Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

LA DIPLOMACIA Y LA RISA

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La Ministra de Relaciones Exteriores de Colombia, María Ángela Holguín con el Secretario General de Naciones Unidas, António Manuel de Oliveira Guterres

“Reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos”.

Erasmo de Rotterdam.

En la película francesa “La guerra del fuego” (1981), se esboza una interesante teoría sobre la evolución humana: El hombre se diferencia de los demás animales, no sólo por erguirse en dos pies, trabajar, construir con sus manos, pensar y deprimirse por todo lo anterior; se distingue de los otros seres vivos, ante todo, por su capacidad de reír. Así algunos en el pasado opinaran diferente, como lo atestigua Umberto Eco en su novela “El nombre de la rosa”, describiendo cómo a ciertos monjes se les prohibía reír o expresar sus sentimientos, pues era asunto de incautos.

La risa es fundamental, pero en ocasiones su naturaleza ligera le achaca juicios apresurados. Sin embargo, no deja de ser un fenómeno complejo. No puede olvidarse la gran cantidad de músculos que se ejercitan con una simple sonrisa, aparte de su beneficio relajante. Es cierto que hay diferentes tipos de risas, incluyendo aquellas que son ofensivas y agresivas, hijas de la burla y la intolerancia; esas no me interesan, me gustan las sonrisas serenas como las de mi esposa. Hay risas de diferentes tonos, desde las susurradas y tímidas hasta las carcajadas estruendosas; de colores diferentes, desde amarillo nicotina hasta las blancas perfectas que generalmente vienen en estuche negro. Un escritor que desde las páginas de un periódico, una revista o un libro ha acostumbrado a sus lectores a tener una sonrisa impresa, Daniel Samper Pizano, relata el posible origen del humor y la risa:

El etólogo Konrad Lorenz piensa que la primera risa aparece en los hombres primitivos como efecto de un súbito escape de tensión. Por ejemplo, cuando, temiendo la presencia cercana de un tigre, un grupo de cazadores sobrecogidos descubre que la amenaza oculta entre el matorral no es más que un inofensivo antílope. Estallan entonces en una carcajada que no es otra cosa que el alivio repentino de un miedo contenido. La historia del humor surge después, quizás esa misma noche, cuando los cazadores, sentados en torno al fuego y después de haber comido asado de antílope, recuerdan el suceso en medio de risotadas”.

Personalmente desconfío de las instituciones que proscriben la risa, e incluso llegan a castigarla o perseguirla; quizás por eso no fui militar y decidí seguir el camino de la diplomacia, aunque he conocido a militares con excelente sentido del humor. La diplomacia es, por antonomasia, lo opuesto a la guerra; debe recordarse que en su representación iconográfica se le imagina como una matrona grave, lujosamente ataviada que ciñe una corona de laurel mientras pisotea trofeos bélicos. Esto a pesar de que las dos carreras, la militar y la diplomática, tienen elementos comunes como el respeto a la jerarquía y los métodos de ascenso en sus estructuras. No es fácil la definición de la diplomacia, a propósito de la risa, hay acepciones sobre este término que provocan simpatía, por ejemplo, aquella que define a un diplomático como “un hombre que siempre recuerda el cumpleaños de una mujer, pero nunca su edad”.

La descripción que en mi opinión mejor refleja la naturaleza de la diplomacia, es aquella que la considera como una simbiosis entre ciencia y arte. Ciencia porque, como las disciplinas humanas, apela a conceptos para trazar su devenir. Estos conceptos, en las ciencias sociales, hacen el papel de los reactivos en los laboratorios químicos, utilizan los elementos que puedan brindarle la historia, la geografía, la economía, la sociología, el derecho y las relaciones internacionales, con el propósito último de diseñar y ejecutar políticas en materia exterior. Arte porque, así como los creadores que se desplazan por las ramas de la estética y la sensibilidad, el diplomático debe poseer delicadeza, tacto, prudencia y sobriedad al hablar o escribir. Habilidades o cualidades que se despliegan especialmente en el trato cotidiano con los demás.

Esta ciencia-arte tiene entre sus objetivos fomentar las relaciones cordiales entre Estados y hombres, evitando o resolviendo los conflictos que surjan entre los mismos. La empatía que se refleja con un apretón de manos y una sonrisa, son elementos claves y necesarios en un proceso de negociación. Aunque, como la dura experiencia lo ha comprobado, en ocasiones las risas son una careta de hipocresía, de todas formas, siempre será mejor indicio en cualquier mesa de diálogo una sonrisa que un fusil.

