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Las amenazas a las que se enfrentan los ecosistemas del Bajo Baudó

El documento demuestra que, a pesar de las apuestas locales por un desarrollo sostenible, las amenazas que enfrentan las comunidades pueden llevar a su desaparición.

En la región hay 10 estuarios de los que dependen 47 especies de peces comerciales. / Fotos: Cortesía Mar Viva

Por: María Paula Rubiano –Periodista Blog El Río y El Espectador
Fotos: Cortesía MarViva

Manuel Velandia abre el Atlas marino costero del Bajo Baudó en la página 45. El libro, elaborado por las organizaciones Mar Viva, Codechocó, Corparién y Plan Internacional, es el primer gran trabajo que compila toda la información disponible sobre esta región del litoral Pacífico. Velandia, geólogo y gerente del área de ciencias en Mar Viva, habla sobre la foto que tomaron con un dron en Purricha, una de las 20 comunidades del Bajo Baudó chocoano.

“De acuerdo con las proyecciones del Ideam, el cambio climático causará que para 2100, de las 20 comunidades del Bajo Baudó, 19 estén bajo el agua”, dice. Solo Belén de Docampadó se salvaría de ese destino que en comunidades como Purricha ya es una realidad. En un futuro cercano, explica, la comunidad de la fotografía ya no estará. Señala una casa al borde del océano en la imagen y dice: “Un arquitecto que visitó la zona para el mantenimiento de un centro de acopio de pescado cercano a la playa nos recomendó no hacer ninguna inversión en esa estructura, porque él decía que en tres años ya no iba a estar”.

Su colega Melissa Scheel, quien coordina el área de pesquerías en Mar Viva, cuenta que en Sivirú la gente está construyendo sus casas cada vez más adentro en la selva que bordea las costas. “Ya es parte de su vivir”, apunta. Según el Ideam, Bajo Baudó es el municipio chocoano que más terreno habrá perdido por la erosión costera derivada del cambio climático en el año 2100. Si las cosas no empiezan a cambiar ya, dentro de 80 años el mar se habrá tragado el 11 % de su territorio. Si a este escenario se suman presiones locales como la tala de manglar, la sobrepesca y la posible construcción de un enorme puerto en su vecino al norte, en el golfo de Tribugá, la supervivencia económica, social y cultural de las comunidades está en vilo.

En el Bajo Baudó, un lugar donde el 45 % de la población tiene las necesidades básicas insatisfechas, el bosque y mar son las únicas fuentes de ingreso. De acuerdo con datos que recogió Mar Viva en 2017, el 67 % de los habitantes del municipio dijo que la pesca era su actividad permanente y regular, el 75 % usa los frutos y plantas del bosque como medicina y alimento, el 76 % realiza alguna actividad agrícola y el 42 % dice que la extracción de madera es clave para sobrevivir.

El problema es que desde hace varios años, las comunidades sienten que su ecosistema es cada vez menos capaz de proveerles lo que necesitan. Un monitoreo de Mar Viva, por ejemplo, mostró que la captura de unos pequeños moluscos llamados piangua pasó de 340 conchas por hora en los años 90 a 62 conchas por hora en 2017. Necesitaban encontrar la forma de armonizar su sustento con la conversación de su territorio.

Los manglares son parte fundamental de la supervivencia de las comunidades en el Bajo Baudó, así como de su capacidad para adaptarse al cambio climático.

Envidia de la buena

En 2014, después de que Codechocó aprobara la creación del Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) Golfo de Tribugá-Cabo Corrientes, los 10 consejos comunitarios del municipio de Bajo Baudó, que limitan al sur con esa zona, supieron que esa era la figura que querían perseguir. “Se llenaron de envidia de la buena y buscaron a la entidad para que les ayudara a crear también un DRMI en su territorio”, cuenta Velandia.

Codechocó se contactó con Mar Viva, que además de haber acompañado el proceso en Tribugá había trabajado en la implementación de una zona de pesca artesanal y sostenible aún más al norte, en los límites con Panamá. Durante 2016 los 10 consejos comunitarios trabajaron juntos para delimitar el territorio.

Se realizaron talleres de cartografía participativa con las comunidades para delimitar el Distrito Regional de Manejo Integrado.

