Gracias a los tiempos posmodernos en los que vivimos, condiciones sociales como la soltería son cada vez más soportables, siempre y cuando se logre reemplazar al escurridizo amado con una mascota, un plato de sushi, una bicicleta o hasta un bonsái. Sin embargo, llega el momento en que tus amigos y familiares empiezan a preocuparse por ti, y aunque lo evites, en los baby shower o despedidas de soltera sale a relucir la historia de la tía/amiga/bendecida que consiguió marido por internet y ahora es posteablemente—en—facebook feliz. Tus seres queridos te increpan que ya es hora de darle una oportunidad a ese desconocido que te está esperando tras la pantalla y, por qué no, es momento de dejar que la tecnología haga lo que tú sola y tu escaso encanto y limitadas habilidades sociales no han podido hacer. Sin lugar a replica, el bienintencionado espíritu te sugiere probar Tinder, pues está de moda y además —seamos sinceros, ¿qué soltero no está en Tinder?
Decidí darle una oportunidad a la dichosa llamita y en el instante en que comprendí cuál era la dinámica y cómo iba a encontrar al papá de mis hijos, tuve una revelación y desde entonces no dejo de pensar que Schopenhauer tenía razón. La aplicación creada hace casi tres años permite, a partir de una especie de “vitrina”, buscar al sujeto que más se ajuste a los gustos y sobre todo a las necesidades del usuario “ávido de amor”. Si necesitas a una persona guapa, o tal vez “de mundo”, que le guste la fiesta, una que ame los animales, o que tenga carro, Tinder es el lugar para encontrarlo. Allí, puedes dar rienda suelta a los instintos primitivos que te garantizarán una pareja humana, si es que antes no lo arruinas cuestionando la aplicación….
-¡¡¡Ah carajo!!!
Ya en el siglo XIX el cascarrabias alemán había realizado una especie de “metafísica del amor” en la que, entre otras cosas, nos dejaba muy claro que cada uno busca lo que le falta, y que por naturaleza estamos condenados a la necesidad de equilibrar determinadas imperfecciones y desviaciones propias, encontrando una pareja que no las posea y que nos garantice la posibilidad de procrear con éxito. Schopenhauer tenía claro que esta actividad, la procreación, es la más cierta y fuerte expresión de la afirmación de la voluntad de vivir, pues solo en ella superamos nuestra individuación y egoísmo, dando lo mejor de nosotros para preservar la especie.
Así como nosotros tenemos claro lo que queremos en una pareja, ese checklist de condiciones negociables e innegociables, el alemán dejó muy claro cuáles deben ser esos requisitos a cumplir para no realizar un contrato amoroso en vano.
Con respecto al proceso de elección, en Tinder no necesariamente estamos buscando a quién nos ayude a procrear, pero investigaciones científicas han demostrado que de manera inconsciente y tal vez natural, nuestro cerebro escoge a partir de la identificación de quién es apto para preservar la especie y quién no. Los hombres por ejemplo, siguiendo a Schopenhauer, deben fijarse en primer lugar en la edad, pues se busca una mujer cuya edad garantice madurez y una efectiva procreación. De ahí lo inconveniente de aquellos hombres que andan con niñas. Luego deben tener en cuenta la salud, se procura evitar enfermedades que condicionen la salud del futuro hijo. A nadie le gusta una persona que luzca “cansada, ojerosa y sin ilusiones” y estoy segura de que, si en las fotos de Tinder pudiéramos notar ciertas patologías genéticas, pensaríamos dos veces darle like a la rubia melena que nos hace guiños.
Es importante evaluar la complexión y postura correctas, así como la plenitud de carnes. Nadie quiere figuras desgarbadas y con miembros fuera de su lugar. Tampoco nos gusta la extrema delgadez o la obesidad, pues ambos casos son signos de mala nutrición y esto no garantiza la salud del futuro feto. En último lugar, el varón debe reparar en la belleza del rostro, pues de la belleza de la nariz y las mandíbulas, en oposición a las fauces animales, dependerá la armonía del futuro hijo.
Las mujeres, por otro lado, debemos buscar, según el “sutil” alemán, hombres igualmente maduros y aptos para afrontar la paternidad aunque no necesariamente bellos. Obviamente siempre es positivo que posean hombros anchos, caderas estrechas, piernas rectas, fuerza muscular, valentía y barba, cualidades propias de su sexo. A esto se debe que las mujeres con frecuencia estén con hombres feos pero nunca poco varoniles, pues son la fuerza y el valor las cualidades más apreciadas, ya que ambas aseguran la generación de hijos fuertes al tiempo que un intrépido protector para los mismos. Finalmente, el hombre debe poseer firmeza de voluntad, decisión, honradez y bondad de corazón, cosas que difícilmente pude descubrir en la serie de fotos que Tinder me permitió ver.
Tinder, al igual que Schopenhauer, ha sido criticado por banalizar el amor, por despojar de los ropajes etéreos a la mágica fuerza que por mucho tiempo hemos defendido en oposición al instinto. Sin embargo, tanto la popularización de la aplicación como los delirantes ritmos cotidianos, nos han demostrado que la necesidad desenfrenada de estar en pareja no es más que un llamado primitivo de la voluntad que nos hace superar el sufrimiento de la propia vida, encontrando en otro eso que nos hace falta.
Seguidamente, y dado que Schopenhauer dio en el clavo dejando claro que no podemos fijarnos sólo en lo físico, Tinder provee un chat que ayuda a completar con éxito la búsqueda de virtudes intelectuales, así como a desechar con satisfacción al sujeto que, aunque apto para la procreación, pregunta con mala ortografía si “lavoras o te edukas” y deja en evidencia no saber nada de romanticismo alemán.
Schopenhauer en definitiva tenía razón. La rubia despampanante, pero con clase y bien arreglada, compensa de manera precisa las debilidades físicas, emocionales e intelectuales de determinado sujeto. En la misma medida, el barbudo, amante de los cachorros, me pareció apto cuando decidí dejar mi doble moral a un lado, liberando mi instinto para escoger una pareja posiblemente apta para la reproducción.
A pesar de la reticencia y de los prejuicios moralistas que pueda suscitar, debemos reconocer que Tinder responde a las necesidades de los sujetos atormentados por las macabras vueltas que da la vida. La aplicación simplifica el proceso de búsqueda y nos da el poder de escoger a nuestro antojo y ser tan exigentes como nuestras carencias requieran. Por esta razón, y aunque no lo hayamos notado, termina siendo irrefutable que todo fan de la llamita “descarada” no es más que un innegable schopenhaueriano.
Por Lina María Rosales Parra.
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