Eso lo demuestran de manera fehaciente los verdaderos diplomáticos, quienes revisten de un gesto conciliador su delicada acción en el desarrollo de sus buenos oficios para propiciar el desarrollo de salidas pacíficas a conflictos como los que suelen sacudir nuestro mundo. El diplomático por antonomasia, así aparezca severo en medio de atmósferas tensas, siempre mantiene una sonrisa de tono optimista a la hora de estar entre pares u opuestos, hermanos o enemigos. Para no ir muy lejos, está por escribirse la labor diplomática en el proceso de negociación que se llevó a cabo entre el gobierno colombiano y el grupo de las FARC.

Para la muestra un botón histórico. Pocos podrían desconocer que en la dilatada historia bilateral de Colombia y Venezuela, en nuestro pasado no tan lejano, fue muy valiosa la empatía personal de los ex presidentes Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez. Esta empatía contribuyó a que los países pasaran de la máxima expresión de hostilidad (el episodio de la Corbeta Caldas en 1987, cuando Jaime Lusinchi presidía Venezuela y Barco a Colombia), a una situación que en medio de las vicisitudes y altibajos, significó en su momento la relación comercial más exitosa de dos naciones vecinas en América Latina.

El propio presidente Juan Manuel Santos en un artículo de opinión titulado: «Lloramos por ti, Venezuela«, publicado en el periódico El País de España, relata como gracias al humor y a la diplomacia, pudo tener buenas relaciones con el ex presidente venezolano Hugo Chávez, con quien tenía profundas e irreconciliables diferencias políticas e ideológicas.

Se dice que la risa es la distancia más corta entre dos personas, mientras la diplomacia es el camino más largo entre dos puntos. Comparto la primera cita más no la segunda. Existe la tendencia a concebir la diplomacia con el mismo sesgo negativo de la política, como habilidad del engaño. En el caso de la diplomacia, prefiero pensarla como sinónimo de la sinceridad reflexiva, como signo de un real patriotismo exento de chauvinismos absurdos. Un negociador debe pensar en las dos partes. El mejor acuerdo es el que deja a todos satisfechos. La historia ha demostrado lo funesta que es la sensación de pérdida o engaño en uno de los actores al final de un proceso, porque suele ser el inicio de un nuevo conflicto.

Ahora bien, para no dejar dudas sobre la relación entre diplomacia y humor, descubro que existe un concepto denominado “risa diplomática”, la cual se produce cuando nos reímos con “Je”. Esta risa en particular, aparentemente expresa disimulo, pero facilita que se libere energía del hígado, vesícula biliar y tejido muscular, contribuye a una buena digestión; es decir, se podría recomendar como alternativa para quienes padecen de estreñimiento, mal que, de sólo pensarlo, produce irritación y mal humor.

Algunas obras artísticas y literarias que hacen reír se han inspirado en la diplomacia para su cometido, generalmente dejan grandes lecciones a los serios y adustos expertos internacionales, como la obra del genial Álvaro de Laiglesia titulada “Todos los ombligos del mundo son redondos” (1956). Quién no recuerda la interpretación de Mario Moreno “Cantinflas” en la película de 1966, “Su Excelencia”, de la cual se suele destacar el discurso final que llama a la paz entre “verdes” y “colorados”.

La risa no es pecado, es virtud, es muestra de la sensibilidad que tanta falta hace en nuestro devenir. Los hombres que trabajan para hacer reír, desde los ancestrales bufones hasta los modernos comediantes, pasando por los coloridos payasos, deberían ser reconocidos y recompensados con monedas de oro; aunque el pago sería insuficiente si es cierto aquello sobre la naturaleza esquiva de la felicidad. El profeta Mahoma decía que aquel que hace reír merece el paraíso.

En nuestro país, en nuestro mundo, abunda el dolor, la tristeza, la amargura y no pocas veces el odio, por ello la necesidad del coro de risas que refleje la serenidad del alma e indique, cuerpos y mentes desarmadas. En la obra de la vida, sobra drama y falta comedia. Risa y diplomacia son refinadas muestras de civilización. Si el presente artículo, apreciado lector, le ha motivado al menos una sonrisa, el autor sentirá que ha cumplido su propósito.

Dixon Moya. Ministro Plenipotenciario de carrera diplomática, ha prestado servicios en Venezuela, Nicaragua, Emiratos Árabes Unidos. Actualmente es Cónsul General de Colombia en Chicago.

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