rene Descartes, la constitución de la modernidad”. En Descartes. Reglas para la dirección del espíritu, Investigación de la verdad por la luz natural, Discurso del método, Las pasiones del alma, Tratado sobre el hombre. Madrid, Gredos.

Gardiner, S.R. (2013). Años decisivos en la vida pública de Bacon”. En: La Nueva Atlántida. Buenos Aires, Losada.

Pachón, D. (2019). [Tesis doctoral] El imperio humano sobre el universo. La filosofía natural de Francis Bacon. Bogotá: Ediciones Desde abajo.  

Principe, Lawrence. (2013). La revolución científica: una breve introducción (Traducción de Miguel Paredes Larrucea), Madrid: Alianza Editorial.

Schelling, F. (2025). Introducción a la filosofía moderna. [Traducción de Jorge Aurelio Díaz], Bogotá: Siglo del hombre editores.

The Works of Francis Bacon, (James Speeding, Robert Leslie Ellis y Duglas Denon Heath, eds.), 1857-1874. Boston: Houghton, Mifflin and Company: The Riverside Press, Cambridge. En:  http://onlinebooks.library.upenn.edu/webbin/metabook?id=worksfbacon, incluye The life and Letters of F.  Bacon including all his ocassional works (J. Speeding, editor).

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