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¿Qué pasó con los desalojados del borde del río Bogotá?

El pasado 24 de abril, por orden de la Alcaldía Mayor, el Esmad desalojó a 398 familias de una invasión ilegal en el barrio Bilbao, al norte de Bogotá, pues estaban ocupando una zona de creciente del río.

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Foto: Jose Vargas Esguerra

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Por: María Paula Rubiano
Periodista Blog El Río y El Espectador

César estaba quieto, recostado contra una alambrada de púas. Miraba hacia el río, separado del barrio solo por un terreno negro y cenizo: los restos de un incendio. Iba vestido de azul y su pelo engominado, casi caricaturesco, no se movía a pesar de la brisa que acompañaba la llovizna. Hasta hace 17 días, allá, en la tierra quemada, estaba la casa de César. Cuando hablamos con él supimos que no miraba el río: miraba el fantasma de su rancho de madera.

Una retroexcavadora, que limpiaba los pocos palos que no ardieron, interrumpía su voz. César llevaba unos cuantos meses en la invasión que colmó las orillas del río Bogotá en ese barrio, ubicado en Suba, al norte de la ciudad. Claro: había quienes, como un tal Wilson, habían llegado a la invasión ilegal hacía seis años. Pero la explosión demográfica en estos bordes del río Bogotá comenzó hace poco menos de un año.

César vivía allí con sus hijos y su esposa. Mientras nos contaba su historia, miraba al espacio vacío que antes ocuparon 365 ranchos de madera y zinc, según cifras de la Alcaldía. Las dos líderes de la zona, Yeimi Parada y Yeimi Díaz, hablan de 350 familias. La Alcaldía habla de 398, cerca de 1.500 personas. “En la invasión chiquitica, la de abajo, todo era muy familiar. Hasta teníamos un baño para compartir”, dice César.

La de arriba era otro cuento y fue, aseguraron habitantes del barrio, la que causó el desalojo. Allí era donde se movían las drogas. Allí fue donde entre febrero y marzo de este año aparecieron botados tres cadáveres. Allí fue donde empezó el incendio que el día del desalojo abrasó los ranchos. Muchos creen que la intervención del Bronx en mayo de 2016 desparramó el microtráfico y a los consumidores por toda la ciudad, y que hasta acá llegaron.

El fuego: «No hubo tiempo de nada»

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Ese día, el Esmad llegó al barrio en la madrugada. Pero fue en la tarde cuando se prendió el incendio. Foto: Jose Vargas Esguerra

Los periodistas que cubrieron el desalojo solo hablaron de una invasión reciente. En cambio, para los habitantes del sector era claro que existían dos grupos diferenciados: la invasión chiquita, “la de abajo” en la que vivían sobre todo familias, y la grande, “la de arriba”, a la que el secretario de Gobierno de la ciudad, Miguel Uribe, se refirió como zona peligrosa y de criminalidad.

No voy a decir mentiras, porque sí había consumidores que llegaban a refugiarse en esa invasión. Lo que pasaba era que quienes estaban a cargo del negocio en el barrio llegaba allá a ofrecerles. Vieron que era una invasión y quieren mostrar que hacíamos todo mal. Eso es de los muertos es una fachada, porque los mataban en cualquier parte y los echaban allá, echándole la culpa a la gente de la invasión”.

Quien habla es Joan Reyes, un pelao de 23 años con ojos grandes y un recién nacido. Desde los 13 años recicla en la calle, cuando abandonó la casa de sus padres en Bilbao. Llegó a la invasión -a la de abajo, a la chiquita-  hace tres meses, con su “señora”, una pelada de 18 años que entonces tenía seis meses de embarazo. El día del desalojo, Ingrid y Joan tuvieron que salir corriendo. Rescataron cuatro mudas de ropa.

Mientras ellos estaban en esas, Yeimi Parada, la líder de la menor de las invasiones, ayudaba a sacar las cosas de una vecina que estaba en la clínica. Muestra la quemadura en el centro de su cuello, como probando sus palabras. Muestra una mancha negra sumergida en su pantorrilla derecha: un miembro del Esmad disparó un gas contra ella en medio del caos. “A mí me fue bien. A un niño le volaron todos los dedos de una mano. A una niña de 13 años que estaba embarazo le dejaron el cuerpo negro de moretones”, cuenta.

