Filosofía de a pie

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Lisa Simpson, el lema de Ockham y las democracias infantiles

 La sexta temporada de Los Simpson nos regaló episodios memorables como “¿Quién le disparó al señor Burns?” y “El abuelo y la insuficiencia romántica” (2F07). Hoy vamos a detenernos en una historia de segundo plano de este último episodio. Se trata de esa fina miniatura que reconstruye los avatares de la vida democrática tal como la viven los niños de Springfield.

Repasemos la situación. En una visita de Homero al hogar de ancianos, el abuelo Simpson intuye que su hijo está teniendo problemas de desempeño sexual. Sin dar tiempo a confirmar su intuición, el viejo prepara en su bañera “un tónico casero que le devolverá la vida a sus calzoncillos”. El exitoso tónico, cuenta el abuelo, fue descubierto por un antepasado que intentaba “producir un sustituto barato para el agua bendita”.

©1994 20TH CENTURY FOX FILM CORP.

El “maravilloso, revitalizante e infalible tónico del amor Simpson e hijo” no sólo logra juntar a Marge y Homero; gracias a él, en adelante padre e hijo serán un único equipo de mercaderes del menjurje afrodisíaco. Vendiendo su tónico del amor, los Simpson visitan tierras tan nobles como “río frígido, monte precoz y lago flácido”, parajes todos en los que se escucha al viejo pregonar: “ponga mucho ardor y más calor en su labor de amor con este energetizante, impresionante, excitante, vitalizante y humectante tónico… ¡Encierren al can en la perrera porque ahora el mejor amigo del hombre es el tónico revitalizante Simpson e hijo!”

Tónico revitalizante Simpson e hijo
©1994 20TH CENTURY FOX FILM CORP.

El éxito comercial del tónico fue descomunal y tuvo sus consecuencias en Springfield: sexo desenfrenado pero siempre oculto. Tras la aparición del tónico, los adultos sólo tienen tres cosas qué hacer ―trabajar, comer y comerse―, una más de las que hace el profesional medio, pero todas las que le dan a uno el calificativo de animal. En su conjunto, los tres quehaceres absorben el tiempo adulto, y entonces los niños quedan abandonados a su suerte: las madres no los alimentan, los padres no les prestan atención, e incluso la noche urbana les es concedida para que puedan jugar.

Al comienzo, los pobres niños, arrojados a la libertad que la animalidad de sus padres les regaló, disfrutan a sus anchas: invaden las calles, juegan al adulto, juegan al niño, hacen de la penumbra su hogar y del escenario adulto ―la ciudad― un parque de diversiones. Pero la libertad cuesta: cuando sólo los animales nos rodean, están en juego nuestro alimento, nuestro cobijo y nuestro futuro.

La necesidad no da espera y aparecen las preguntas en la mente infantil. ¿Por qué me has abandonado, papá? Parece preguntar Rafa Gorgori mirando al cielo y desesperado ya por el hambre: “¿me podrías cocinar mi cena? Mis papás no están y no tengo permiso para encender la estufa”. “¿Qué está pasando? ¿Dónde están los adultos?” pregunta Milhouse. “¿Qué estarán haciendo papá y mamá?” pregunta Lisa.

¿Por qué estamos abandonados? ¿Dónde están los que nos manejan? La mente inquisitiva del niño, todavía no adormecida por la adultez, se pregunta por su propia condición, por la fuente de sus problemas y por el motivo de sus angustias. Rápidamente Nelson responde: “¡qué importa! ¡Sin adultos alrededor yo gobierno esta ciudad!”, una sentencia contundente que lanza el truhán justo antes de quedarse parado sin saber qué hacer.

La mente del niño pregunta: ¿por qué estamos como estamos? ¿Dónde están los que nos manejan? La mente del niño ha de responder con lo que le ha dado su propia vida. Bart, que lleva varios días paranoico con la idea de una invasión de criaturas salidas de platillos voladores, da su opinión: “los individuos con conductas sospechosas a menudo están implicados con ovnis o con algún fenómeno paranormal”.

Milhouse en cambio opina que “es una conspiración masiva del gobierno”, y que Bart no lo acepta porque forma parte de la conspiración misma. Con ello inicia un desencuentro de opiniones que los lleva a los puños y que toda la asamblea trata de parar.

