Filosofía de a pie

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Lunes, otra vez

 

©20TH CENTURY FOX FILM CORP.
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Voy en Transmilenio pensando en que es lunes otra vez. Entro a Facebook y veo memes y comentarios recordando que es lunes otra vez. Me pongo los audífonos y escucho al locutor decir: “bueno, es lunes, otra vez, pero vamos a empezar con todo el ánimo la semana”. Me quito los audífonos y escucho a un hombre hablar por celular: “ahí vamos hombre, volviendo a la rutina otra vez”, dice. Decido escuchar el reproductor de audio, y curiosamente, encuentro una canción con nombre conocido “Lunes otra vez”: “Lunes otra vez, sobre la ciudad, la gente que ves, vive en soledad, siempre será igual, nunca cambiará, lunes es el día triste y gris de soledad”. ¿Lunes otra vez? ¿Por qué no miércoles otra vez? Pero sobre todo ¿por qué no viernes otra vez? ¿Qué tiene ese tormentoso lunes que hace hablar de él -no de manera propiamente feliz-, que hace concebirlo a tantos como el día gris?

Lunes es repetición. No escuchamos decir a nadie -¡ahh es viernes otra vez!-. Por el contrario, las emisoras celebran con ruidos y escuchamos decir ¡todo porque hoy es vierneees! Los jueves los queremos volver juernes-aunque definitivamente no cumplen el papel que queremos- y  definitivamente los viernes están cargados de una tranquilidad que dura hasta el domingo en la tarde, porque en la tarde recordamos que otra vez va a ser lunes.  El “otra vez” nos recuerda la repetición, pero aunque viernes, sábados y domingos se repiten una y otra vez, sólo el lunes carga el peso de la repetición.

Los lunes recuerdan que algo se repite, de nuevo. Recuerdan que empieza la rutina, otra vez. Rutina es repetición. Repetición para cada uno y a diario. Determinados lugares y determinados tiempos. Casa, levantarse, desayunar, bañarse, coger transporte –trabajo, colegio, universidad-  transporte, casa. Aunque las rutinas -como las vidas- no son las mismas, estaremos de acuerdo en que -como en las vidas- hay algo que se repite. Pero la repetición abruma y cansa.

El viernes en cambio es interrupción. Aunque se repita una y otra vez, no da la misma repetición que dan lunes o jueves. El viernes aparece como el día en que algo puede cambiar, el día de la fiesta o del descanso, el día del cine, el día en que uno no tiene trabajos que entregar para el otro día. Del viernes al domingo las repeticiones cambian, aunque hagamos muchas cosas que hacemos entre semana, no tomamos el mismo transporte, no nos levantamos a la misma hora, no transitamos por los mismos lugares ni seguimos los mismos tiempos que entre semana.

De la rutina se escuchan decir varias cosas. Una muy frecuente es que “hay que salir de ella”, -sí, así como si uno pudiera entrar y salir de la rutina como de un cuarto-. Se dice que hay que viajar, “para salir de la rutina”. Que hay que hacer cosas diferentes para “salir de la rutina”. Queremos salir de la rutina y de ella decimos que es “nada” ¡sí, nada! Cuando nos preguntan qué hemos hecho de lunes a jueves respondemos con el típico ¡pues nada! La rutina es la nada: nos bañamos, nos vestimos, trabajamos, y cuando nos preguntan ¿qué hubo? Solemos responder ¡pues nada! ¿Por qué la rutina es nada? ¿Por qué menospreciarla hasta el punto de hacerla nada? ¿Por qué querer salir de la nada?

La repetición, ese tiempo retorno de lo mismo que -aunque varía- nos parece lo mismo, hace que olvidemos que todo aquello que hoy se repite no se repitió siempre. La repetición engendra olvido, y el olvido es la madre de la nada. Cuando los actos, los lugares, e incluso las cosas que tenemos en nuestro día a día parecen estar “siempre allí” las comenzamos a ver como insulsas, sin importancia, sin novedad. Rara vez, después de un día, mencionamos que nos bañamos, o que cogimos transporte, que caminamos por la acera o incluso que vimos la televisión, porque nos parece insignificante. Hemos olvidado que algún día esa ducha caliente que podemos tomar todos los días fue una novedad, fue originaria, y es de gran importancia hoy. Olvidamos que no siempre existió ese vehículo con sillas acolchonadas en el que nos transportamos todos los días. Nos parece común hablar de que en la televisión “ya no hay nada”, cuándo un día una imagen a blanco y negro revolucionó al mundo. Incluso olvidamos que no había manera de transportarse del norte de la ciudad al centro rápidamente -o al menos no como hoy en día- porque incluso hemos olvidado que ese Transmilenio significó mucho para quien tenía que tomar tres buses al trabajo.

La repetición hace que banalicemos lo que vemos diariamente, lo que aparece en nuestras rutinas diarias. No nos damos cuenta de que en la rutina yace lo magnífico, quizá no nos hemos dado cuenta que en esa repetición se encuentra toda nuestra historia, que en ese ir a la oficina nos movemos en un automóvil que alguna vez nos pareció un ser irreal; que esa calle llena de locales y empresas fue alguna vez un lodazal; que ese esqueleto con jeans fue algo imposible de usar en esta ciudad hace unos cuantos años; que ese despertador que despierta de lunes a viernes ¡también fue original!

Preguntémosle a la nada, a la rutina, al cepillo de dientes, a los huevos con pan, a la leche en bolsa, al jabón, a la calle, al traje, al edificio, a la oficina, a la cama, a la empresa, a las tiendas, a los horarios, a la avenida y tal vez ese lunes otra vez suene un poco diferente. Lo banal aguarda una pregunta. Pero cuidado, la pregunta puede asesinar a lo banal

Por María Alejandra Rojas

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