Presentamos esta nueva entrega de entrevistas en este espacio de El Espectador. El profesor Santamaría es investigador desde la filosofía del pragmatismo social, la psicología política y experto en discurso político. Es Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia de Salamanca y también Doctor en Filosofía de Universidad Pontificia Bolivariana, con estudios en filosofía y psicología social. Ha sido profesor de la Universidad Javeriana y de la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Actualmente es el director de la Facultad de Ciencias Políticas de la UPB. Ha ampliado estudios en Freiburg (Alemania), Sydney y Melbourne (Australia). Entre sus libros se destacan Hacer mundos: el nombrar y la significatividad. Siglo del Hombre, Bogotá, 2016, Nombres, significados y mundos, UPSA, Salamanca, España. 2007. Es Miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía (SCF) y de la Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso (ALED). Secretario de la Asociación Colombiana de Ciencias Políticas (ACCPOL) y Secretario General del próximo Congreso Internacional de Americanistas ICA que se celebrará en la Universidad Pontificia Bolivariana/Medellín 2027.
Iniciemos profesor Santamaría. ¿Por qué es importante el discurso o los discursos sociales?
Lo primero que debemos decir es que lo social es eminentemente un espacio discursivo de hablantes, de sujetos de habla que participan eso que llamamos el “mundo social”. Los seres humanos, somos comunidades de hablantes, en donde realizamos muchas actividades que son eminentemente lingüísticas, como, por ejemplo, prometer, exhortar, asentir, cumplir o adherirnos a diversas prácticas lingüísticas en las que nos desenvolvemos, dando y exigiendo razones de lo que hacemos dentro los diferentes juegos del lenguaje, como advertía Wittgenstein. Es así que hablar un lenguaje es participar de un universo lingüístico, es decir, es tomar parte de una práctica humana discursiva. Por eso el discurso importa, pues moviliza grandes causas, como la equidad social, la inclusión o la participación política, pero también puede movilizar la mezquindad, el odio, los miedos políticos y perpetuar intereses egoístas y estructurados.
¿Qué es, por otro lado, el discurso político?
Lo primero que debemos decir es que los discursos son prácticas sociales que evidencian -muestran- lo que se dice o se hace. Como se habla se vive, dirán algunos analistas del discurso. Un discurso, de toda índole, se da en seno de una comunidad o grupo social y expresas un modo particular de ver la vida, de cosmovisión y proyecto. Eso implica “analizar” o descomponer las partes mismas de dicho discurso, esto es, el uso del lenguaje que hacen los hablantes en unas situaciones determinadas como puede ser en la política, religión, la familia, la escuela, la sociedad, entre otras. Podemos decir, que la totalidad de los enunciados de una sociedad, bien sean orales o escritos, se convierte en objeto de estudio por ser discurso. El fenómeno social no es más que un mercado o intercambio lingüístico y en ese intercambio social discursivo las palabras se constituyen en ideas fuertes, que ganan terreno ideológico y termina por legitimarse a través de las acciones sociopolíticas. El discurso político es en la actualidad el que da más que hablar, pues involucra discurso emocional, discurso de odio, discurso populista o lo que vengo hablando en algunos de mis textos, el discurso exacerbado por parte de grupos políticos o líderes carismáticos.
¿Qué papel juegan estos lideres carismáticos? ¿Son populistas?
No es un asunto retórico lo que voy a decir: quien tenga dominio de la palabra podrá dominar a un grupo de seguidores y por qué no a un pueblo. Por eso el carisma es difícil de definir como diría Max Weber. Es difícil poder clasificar sin más a un líder. Lo que si podemos decir es que, sin carisma, el político poco brillará y no tendrá el poder del grupo que necesita para sus causas propias y colectivas. Muchos de estos líderes carismáticos son los llamados populistas. Por eso el líder populista aprovecha, sabe que la crisis viene o se está dando y con vocación mesiánica es capaz de convencer al llamado pueblo. El líder entiende que comprende y recoge las demandas el llamado pueblo.
