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Así se vive en Ciudad del Cabo, la primera urbe sin agua

Cuatro colombiano le contaron a El Río lo que implica vivir en una ciudad a punto de un desastre hídrico causado por factores ambientales y mala gestión de los recursos.

Cape Town's main water supply from the Theewaterskloof dam outside Grabouw, Cape Town, South Africa, Tuesday, Jan. 23, 2018. A harsh drought may force South Africa's showcase city of Cape Town to turn off most of its taps, as the day that the city runs out of water, ominously known as "Day Zero", moves ever closer for the nearly 4 million residents. (AP Photo) Así se veían los niveles de aguas de la represa Theewaterskloof, la mayor proveedora de agua para Ciudad del Cabo, el pasado 31 de enero. (AP Photo)

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Por: María Paula Rubiano
Periodista Blog El Río y El Espectador

Katia de la Cruz tiene un balcón con hamaca con vista a Ciudad del Cabo (Sudáfrica). La profesora de literatura disfrutaba tumbarse allí entre palmeras y plantas que le recordaban a su natal Aracataca. Eso hasta hace unos meses, cuando tuvo que deshacerse de ellas y reemplazarlas por sábilas y suculentas. La razón: no había suficiente agua para regar a ese placebo del trópico.

Hace unos días la situación de sequía a la que se enfrenta Ciudad del Cabo desde hace un año se convirtió en noticia mundial. El Gobierno determinó el día en que las llaves de los cuatro millones y medio de habitantes se cerrarán. El 16 de abril de 2018. Lo llamaron, al mejor estilo de una película posapocalíptica, el “día cero”.

A pesar de lo impactante que pueda sonar la noticia, el día cero viene cocinándose desde hace una década. Cuando Katia de la Cruz llegó a Ciudad del Cabo en 2010 se dio cuenta de que de tanto en tanto aparecía la noticia de una posible sequía en esa ciudad en la punta más meridional del continente africano. Sin embargo, los políticos descartaban los análisis de científicos y expertos como alarmismo barato y preferían apuntar hacia las seis represas que abastecen a la ciudad, en ese entonces llenas al 110 %.

Las cosas empezaron a complicarse en el verano de 2015. Sergio Cardoso, quien llegó desde Santa Marta ese año, debe recorrer la carretera principal de Ciudad del Cabo todos los días para llegar a su oficina en el centro. Durante los 25 kilómetros de trayecto con vista al mar veía las cuatro pantallas LED que mostraban el nivel de los embalses: 50 %. Eran bajos, pero todavía había un margen de maniobra.

La ciudad empezó a construir entonces siete plantas de desalinización y a explorar la posibilidad de aprovechar los acuíferos subterráneos que se sabe abundan en la región. La confianza en que las lluvias llegarían se mantuvo. Pero nunca aparecieron, al menos no como antes. Pasó un año y todo siguió igual. En las cuatro pantallas LED de la autopista, Cardoso vio, durante el verano de 2016, el nuevo porcentaje de capacidad de las represas: 30 %.

img-6452 Dos veces a la semana, Katia De la Cruz sale trotar en este estanque, uno de los que se usan para apagar incendios de la Montaña la mesa (al fondo) en intensos veranos como el que se vive actualmente. Dice que nunca antes lo había visto tan bajo. / Foto: Cortesía Katia de la Cruz

“En el invierno siempre había una semana de agosto en la que llovía todos los días. Desde 2015 eso no ocurre. Es cierto que toda la región atraviesa una sequía muy dura”, dice De la Cruz. Sin embargo, la estudiante de doctorado apunta a otras causas: un acueducto mal gestionado —la ciudad ha crecido 80 % desde 1994— y sobre todo a la mala distribución de los ojos de agua, como llama a los nacimientos.

Si bien en Sudáfrica el agua es oficialmente pública, De la Cruz explica que es normal que en las grandes haciendas vinícolas se sitúen nacimientos de agua que, por estar en propiedad privada, no pueden ser usados por el público. Unos pocos son los «dueños» (no en papel, pero sí en la práctica) de una cantidad enorme de agua, mientras la ciudad sufre de sed. Lo mismo sucede con los acuíferos: si alguien compra una propiedad con uno, puede registrarlo a su nombre y no debe pagarle nada a la municipalidad, explica Cardoso. “De hecho, muchos edificios nuevos del centro han hecho eso, y por eso no les ha tocado racionar tanto el agua”.

Para acabar de ajustar, seis de los siete proyectos de desalinización están atrasados. El único que avanza es el ubicado en el Waterfront, la zona más exclusiva de la ciudad y, probablemente, de todo el continente africano.

Pero la crisis también se ha filtrado en ese barrio, donde un apartaestudio puede costar dos millones de dólares. Los restaurantes ya no quieren vender pasta ni vegetales cocidos porque usan mucha agua, los hoteles cinco estrellas ya cerraron sus spas y no permiten usar la tina, le contó a este diario Carolina Zapata, quien vive allí desde hace ocho años. La maratón Two Oceans, que se hace cada año en marzo, es el elefante en la habitación del que nadie quiere hablar: “la carrera más bella del mundo” podría dejar en ceros las cuentas hídricas de la ciudad.

Al parecer, a los que peor les va a ir es la gente que vive en los townships, que son una especie de barrios marginales creados durante el apartheid, y cuyos habitantes son, en su mayoría, negros. «Allí los baños son públicos y el agua se recoge en un punto común», cuenta la docente, quien enfatiza que el problema, si bien ambiental, tiene su origen en la ineptitud de los políticos.

El gobierno de la ciudad ya anunció que a partir del primero de febrero, los capetonianos que gasten más de 50 litros diarios deberán pagar multas. En oficinas, periódicos, programas de radio y de televisión piden no soltar la cadena de los sanitarios si “el agua está amarilla, sólo si está café”. En algunos gimnasios el agua de las duchas sale por unos cuantos minutos y eso es todo. En las oficinas han puesto alcohol para lavarse las manos.

Así sale el agua en el apartamento de Debora Noemi Pedreira, argentina. / Foto: Cortesía Debora Pedreira Así sale el agua en el apartamento de Debora Noemi Pedreira, argentina que vive en el país desde hace tres meses. / Foto: Cortesía Debora Pedreira

Sin embargo, no todos los habitantes de la ciudad cumplen el compromiso: de hecho, según cifras oficiales, sólo el 55 % consume menos de 87 litros diarios. De seguir así, el día cero llegará y la gente deberá recoger 25 litros de agua en 200 puntos ya establecidos por el gobierno local. Deberá, además, implementarse una hora exacta para que toda la gente baje el baño. La presión conjunta de todos los sanitarios sería la única opción para limpiar las cañerías.

Aunque le parece injusto que le echen la culpa a la gente por la mala gestión de los gobernantes, De la Cruz dejó de usar el lavavajillas y se lava el pelo cada tres semanas, pues el resto del tiempo usa champú seco. Antes de su corta ducha diaria, la colombiana sigue esperando que el agua salga caliente. El agua que queda de esa primera espera la separa en un balde para regar cada diez días, con una sola taza, las pocas plantas que aún conserva en su apartamento.

Nota del editor: En la publicación original de esta noticia, no se aclaraba que el Sudáfrica el agua es, por ley, pública, pero que la distribución del recurso es desigual y ha contribuido al problema de escasez. Además, se aclaró el concepto de «township», difícil de resumir por la compleja historia política del país. 

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