La paz en Colombia empieza a tornarse una realidad palpable al firmarse el inicio del cese al fuego y la dejación de armas. Ciertamente la guerra no acaba como tal, aún hay otros actores armados y problemáticas pendientes, sin embargo, se trata del último día de la guerra entre el Estado y la guerrilla más antigua de América Latina, uno de los nudos fundamentales en el enredo del conflicto. De una u otra forma el conflicto armado le ha tocado a la mayoría de colombianos y colombianas: sea un familiar, un amigo o un conocido que fue asesinado, desparecido o torturado, en medio de otras tantas violaciones multilaterales a los Derechos Humanos. Estamos delante de la posibilidad de reencontrarnos como sociedad.
Hay que trabajar en la pedagogía de lo que se ha negociado y el significado de construir paz. No se trata sólo del silenciamiento de fusiles, sino de la posibilidad de construir nuevas formas de participación, de atender demandas de sectores excluidos, de reconocer y reparar integralmente a las víctimas. El gobierno Santos no le está “entregando” el país a nadie (ni que el país tuviese dueños particulares) y de “castro-chavista” no tiene nada, todo lo contrario (un presidente que privatiza empresas públicas y recorta derechos laborales difícilmente se pueda situar en esa orilla). La paz no es bandera de un gobierno específico, es una demanda que desde hace años venían reivindicando muchos sectores de la sociedad colombiana. Simplemente no nos llamemos a engaños, hay sectores minúsculos y retardatarios que han sido los pocos beneficiarios de la guerra y con inúmeras falacias se oponen al proceso. Antes de hablar deliberadamente de impunidad, debemos pensarnos la justicia restaurativa y lo acordado con la jurisdicción para la paz.
Ningún proceso de paz es fácil, pero lo acordado hoy revela profundidad en cuanto a la supervisión y reintegración a la vida civil con adecuado acompañamiento internacional. Los acuerdos abren también la posibilidad de construir procesos democráticos desde los territorios, como lo han venido haciendo las Zonas de Reserva Campesina. Parece que nos llegó la hora de construir el “sancocho nacional”. Como generación tenemos en frente la responsabilidad de hacer de la paz un proceso estable y duradero, construyendo una sociedad más justa y participativa que nos aleje de errores del pasado. Estamos delante de un logro y un desafío colectivo. Bien se ha dicho que la paz de Colombia es la paz de América Latina, un respiro y una página que se empieza a escribir en el continente. Desde lejos tal vez el sentimiento es doble y se anhela buen puerto para el proceso, que la paz sea un homenaje a quienes dieron su vida por ella, a millones de hombres y mujeres que desde la vida pública o la cotidianidad, desde la organización local, el humor o la academia, lucharon por un país justo y realmente democrático.
Río de Janeiro, 23 de Junio de 2016
Francisco Abreu