En Colombia, hablar de lucha contra la corrupción suele remitirnos a titulares escandalosos, promesas de mano dura o reformas legales que rara vez se implementan con eficacia. Hay, sin embargo, una herramienta poderosa —silenciosa, técnica, sostenible— que sigue siendo subvalorada: el fortalecimiento de las carreras administrativas. Esta estrategia, tan simple como revolucionaria, no solo ha demostrado ser eficaz, sino que constituye una de las vías más sólidas para garantizar la estabilidad institucional, reducir el clientelismo y proteger la democracia. Paradójicamente, también es una de las menos promovidas —y a veces, deliberadamente obstaculizada— por los gobiernos.
Más allá del mérito: una lógica distinta de poder
El mérito, como principio rector, no implica una superioridad moral. Los funcionarios de carrera no somos santos ni héroes. Somos, ante todo, profesionales que accedimos a cargos por medio de concursos públicos, no de favores ni lealtades. Nuestra única lealtad es, en general, con la ciudadanía y con los intereses permanentes del Estado. Esta lógica rompe de forma radical con las dinámicas que han gobernado históricamente el acceso al poder en Colombia: el clientelismo y el nepotismo.
El clientelismo fue, según una narrativa extendida, un “mal necesario” que permitió desescalar la violencia política histórica entre liberales y conservadores a través de acuerdos como el Frente Nacional. El poder se transaba. El problema no era solo ético, sino estructural: se vaciaba de contenido la participación democrática. El voto se convirtió en una moneda devaluada que compraba favores, contratos, servicios públicos. El ciudadano no votaba para cambiar, sino para sobrevivir.
Con el tiempo, surgieron proyectos que prometieron acabar con esa lógica. Pero muchos simplemente reemplazaron la transacción por la lealtad personal a un caudillo. Al clientelismo se le opuso el nepotismo, donde lo importante ya no era negociar beneficios, sino demostrar fidelidad incuestionable a un líder o a una causa. Ambas formas son distintas caras de una misma moneda: restringen el acceso equitativo al poder y erosionan la democracia.
Frente a estas dinámicas, las carreras administrativas ofrecen otra ruta. Una ruta menos espectacular, pero más duradera. Una que no depende del favor del poderoso de turno, ni de la transacción circunstancial, sino de la preparación, la competencia y el servicio público. Mientras el clientelismo necesita que las personas pidan favores y el nepotismo exige que sigan ciegamente un mandato, las carreras administrativas permiten que los derechos se ejerzan sin intermediarios.
La Carrera Diplomática y Consular: un caso particular
Las carreras administrativas no son populares con los gobiernos que demuestran su rechazo evitando que sean convocadas a concurso público. Pueden pasar años antes de que abra una convocatoria y, una vez abierta, pueden pasar otros tantos años antes de que se complete su proceso. La Carrera Diplomática y Consular debe convocarse anualmente por ley. Esa obligación formal dificulta maniobras dilatorias, por esto, el rechazo de los políticos se materializa de otras maneras, usualmente, tratando de deslegitimar a sus integrantes.
Cada nuevo gobierno, sin importar su color, parece repetir el mismo libreto: acusa a los diplomáticos de carrera de ser adversarios, de pertenecer a la oposición. Las etiquetas cambian, pero el patrón se mantiene pendularmente: la derecha nos tilda de ser de izquierdas; la izquierda, de ser de derecha. Lo que incomoda no es, por supuesto, la ideología, ya que lo que guía nuestros actos es la legalidad; lo que incomoda es la autonomía.
Para la lógica política, que gira en torno a la transacción o la lealtad, resulta desconcertante que haya funcionarios que no deban su cargo a pactos políticos, que no necesiten pagar favores para mantenerse. Que, sencillamente, estén ahí para hacer su trabajo.
Es necesario hacer énfasis en esto: los funcionarios de carrera estamos dedicados a servir, no somos un obstáculo, ni un lastre para los gobiernos. Las carreras administrativas son una herramienta poderosa para gobernar bien. Están constituidas por profesionales entrenados para transformar las decisiones políticas legítimas en acciones sostenibles, técnicas y alineadas con los intereses permanentes del país. No nos oponemos al poder democrático; lo canalizamos de forma efectiva.