Podemos decir, como advierte, Todorov que el discurso populista recurre constantemente al miedo frente a sus seguidores e identifica a un responsable o una clase social de la crisis para después presentar la solución que propone que se fundamenta desde el orden y la protección del espacio y de los ideales nacionales. Este líder carismático tiene el poder de la palabra e identifica demandas y soluciones fáciles a la vez. Las preocupaciones que a muchos ciudadanos nos aquejan, como la seguridad, la desigualdad, la salud, la educación, tienen una respuesta fácil de entender, pero a su vez imposible de aplicar.
Profesor Santamaría, pero ¿definir así al líder populista no es atribuirle una especie de mala fe, de pretensión de engañar a su electorado? ¿Qué piensa de la lectura de ciertos académicos como Ernesto Laclau, o en la actualidad, Luciana Cadahia o Jorge Alemán, que tienen una lectura positiva del populismo como un proyecto de reformas sociales donde el pueblo, no como sustancia o sujeto homogéneo, sino heterogéneo y conflictivo, puede articular demandas y movilizarse en pro de construir una república más igualitaria y emancipada, con justicia social?
Profesor Damian Pachón, gracias por tener presente esta lectura del lider carismático, conozco los autores como Laclau y la misma Mouffe que le dan fuerza y primacía, no solo a las ideas de justicia social, igualdad y emancipación sino al proyecto del líder carismático. No dudo que, como advierten los anteriores autores mencionados, como usted mismo, la democracia exige la participación de abajo hacia arriba, lo que Mouffe hablaba de la democracia radical, es decir, las prácticas e iniciativas pragmáticas orientadas a persuadir a la gente a ampliar la gama de sus compromisos hacia la democracia misma y a su vez en donde se construya, desde la crítica hacia dicha fidelidad democrática, una comunidad más incluyente. Y como lo dije unas líneas arriba el político debe saber leer su tiempo y a su vez debe ser un profesional, como advierte M. Alcantara en El Oficio del Político (Tecnos). Es un profesional de una ideología que defiende y que le permite saber leer la “crisis” más que otros. Por eso es “oportuno” para leer el momento y no me atrevo a hablar de buena fe o mala fe, sino de que es un político sin más, que, sin lugar a dudas, tiene la fuerza del discurso para convocar, pues la contienda política se necesita de dicha fuerza finalmente para ganar. Confió en que estos líderes carismáticos actúen de buena fe, pero no puedo asegurarlo. Pocos ejemplos tenemos, pero finalmente lo dejo al espacio inexorable de los fines morales, pues como diría Kant, el corazón del hombre es inexorable.
Háblenos, ahora, de la llamada polarización. ¿Considera que estamos polarizados? ¿Es mala la polarización?
Recientemente en la Silla Vacía, se hizo una análisis de la polarización en Colombia https://www.lasillavacia.com/opinion/hay-salida-a-la-polarizacion-en-colombia/ y concuerdo en que la polarización no es propia de nuestra democracia, sino que es un elemento presente en muchas democracias tanto europeas como americanas. No importa el tinte político. La democracia, en sí misma, permite desde su pluralismo social que las ideas (muchas de ellas fanáticas y polarizadas) lleguen al poder y tengan mayor resonancia, es decir, ganan terreno de acuerdo a la coyuntura del gobierno. Gobernantes como Trump, Bukele, Milei y Petro, usan discursos que convocan a seguidores y que distancian a sus rivales. Premian y castigan. La estrategia es polarizar, dividir con grandes expresiones como “ellos y nosotros”, “buenos y malos”, “pobres y ricos”, “casta y pueblo”. Sin lugar dudas, convoca tanto seguidores como futuros electores, pero genera un malestar generalizado. En la democracia, las palabras sí importan, dan cuenta no solo de la altura del debate sino de la calidad misma de la sociedad. Cómo se habla, cómo se conversa, cómo se dialoga da cuenta de la altura social.
Pero lo que se llama polarización ¿no puede pensarse, mejor, como una radicalización del discurso que tiene como fin poner de presente la existencia de dos o más lecturas diferentes, hasta opuestas, de la sociedad y sus problemas? Es decir, calificar a una sociedad como polarizada no es una simplificación que intenta ocultar las profundas diferencias y los conflictos que atraviesan el cuerpo social?
