Después de más de 40 años de violencia, de abusos sexuales, de reclutamiento y de muchas más violaciones de los derechos humanos, las mujeres en Colombia siguen pasando desapercibidas. Solamente dos mujeres, Lucía Jaramillo Ayerbe y Elena Ambrosy, hacen parte del grupo secundario de voceros del gobierno en las negociaciones del proceso de paz con las FARC. Las FARC por su parte solamente incluyeron a una mujer, Tanja Nijmeijer, quien ni siquiera es colombiana ni víctima de la violencia.
Según un artículo titulado Verdad, justicia y reparación para las mujeres víctimas de las batallas de Colombia (Truth, justice and reparation for women survivors of Colombia’s battles) publicado por la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres, la población femenina es especialmente vulnerable en el conflicto armado. Las mujeres, dice el artículo, llevan la peor parte del reclutamiento forzado, pues son las víctimas directas de esclavitud sexual y doméstica. Los cuerpos de las mujeres pueden convertirse también en una herramienta militar, lo que las expone a varias formas de abuso físico, psicológico y sexual.
Cuando esta situación se pone en cifras, se vuelve aún más alarmante. Según unas investigaciones conducidas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 43 de cada 100 mujeres afectadas por el conflicto armado interno han sido víctimas de distintas formas de violencia basadas en su género.
Sin embargo, las mujeres no tienen quien represente sus intereses en el gobierno. El grupo primario de voceros del gobierno en las negociaciones con las FARC sólo incluye a Humberto de la Calle Lombana, Sergio Jaramillo, Frank Pearl, Luis Carlos Villegas, General (r) Óscar Naranjo y el General (r) Jorge Enrique Mora Rangel. Ni una sola mujer hace parte del grupo, y eso que el peso de la guerra ha recaído en gran parte sobre la población femenina.
La falta de representación de las mujeres en el Congreso se define en números. Solo 38 curules, de las 270 que hay en total, están ocupadas por mujeres. Según el DANE, del total de la población colombiana el 51,2 por ciento son mujeres y el 48,8 por ciento son hombres. No obstante, únicamente el 14 por ciento de las curules del congreso están ocupadas por mujeres. Claro que en Colombia, el problema no solamente es la falta de representación sino también la mala representación de las mujeres. Cuando senadoras como Liliana Rendón salen en los medios de comunicación diciendo este tipo de cosas: «si me pegó fue porque yo me la gané, y no me la gané porque yo acepte que me pegue, sino que yo me la gané porque tuve que haberlo jodido mucho». Evidentemente, las mujeres en Colombia estamos tan mal representadas que una senadora en vez de pronunciarse contra la violencia de género, la justifica. Aunque Rendón nunca se pronunció sobre la violencia contra las mujeres en el conflicto armado, comentarios como el de ella sólo generan actitudes violentas en un país ya marcado.
Por lo tanto, es hora que en Colombia se empiece a evaluar el rol de la mujer en términos de representación. De seguir así, las voces y los intereses de las mujeres, no solamente de aquellas víctimas del conflicto sino de todas, seguirán siendo ignorados.