La naturaleza misma de la Carrera Diplomática —al no depender de cuotas ni padrinazgos— permite tener una visión de Estado de largo plazo. Esa visión no siempre coincide con la inmediatez de los intereses partidistas, pero es la que garantiza la continuidad institucional y la defensa del interés nacional más allá de los ciclos electorales.
Fortalecer las carreras, democratizar el Estado
Las carreras administrativas, como espacios de mérito, son también vehículos de inclusión. La Carrera Diplomática y Consular ha avanzado, gracias a la acción de sus propios integrantes —especialmente a través de la Asociación Diplomática y Consular -ASODIPLO— en reducir barreras de entrada para jóvenes de todo el país. Hoy existen asignaciones económicas para los estudiantes del curso de formación gracias a la acción de la Asociación que además estableció un programa de becas para personas en situación de vulnerabilidad y solicitó la modificación del concurso para que sea posible presentar las pruebas escritas en todo el territorio nacional.
Aún falta mucho por trabajar en la inclusión, tanto en esta como en muchas de las carreras administrativas del estado, pero hemos logrado avances significativos para democratizar el servicio exterior colombiano. Somos los mismos diplomáticos de Carrera quienes hemos luchado porque la representación del país en el mundo no dependa del apellido o del padrino político, sino del talento y del compromiso de quienes, desde distintos orígenes, quieren servir a Colombia con dignidad.
El futuro de la diplomacia colombiana
La Carrera Diplomática y Consular no pertenece a ningún gobierno. Es patrimonio de todos los colombianos, es una herramienta para quienes están dispuestos a comprometer su vida con la construcción del Estado. Defenderla no es un acto de corporativismo, sino de responsabilidad democrática. Es por ello que existe una preocupación creciente por la reducción del número de plazas: para el próximo concurso de ingreso; los cupos se disminuyeron de 40 a 25.
Esta disminución no es un simple ajuste técnico. Significa, en la práctica, un mayor margen para la discrecionalidad, un retroceso en la lucha contra la provisionalidad y una oportunidad perdida para fortalecer la institucionalidad con más funcionarios de carrera. La única forma sostenible de reducir los nombramientos provisionales —tan propensos a la inestabilidad y al clientelismo— es aumentando el número de servidores que ingresan por mérito.
Las carreras administrativas no deben ser una excepción dentro de la administración pública, sino una regla. La lógica del mérito debe extenderse, no recortarse. Y toda decisión que la debilite debe ser vista como una alarma institucional.
Las carreras no son perfectas, pero su aporte a la democracia es fundamental: el acceso por méritos, la continuidad institucional, el compromiso con el interés general. Esa es la verdadera carrera contra la corrupción. No se corre esa carrera con discursos, sino con instituciones fuertes. No se gana con líderes providenciales, sino con profesionales comprometidos. Y no se sostiene desde la improvisación, sino desde la convicción profunda de que el poder debe estar al servicio del bien común.
No quiero dejar escapar esta ocasión para hacer una invitación indispensable a la luz de lo que se ha mencionado en este texto: Todos los colombianos pueden y deben apropiarse del Estado; una forma de hacerlo es velando por las carreras administrativas y participando en ellas. Por ello cabe extender una invitación a todas las personas interesadas en el servicio público, a quienes sueñan con representar al país y construir instituciones fuertes, a los jóvenes de todas las regiones de Colombia que creen en el poder transformador del mérito, los invitamos a presentarse al próximo concurso de ingreso a la Carrera Diplomática y Consular. Toda la información está disponible en la página de la Academia Diplomática Augusto Ramírez Ocampo. Este puede ser el primer paso de una vida dedicada al servicio del Estado.
*Carlos Arturo García Bonilla: Ingeniero de la Universidad Industrial de Santander con maestría en Educación. Primer Secretario de la Carrera Diplomática y Consular de Colombia, actualmente es Cónsul de Colombia en Sao Pablo, Brasil.
** Las opiniones expresadas en el blog corresponden únicamente a los autores y no comprometen a la Asociación Diplomática y Consular de Colombia -ASODIPLO, ni al Ministerio de Relaciones Exteriores.