El humo: «No tenemos donde meternos»

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La gente asegura que un mes antes del desalojo, les hicieron un ‘censo’, que más tarde se entraron era para adelantarlo. Foto: Jose Vargas Esguerra

Después del fuego, como registraron las cámaras, solo quedó confusión: los bomberos llegaron cuando el último rancho ya era una hoguera. Los desalojado forzaron la cerradura de una construcción de la iglesia del barrio y pasaron allí la noche. Al otro día, El Esmad regresó y los sacó de allí también. Fue entonces cuando, como hormiguitas, se regaron en las casas cercanas.

Eso hizo César. Eso hicieron Yeimi Parada con sus dos hijos (una niña de 8 años y un niño de 10); y Joan y su “señora” Ingrid. Eso hicieron, dicen en el barrio, la mayoría de desalojados. Un hombre, Antonio Velazco, tiene a ocho personas hospedadas en su pequeña casa, que en lugar de paredes tiene de esos paneles que separan cubículos de oficinistas. Un arrume de objetos, torre de babel, decora el centro de su hogar.

Entre el arrume están las colchonetas y las almohadas que les dio la Alcaldía tras el desalojo. Las cifras oficiales dicen que han entregado 1.112 kits de noche, 349 de cocina u 1.141 de aseo personal. “Pero eso para qué si no hay donde dormir”, dicen. Hay quienes están pasando las noches en las calles del barrio, dijo Yeimi Díaz, una de las líderes.

Yeimi Díaz, la líder de la invasión grande -la de arriba- tuvo que irse hasta el sur de Bogotá, pues su familia en el barrio solo hospedó a sus tres hijas, de 9, 13 y 15 años. “No me las llevé porque eso implicaría que dejaran de estudiar, y eso sí que sería lo último para que su vida fuera un caos total”. Algo así como tres horas de camino y varios pasajes de bus las separan. “No nos vemos todas las semanas, porque queda muy lejos”, dice.

La solución de la Alcaldía, además del kit inmediato, es un subsidio de arriendo por tres meses, y otro para alimentación. Además, señaló el gobierno local, esclarecerá el acceso a vivienda de los afectados. Según sus datos, 114 familias están inscritas o tienen aprobado un subsidio de vivienda y 55 son propietarias de predios, tanto en Bogotá como en otras partes del país.

Las cenizas: «Sólo pedimos un pedacito de tierra»

Funcionarios de la Corporación Autónoma Regional (CAR) y el Idiger ya fueron hasta el jarillón del río Bogotá para evaluar su estabilidad. Su construcción es la que garantizaría que en épocas de lluvia, el río no inunde las calles sin pavimentar de Bilbao. Las viviendas improvisadas ponían en riesgo no sólo a sus habitante, sino a todo el barrio con el que colindaban.

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Según la Alcaldía, 96 de estas personas hacen parte del registro de recicladores de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP). Foto: Jose Vargas Esguerra.

Todos sabían que estaban invadiendo un terreno de manera ilegal. Sabían que con las lluvias el río podía desbordarse en cualquier momento y causar una emergencia.  Todos, dice Joan Reyes, se levantaban con la angustia en el pecho de que ese día sí llegara el Esmad a sacarlos. “Lo que no sabíamos era que nos iban a sacar de la forma que nos sacaron. Eso no fue humano”, explica Yeimi Parada.

Si bien están desperdigados por el barrio y la ciudad, tienen un grupo en whatsapp por el que preguntan, comentan, cuadran reuniones. Por ahí cuadraron asistir a la marcha que el pasado 9 de mayo recorrió con antorchas el centro de Bogotá, apoyando la revocatoria del alcalde Enrique Peñalosa.

Yeimi Parada resume en unas cuantas frases lo desesperada de su situación: “Hemos estado hablando con el alcalde que nos ayude con una casa digna. No le estamos pidiendo una casa ni un apartamento, sino un pedacito de tierra para construir nuestra casa, así sean en madera otra vez”.

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