Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

AMENAZAS CONTEMPORÁNEAS A LA DEMOCRACIA LIBERAL*

“Puede ser que la democracia no exija la participación

política universal pero no puede sobrevivir a la ignorancia

absoluta del pueblo sobre las fuerzas que dan forma

a sus vidas y describen su futuro”. (Brown, 2015, p.241)

El sistema internacional está conformado por estados soberanos y, se nutre y funciona, a partir de la robustez y la estabilidad de los actores que lo conforman, siendo reconocida la democracia como uno de los principios y valores fundamentales de dicho sistema. Esto se ve reflejado en actuaciones y decisiones de la Organización de las Naciones Unidas –ONU-, a partir de los preceptos de la Carta de la Organización y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, entre otros.

Ejemplo de lo anterior fue la aprobación, en 1993, de la Declaración y Programa de Acción de Viena de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, la cual establece:

“La democracia, el desarrollo y el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales son conceptos interdependientes que se refuerzan mutuamente. La democracia se basa en la voluntad del pueblo, libremente expresada, para determinar su propio régimen político, económico, social y cultural, y en su plena participación en todos los aspectos de la vida.”

Sin embargo, como lo plantea Bobbio (1994), lo anterior no significa que ese sistema sea per se democrático, ni que garantice una relación directa entre las democracias internas y la paz internacional ni entre la dinámica opuesta, es decir, la democracia internacional y la paz interna.

Si bien la democracia liberal es un sistema aun imperfecto, sin duda alguna ha logrado conquistas importantes en términos de pluralismo, representatividad, participación y avances en la garantía de las libertades individuales y los DDHH. Ese sistema se ve amenazado en la actualidad por fenómenos como los nacionalismos (neo)populistas, y la tendencia neoliberal a enfocar en la economía (economización) todas las prácticas humanas, entre otros.

Académicos como Brown (2015) han identificado la lógica neoliberal como un dispositivo que produce sujetos y subjetividades que entran en conflicto con los fundamentos de la democracia liberal; en este sentido, dicha autora afirma que:

“El neoliberalismo forma cada dominio humano y cada empresa –junto con los seres humanos mismos- de acuerdo con una imagen específica de lo económico. Toda conducta es una conducta económica, todas las esferas de la existencia se enmarcan y miden a partir de términos y medidas económicas, incluso cuando esas esferas no se moneticen directamente.” (2015, p.6)

Esa tendencia a la economización de todos los espacios sociales ha sido identificada como una etapa de ultraliberalismo (Todorov, 2017),  en la cual la vida de las personas y su desarrollo personal dependen del sistema económico, y ha configurado esquemas en los que las estructuras estatales se convierten en simples facilitadoras de las dinámicas del mercado, alejándose de aquellas responsabilidades fundamentadas en el contrato social. Es así como la garantía de los servicios de salud, educación, pensiones, etc., se ha ido desplazando hacia un ámbito de responsabilidad privada del individuo quien, a través de una lógica que le impele a invertir permanentemente en sí mismo como sujeto subordinado a las necesidades del mercado, termina por asumir las cargas de protección social que en principio corresponden al Estado al que ese individuo aporta.

La gobernanza neoliberal tiende a transformar a la democracia en algo separado de la política y la economía, entiende al Estado y al individuo como actores que deben estar comprometidos con la solución de los problemas y las demandas del mercado, pero la mantiene alejada de un verdadero consenso social. Así, el consenso neoliberal es producido por la obediencia a las leyes del mercado y la búsqueda del bienestar de este, en detrimento de las necesidades sociales e individuales.

Por otra parte, los nacionalismos extremistas y el resurgimiento del populismo constituyen también serias amenazas para la democracia liberal. Es común en la actualidad encontrar casos de populismos de derecha en varios países de Europa, y de izquierda en América Latina. Si bien los populismos de izquierda y de derecha comparten el fenómeno del surgimiento de figuras mesiánicas, el populismo de izquierda se expresa más como una oposición entre “el pueblo y la élite”, y el de derecha, se desarrolla, a través de la dialéctica, entre “nosotros y ellos”.

En este último caso, el populismo xenófobo y antinmigrante ha impulsado movimientos que culpan de todos los males del pueblo al “otro”; esto ha generado el fortalecimiento de movimientos de exclusión y racismo cuyas víctimas, incluso de crímenes de odio, son inmigrantes y refugiados. En los populismos latinoamericanos, por su parte, el factor de separación entre “el pueblo y la élite” unido a expresiones antiimperialistas, dan lugar al surgimiento de caudillos que se presentan como figuras que pretenden encarnar la voz del pueblo soberano contra la amenaza común, y se llegan a convertir, en algunos casos, en figuras atadas al poder que camuflan tendencias totalitarias y antidemocráticas con discursos de defensa del pueblo y de su soberanía. En ambos casos, el punto central es la configuración de dinámicas de exclusión y, en los casos más complejos, de movimientos extremistas.

La xenofobia populista amenaza la democracia no sólo a partir de las expresiones racistas o discriminatorias de los miembros de una sociedad o de las arengas políticas (Wodak, 2011), sino que también, de manera mucho más grave, incide en la securitización de nuevos asuntos tales como las migraciones. Lo anterior, ha llevado al desarrollo de cuestiones de seguridad no tradicionales que se alejan de la concepción habitual de la misma en términos de defensa armada o de formación de alianzas militares (Dalby, 2013), en una época en la que las amenazas son generalmente tanto multiformes como cambiantes, y se desarrollan a partir de dinámicas que podrían considerarse internas en algunos casos, y globalizadas en otros como la lógica gubernamental neoliberal.

Resulta pertinente entonces repensar cómo estamos construyendo las prioridades sociales, las cuales cada vez se dirigen más hacia el interés individual, dejando de lado lo colectivo. Lo anterior se expresa en ese imaginario ultraliberal en el cual el éxito personal  está medido fundamentalmente en términos económicos, o en el resurgimiento del mesianismo político en el cual la salvación del pueblo es encarnada en un único individuo , dando pie a la constitución de modernos cultos a la personalidad.

Lo anterior pasa por volcar de nuevo la mirada de una manera profunda sobre los valores fundamentales de la democracia liberal, y sobre la soberanía popular como su principio constitutivo, buscando protegerlos de caudillismos contemporáneos que apelan a mecanismos antidemocráticos, así como de la prevalencia absoluta de la lógica de mercado en perjuicio de derechos y libertades colectivos.

*Mónica Beltran Espitia es Ministra Plenipotenciaria de Carrera Diplomática y Consular. Actualmente, presta servicios en la Embajada de Colombia en Canadá. Profesional en Finanzas y Relaciones Internacionales, con especializaciones en Administración y Protección de los DDHH, y Estudios Culturales.

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