Durante la primera mitad del siglo XX el Caño Bugre tuvo una actividad comercial intensa./ Foto de 1950, aprox. Gustavo Abad Hoyos
Por: Karen Tatiana Pardo @TatianaPardo02
Periodista @BlogElRío
Cuando el papá de Adán Caballero era joven solía sembrar yuca, plátano, maíz y ñame a orillas del caño Bugre en el municipio de Cereté, Córdoba. Esas aguas no solo eran punto de encuentro para vecinos y amigos en los días de calor; sino también, una importante vía comercial en donde navegaban embarcaciones de mediano tamaño con comida y vasijas de barro traídas desde Cartagena y Santa Cruz de Mompox.
Hoy en día, Adán tiene 55 años y sigue viviendo en la rivera del Bugre; sin embargo, ya no queda rastro de aquellas anécdotas que su padre solía contarle. Las aguas están contaminadas, los peces escasean, la basura obstaculiza el paso y los olores fétidos se han ido apoderando del lugar.
El río recorría en abundancia los municipios de Cereté, Los Garzones, San Pelayo, Cotorra y Lorica pero ahora, de los quince metros de ancho que tenía, solo alcanza los tres. Los sedimentos y más de 2.500 cambuches que se han ido asentado a lo largo de sus 33 kilómetros hacen que sus aguas agonicen hasta la Ciénaga Grande de Lorica.
Las personas que han estudiado su pasado y han visto su deterioro sueñan con retroceder el tiempo y volver a aquella época gloriosa en donde se dejaban varias canoas atadas a los árboles más frondosos del lugar para poder cruzar y comercializar de un lado a otro.
Uno de ellos es el historiador Nabonazar Cogollo quien cuenta que, con la llegada de la española Francisca Baptista de Bohórquez al municipio de Cereté, la zona fue progresando gracias a la construcción de factorías y al ingreso de algodón, cacao, caña de azúcar y semillas de arroz con los que los indígenas aprendieran a cultivar y cosechar.
“Fue así como empezó a funcionar el Puerto Wilches en el Caño Bugre donde se despachaban pequeñas y medianas embarcaciones hacia Lorica cargadas de frutas, queso artesanal y manteca; mientras que desde allá, llegaba aceite, velas, cerámica para la cocina, bocachico y telas importadas por los sirio-libaneses. Luego las embarcaciones seguían su ruta hasta Montería”, afirma el experto.
“El viejo más viejo de Cereté”, como suele llamarle el escritor José Navas al Bugre, también tenía historias misteriosas que se habían estado construyendo a través de la oralidad entre sus habitantes. “Niñas encantadas”, por ejemplo, es una de sus favoritas y, según cuenta, en las apacibles aguas de este caño solían rondar tres cisnes blancos que, al llegar a la orilla, se convertían en mujeres y entregaban el don de curar; ellas se llamaban Héctara, María Salvadora y María Redentora. Pero, con el tiempo, sus aguas se fueron secando al igual que los misterios que reposaban en ellas.
Los habitantes, a pesar de vivir tan cerca al caño, no pueden utilizarlo para uso diario por lo que se ven obligados a recoger agua lluvia para cocinar, bañarse, lavar y beber ya que no cuentan con un sistema de acueducto integral. Sin embargo, los lavaderos de motos y vehículos que han ido construyendo a sus orillas empeoran la situación con los vertimientos de aceites, gasolina y detergentes que llegan directo al Caño; además de los cambuches que se vienen asentando desde hace mucho tiempo.
Hay quienes prefieren responsabilizar a la Central Hidroeléctrica de Urrá por acelerar el deterioro del Bugre; según dicen, desde que empezó a funcionar, el caudal del río Sinú se ha ido alterando y las aguas del Bugre se han ido secando con el paso de los años.
Según un diagnóstico realizado en el 2009 por la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y del San Jorge (CVS) , el Bugre está influenciado directamente por el río Sinú, es decir que depende de volúmenes de agua que presente el río, de tal forma que “el Sinú debe aportar como mínimo unos 250 metros cúbicos por segundo para que le pueda entrar agua al caño Bugre, en caso de menores aportes, los caudales del caño se reducen sustancialmente”.
La empresa, respondiendo a un derecho de petición instaurado por la comunidad, dice que “no es de su competencia” crear programas para la recuperación del Bugre ya que “fue creada para generar y comercializar energía eléctrica (…) y no es una autoridad ambiental”.
De acuerdo con la CVS, el Caño Bugre presenta mayor contaminación en los barrios 24 de Mayo, Las Ameritas, Oriente y Nuevo Oriente.
Cansado de ese vaivén de culpas y esperanzado por devolverle la vida a este lugar, el concejal Eldrin Imitola decidió crear un grupo de voluntarios en el año 2011 para realizar expediciones y llamar la atención de políticos, autoridades ambientales y habitantes de la zona para que juntos empiecen a trabajar en su recuperación.
“Queremos que se haga dragado, reubicación y arborización con especies nativas. Que los estudiantes de colegio hagan su servicio social con la comunidad y conozcan el Bugre; además que sea considerado un área natural y protegida. Pero el problema ha sido la falta de interés de los alcaldes, el Ministerio de Ambiente y la CVS”, afirma Imitola, fundador del grupo ´El Bugre Somos Todos´.
Según el voluntario e ingeniero Kevin Vargas, el Ministerio de Ambiente se comprometió con ellos a visitar este mes la zona para determinar qué estrategias se podrían emplear en su recuperación. “A pesar de que no hay vida ni flujo hidráulico esperamos que se pueda intervenir tal cual como se está haciendo con el río Bogotá y que las autoridades dejen de hacerse los de la vista gorda como siempre lo han hecho”, dice.
Por ahora, el panorama es preocupante. El Puerto Wilches es solo un recuerdo del pasado y el nombre de un municipio en Santander, las embarcaciones sólo pueden apreciarse en fotografías antiguas y los planchones, utilizados para cruzar el Bugre de un lado a otro, ya no existen pues atravesarlo a pie resulta relativamente sencillo.
Voluntarios realizando sus jornadas de limpieza./Foto: El Bugre Somos Todos
*Nota del editor: El crédito de la foto principal de este blog fue actualizado el 15/09/2022.
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Blog El Río
Este blog nació en 2014 con un sueño: que algún día el río Bogotá, al lado del que viven más de ocho millones de colombianos, deje de ser uno de los más contaminados del planeta. A medida que nos sumergíamos en él, nos dimos cuenta de que el problema era más profundo, y que por eso era necesario hablar, pensar, escribir, fotografiar y documentar nuestra relación con el agua en todo el territorio colombiano.
Nuestro aliado en esta tarea es la organización The Nature Conservancy (TNC), que desde 1951 trabaja en todo el mundo para proteger las tierras y las aguas de las cuales depende la vida. En Colombia, TNC lleva más de treinta años desarrollando un modelo de conservación, que permita cumplir con las demandas de agua, alimentos e infraestructura que requerimos para avanzar, mientras conservamos nuestra rica diversidad natural.