Como lo dije, a partir de la columna de la Silla Vacia, la polarización no es propia de nuestra democracia. Y el debate y la diferencia no es malo de por sí. Muchas veces la polarización deja ver una democracia viva y en constante discusión de ideas. La pregunta es, ¿en la actualidad se debaten ideas fuerte o simplemente personificaciones políticas? Tenemos unos lideres con dicha altura en el debate. Una democracia debe contar con buenos debates y eso lo soporta las fuertes y claras ideas. Concuerdo contigo en que se radicaliza el discurso para resaltar la propia y combatir la que se quiere derrotar. El asunto es que el discurso radicalizado puede caer -y lo hace en mayor medida- en un discurso exacerbado, del exceso que conduce a no escuchar o invalidar al otro de inmediato.
El conflicto, como bien señala Mouffe, es propio de la vida política, pues solo puede darse, como advierte Arendt, con otros, al estar juntos a pesar de las diferencias, eso es la política. El estar juntos revela siempre antagonismos de toda clase. La política que se da como aquel estar juntos, estará siempre amenazada por la discordia y la disolución y la esfera política surge de este actuar juntos, de compartir acciones, palabras y mundos, de continuar en la lucha de las mejores ideas.
Por favor, profundícenos esta idea de que “las palabras importan”, profesor Santamaría.
Por supuesto, importan y mucho. Y a su vez, los compromisos que hacemos. Lo décimos constantemente en el análisis del discurso, a saber, “somos amos y señores de lo que callamos y esclavos de lo que decimos”, como en esta entrevista. Debemos ser cuidadosos de cómo nos expresamos, en términos políticos y sociales. Veamos algunos ejemplos típicos en las que polarizamos con nuestras expresiones, “todos los políticos roban”, “los que protestan son delincuentes” o expresiones excluyentes como “gente de bien” o el conocido “usted no sabe quién soy yo” dividen, sin matices, en la clásica definición de Carl Schmitt en “amigo-enemigo”. El otro, no solamente es el diferente sino el enemigo a combatir y muchas veces, tristemente, como vemos con los crímenes políticos, a eliminar. La polarización no solo se da en la elite política sino se da en las calles y muchos hogares. Por cuenta de ver al otro como “amigo-enemigo”, por pensar distinto, miembros de las familias y amigos dejan de hablarse. Esto es lo que podríamos llamar los discursos de odio.
¿Qué son los discursos de odio en la política?
Como se afirma en teorías del lenguaje, el uso intencional de expresiones de “odio” conlleva a la institucionalización de prácticas de rechazo, discriminación y odio que moviliza en la toma de decisiones y conlleva realización de acciones políticas de todo tipo, muchas de ellas conducen a atacar la dignidad humana y son detonantes que generan desconfianza y violencia directa a la democracia. No en vano se habla tanto de crisis de las democracias y el discurso exacerbado tiene mucho que ver en ello. Por ejemplo, en los estudios del discurso, se ha acuñado dos términos en inglés, a saber, Slurs y Dogwhistles que tienen como propósito dentro del discurso atacar a personas o grupos sociales particulares y manipular las acciones de estos y dichos “insultos” o palabras empiezan a hacer parte del uso común “aceptado”. Con las palabras hacemos mundos como lo dije en mi libro Hacer mundos: el nombrar y la significatividad (Siglo del Hombre 2016).
Para cerrar, profesor Santamaría, ¿qué nos puede decir de esa relación lenguaje y política?
Apreciado Profesor Damian, el lenguaje y la política están estrechamente unidas y a su vez el llamado discurso político no puede darse sin el espectro del lenguaje. La política, como muchas otras prácticas está compuesta de palabras, de discursos. Una ideología política es un conjunto de palabras que toman más fuerza que otras, así como se da con nuestras creencias. Tanto el discurso moral como, por ejemplo, el discurso político está referido a la actividad misma de participar en una comunidad lingüística en la que damos razones y justificamos nuestras acciones de vida. Por eso importa el lenguaje en la política y en la vida misma. Somos lenguaje.