Filosofía de a pie

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La camiseta es la bandera

Hace dieciséis años Colombia disputaba su último mundial y yo escuchaba de un vecino una frase que me iba a quedar toda la vida en la cabeza.

Mi vecino se llamaba Jesús, era liberal (vaya yo a saber qué significado tenía el liberalismo en los noventa), hincha de Santa Fe y dueño de una carnicería. Y aunque pueda parecerles un estereotipo, el hombre no era ni gordo ni rubicundo, todo lo contrario, tenía un parecido físico a Luis Figo. Don Chucho, tomándose una cerveza, dijo: “Que bueno va a estar este año, Mundial y elecciones, como debe ser”. La frase la guardé, al principio, como una referencia meramente cíclica: “Cada cuatro años hay mundial y se cambia al presidente”. Lo que no me imaginé era que cuatro años después iba a llegar un presidente que no tenía planes de dejarse cambiar y que la selección ya no volvería a clasificar por casi dos décadas.

Para Hernán Casciari los cuatrienios entre los mundiales son la vara con la que mide su historia. Su vida y su memoria se fueron ligando a cada mundial que pasaba. En mi caso (¿en el de este país? ) dieciséis años se fueron sin la posibilidad de ese referente nemotécnico. Tal vez, para que nos reconozcamos, necesitamos de la perversa asociación de fútbol y política. Deben estar juntos y sin ellos no nos es posible establecer una identidad.

Pero en este país regionalista, sin mito fundacional, con sombrero vueltiao como símbolo nacional y con amnesia histórica ¿a qué se le puede llamar Identidad?

© El Universal

La primera idea de identidad parece estar asociada al aspecto físico, de ahí que la antigua cédula (y su versión juvenil llamada de manera muy pretenciosa “tarjeta de identidad”) destacara características físicas: estatura, sexo, señas particulares, huella digital y foto tres por cuatro. Pero si analizamos bien, la mayoría de nosotros ya no somos, en el sentido estricto de la palabra, los mismos de la foto. Por eso lo físico no puede ser, filosóficamente hablando, el referente último o único de la identidad. Debemos entonces pasar al plano metafísico. Para Locke la identidad de una persona se construye desde su memoria. En mi caso: El Alejandro Martínez de Brasil 2014 es el mismo de Francia 1998 porque como adulto, pensante e introspectivo, recuerdo al niño que fui.

Mi memoria es como el hilo de Ariadna que me ata a la entrada del laberinto del tiempo. Un hilo que me llevará hasta el momento que enfrente al Minotauro, que es la muerte misma. Al recordarme me afirmo como persona, como la misma que soy ahora. Como la que proclamo ser. Como la que supongo seré.

Para hacer del ejemplo algo nacional, es claro que el terruño que hoy es Colombia no es ni parecido al terruño en el que un confundido genovés pisó tierra hace más de cinco siglos. Pero nuestra memoria histórica nos relaciona con ese pasado ancestral y mientras no lo olvidemos nuestra “identidad nacional” estará impregnada de lo Muisca, de lo Caribe, de lo Embera.

Con esto, más o menos claro, podemos inferir (muy a la ligera), que al no recordarnos como país (un país representado no por congresistas sino por futbolistas), tampoco nos recordamos como Nación, ni cómo Estado.

Después del 15 de junio eso puede cambiar.

La televisión y la prensa han catalogado a estas elecciones como las más álgidas desde hace años, quizás de los últimos dieciséis años, a pesar de que los dos candidatos representan formas muy parecidas de gobernar, con ideologías bastante similares y orígenes e intereses comunes. La verdadera razón es que, mientras las urnas se van armando, las calles se llenan con pitidos y vuvuzelas. Las banderas ondean asomadas a las ventanas y el tricolor se siente por todas partes. No, no es la fiesta de la democracia. No es el entusiasmo de un país que espera elegir a su representante. Es un pueblo que celebra el triunfo de quien los representa. Es una nación que se identifica con la felicidad de Armero, la actitud serena de Falcao e, incluso, la tranquilidad de Pekerman. Es un país que se recuerda en los pocos triunfos del pasado y en las posibilidades del hoy. Es la celebración del fútbol, el carnaval de la pelota.

Este año tendrá especial importancia para los analistas políticos, pero sobre todo para los analistas deportivos. Y es que el presidente del mañana será elegido por los jugadores de hoy.

Por Alejandro Martínez

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