Confrontada por el absurdo de la situación, y con su característica ironía, Lisa dice que “tal vez [los adultos] son vampiros invertidos que tienen que llegar a su casa antes de oscurecer”, una idea que enloquece de pavor a la asamblea.

Lisa Simpson
©1994 20TH CENTURY FOX FILM CORP.

 Ahí está la democracia en miniatura de los Simpson: un mundo de seres libres, condenados a su libertad, llenos de problemas y preguntas, y que no tienen más que su vida como referente para comprender su presente y proyectar su futuro. La dificultad es que así como variadas son las vidas y las circunstancias de las personas, así variadas son las respuestas y las propuestas. Ahí está el reto de la más infantil democracia: ¿cómo conciliar la diferencia de opiniones para comprender mejor lo que nos pasa, para poder proyectarnos bien al futuro y que no nos lleve a los puños?

A necesidades de niños, respuestas de niños. No parece de buena educación dejar a un lado la opinión de nadie. Si vamos a conciliar las diversas opiniones tendrá que ser de un modo que ninguna de ellas quede sin su representación. ¡La voz de todos debe quedar representada en la democracia! Tenemos problemas comunes, pero opiniones diferentes. La solución debe ser al problema común, pero sin desatender lo que cada uno opina, por diferente que sea.

Asamblea
©1994 20TH CENTURY FOX FILM CORP.

¿Qué nos dice el episodio sobre esta notable situación? Se reúne la infantil asamblea con el fin de llegar a un acuerdo. Tras una deliberación en la que el pueblo se ha expresado, Milhouse da la versión final de la historia, del metarrelato construido con los aportes de todas las visiones omnicomprensivas de mundo de los nobles ciudadanos.

―Bart: “bueno, al fin todos estamos de acuerdo con lo que pasa con los adultos”.

―Milhouse: “la corporación Randall, en sociedad con las criaturas de los platillos, bajo la supervisión de los vampiros inversos, obligan a nuestros padres a irse a la cama temprano como una perversa conjura para eliminar la cena”.

Mientras Milhouse da la explicación, señala a cada uno de los miembros de la asamblea y, a su turno, cada ciudadano asiente a su opinión al escucharla.

Milhouse
©1994 20TH CENTURY FOX FILM CORP.

Ahí está la democracia de opiniones: una gran explicación, incluyente, participativa y hasta bienintencionada, pero ridícula. Todos los ciudadanos complacidos mientras su infantil opinión es tenida en cuenta, sin fijarse en que su valiosa contribución, su granito de arena, no es más que un aporte al absurdo. Su cuota personal al ridículo general.

Cuando Lisa no tolera más la risible -pero no percibida- situación esputa en su favor una lección del filósofo inglés del siglo XIV Guillermo de Ockham: “la explicación más simple casi siempre es la correcta”. Quizá los eruditos no estén de acuerdo en la exactitud de la referencia de la niña, pero es difícil no acompañarla en su clamor de sensatez en medio de una democracia infantil. Lisa pide que se supere el absurdo al que se llega cuando el único motivo político es darle voz a la opinión de todos, y se asuma un criterio con el cual hacer algo sensato, así eso implique reconocer que hay opiniones erradas.

Dos democracias infantiles: la de las opiniones de todos y el criterio de nadie, y la del criterio de razonabilidad sobre las opiniones. En la primera nadie tiene autoridad sobre la opinión de nadie, toda opinión tiene igual valor; en la segunda, Ockham ayuda a Lisa dándole un criterio, pero esto significa reconocer que no toda opinión es igual a cualquier otra.

La miniatura de los Simpson es una pregunta por el valor de las opiniones en la democracia. ¿Las escuchamos a todas y hacemos de nuestra democracia un mamarracho? ¿Sacrificamos algunas acudiendo a criterios de sensatez? No es este un dilema, claro está, pues siempre tendremos la opción de la democracia de los adultos: dedicarnos a los placeres de la carne mientras las mentes infantiles deciden qué hacer con el mundo.

El panorama final
©1994 20TH CENTURY FOX FILM CORP.

 

Por Miguel Ángel Pérez Jiménez

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