Mientras tanto, los biólogos y geólogos de Mar Viva recogían toda la información posible sobre el territorio. Se llevaron una sorpresa cuando se dieron cuenta de que, como dice Velandia, “aunque se sabe que hace parte del Chocó biogeográfico, puntualmente el desconocimiento sobre esta zona era muy grande, en comparación con otros lugares como Tribugá, en Nuquí, o más al sur, por Buenaventura”.

Después de un año de trabajo, en 2017 se creó oficialmente el DRMI Encantos del Bajo Baudó. Con 314.000 hectáreas de costas, mar abierto, estuarios, manglares, selvas y guandales (un tipo de selva inundable), es hoy el distrito regional más grande de Colombia.

Pero ahí no acabó la historia. Mar Viva buscó la forma de completar esos retazos de información que alcanzó a recoger antes, para así diseñar, con un poco más de certeza, el plan de manejo ambiental del DRMI. Durante 2017 y 2018, financiados por el proyecto Plan por un Pacífico Sostenible, Mar Viva emprendió un monitoreo en la región que les permitiera conocer a fondo su riqueza ambiental, además de entender a las comunidades que dependen de ella.

Peces, manglares y puertos multimodales

Los biólogos y geólogos de la ONG acompañaron a 321 pescadores en 4.077 faenas de pesca y visitaron seis sitios de desembarque pesquero para ver cómo se mueve la pesca en la región. Fue así como encontraron que de los 286.938 kilogramos de pescados capturados al año, el 66 % corresponde a 12 especies. Vieron además que, si bien el camarón langostino representa apenas un 2,5 % de las capturas, les aporta a los pescadores el 12% de sus ingresos.

Lo más grave fue darse cuenta de que las artes de pesca que estaban usando los pescadores ponen una enorme presión sobre las especies. Al analizar el tamaño con el que fueron capturadas 59 especies, “se encuentra que 36 de ellas, es decir, el 61 %, están por debajo de la talla media de madurez”, es decir: son peces que aún no se han reproducido. Esta práctica pone en riesgo la continuidad de las especies y, en consecuencia, la seguridad alimentaria de los mismos pescadores.

Asimismo se dieron cuenta de que, si bien el municipio es el que más manglares tiene en todo Chocó (26.679 hectáreas), estos bosques están muy fragmentados, lo que aumenta la erosión costera. Y, por si fuera poco, los guandales, los corredores selváticos que unen a los manglares con los bosques de tierra firme, también están fuertemente amenazados por la expansión de cultivos de coco y arroz y la extracción sin control de maderas finas como la caoba.

Además, en un escenario de cambio climático, el aumento de la temperatura del agua y su nivel en la costa podría alterar completamente la cantidad de animales de cada especie, así como su distribución y disponibilidad. Si a esto se añade la posibilidad de que a unos cuantos kilómetros al norte se construya el enorme puerto de aguas profundas de Tribugá, dice Melissa Scheel, la conectividad entre los ecosistemas y la presencia de especies migratorias está amenazada.

Los monitoreos de corales blandos, al norte del municipio, fueron clave para que las comunidades conocieran más a fondo la vida natural que los rodea.

Para revertir este escenario, las comunidades están trabajando en la mejora de sus artes de pesca. De hecho, 170 pescadores hacen parte de un programa piloto de pesca responsable y con cadena de valor, que quiere llevar sus peces a las mesas de los restaurantes del grupo comercial Takami, en Bogotá, y La Pesquería, en Medellín. No ha sido fácil, sin embargo: en una región donde hay cuatro horas de luz eléctrica al día y donde las avionetas entran y salen con poca frecuencia, es difícil mantener la cadena fría que se exige a los productos en el centro del país.

En una de las 4.007 faenas de pesca con pescadores de la región. En esta, acompañan una faena de pez alguacil en Hijúa.

Los acuerdos con los enormes barcos camaroneros que solían llegar a las playas del Bajo Baudó también han sido complicados. Si bien el sector de la pesca industrial se involucró en el proceso, que respeten las dos millas náuticas de pesca artesanal en la costa ha sido un dolor de cabeza. “Sabemos que las organizaciones están comprometidas, pero creemos que se necesita que los capitanes de barco estén más articulados y al tanto de las decisiones que se toman”, dice Velandia.

El respeto de los permisos de extracción de madera y la suspensión de la expansión de la frontera agrícola también son tareas pendientes. Mar Viva y las comunidades creen que pueden lograrlo. Para ellos es cada vez más evidente que si no ajustan sus formas de vida podrían colapsar.

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