El MERIDIANO 82

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¡Voluntarios rusos en Ucrania, uníos!

ANUNCIA COMIENZO DEL REPLIEGUE DE TANQUES Y ARTILLERÍA DEL FRENTE DE DONETSK
Una familia pasa delante de un tanque prorruso en Lugansk. / EFE

Esta semana fue establecida en Moscú la Unión de Voluntarios de Donbás, que reúne a cerca de 30.000 civiles y exmilitares rusos que se fueron a Ucrania a participar en la guerra. El gobierno de Vladimir Putin es acusado de armarlos.

Por Juan David Torres Duarte

Militante del partido bolchevique y añejo profesor de letras, el ruso Evgueni Pavlenko fue asesinado en el campo de guerra de Debaltseve, Ucrania, víctima de las fatigadas balas de la rebatiña revolucionaria en marzo de este año. Por entonces, Pavlenko se había unido a las milicias rebeldes ucranianas bajo la firme creencia de que el conflicto, cuyas primeras escaramuzas se remontaban a abril de 2014, consistía en un ataque directo a los rusos, a su política antiquísima, a la mitológica obligación fraternal de Ucrania hacia Rusia. Si hacían falta razones ideológicas, los voluntarios se contentaban con encontrar divertido y aventurero un avance guerrerista. Pavlenko fue enterrado con otros tres compañeros en San Petersburgo, sin honores militares y en una ceremonia que atendieron otros combatientes, viejos y jóvenes, entrenados en la Legión Imperial, una suerte de escuela de combate que prepara a los voluntarios rusos para irse a la guerra y que tiene como bienes principales un manojo de pistolas de paintball que hace las veces de armamento bélico.

La memoria de soldados improvisados como Pavlenko está en la base de la Unión de Voluntarios de Donbás, establecida esta semana en Moscú por Alexandre Borodai, el autonombrado primer ministro de la República Independiente de Donetsk. Con esta asociación, que tendrá réplicas en San Petersburgo, Rostov del Don, Simferópol y Crimea, Borodai espera darle un “estatuto” a los voluntarios rusos que acudieron a la guerra de Ucrania, en la que rebeldes luchan contra el gobierno central —en manos del presidente Petro Poroshenko— para impulsar la independencia de dos regiones: Donetsk y Lugansk. En 2014, por referendo, la provincia de Crimea se anexó al territorio ruso.

El segundo pacto de Minsk, firmado a principios de este año, obliga a las partes a crear una zona desmilitarizada, a amnistiar a los involucrados, a darle un estatuto especial a Donetsk y Lugansk y a vigilar el correcto manejo de su política interior. En medio del conflicto está Vladimir Putin, presidente de Rusia, señalado de armar a los rebeldes en contra del gobierno oficial y de impulsar la expansión territorial de su país. El gobierno ruso ha dicho que no arma a los rebeldes y que cualquier ruso que exista en dicho ejército se ha ido por voluntad propia; sin embargo, las armas en manos de los rebeldes harían parte de la dotación de un ejército (hay incluso misiles BUK) y requieren cierta experticia para su manejo. En las últimas semanas, las partes completaron la desmilitarización de la región de Lugansk y en los próximos días comenzará la de Donetsk. Para fin de año, de acuerdo con el pacto, el conflicto debería estar ya en su fase política.

Los “voluntarios”, según le contó Borodai al diario Le Monde esta semana, se componen de dos grupos: los civiles y los militares retirados. Desde mediados de 2014, asociaciones de internautas rusos crearon redes de “apoyo moral” a través de la red social VK —la más popular de ese país, con cerca de 100 millones de cuentas—. El apoyo consistía en asistir como turista a Ucrania y apoyar a las fuerzas rebeldes en las protestas pacíficas. La BBC recuerda en una nota de esos días que docenas de rusos atendieron el llamado y que en las cuentas de Twitter y VK se multiplicaban los mensajes con el hashtag “Rusia no deja a los suyos a la deriva”.

En una entrevista con el diario ruso Kommersant, el secretario del Consejo de seguridad ruso, Nikolai Patruchev, recordó que el gobierno ruso no puede impedir a sus ciudadanos que vayan a la guerra, y que los voluntarios tampoco deberían esperar ninguna gratificación o recompensa. Por esa razón, el gobierno ucraniano ha pedido a su homólogo ruso que cierre la frontera para clausurar el paso de armamento y de voluntarios rusos. La frontera continúa abierta y en las últimas semanas todavía se registraba el paso de camiones desde Rusia sin la revisión adecuada.

Alexandre Borodai calcula que cerca de 30.000 voluntarios —“al menos”— han luchado en Ucrania. Aunque no lo dice con claridad, la unión sería un organismo preparado para reintegrar a los voluntarios que lleguen de Ucrania y que quizá estén heridos y carezcan de las oportunidades básicas. Sin recibir apoyo del Estado, la unión se presenta como un organismo de heroísmo ruso y al mismo tiempo como el producto de una decepción histórica. En su charla con Le Monde, Borodai recordaba que el sueño de la gran nación rusa, del que hace parte Ucrania por todos sus años de cercanía durante el gobierno comunista, es una tarea inconclusa. “Ese proyecto, por el momento, no está listo —dijo—. Pero hoy, aunque Rusia no las reconozca, ya existen repúblicas independientes que viven dentro del mundo ruso. Después de Crimea, no está tan mal. (…) Ucrania se va a partir en pedazos”.

Justo en ese nacionalismo radica la amenaza del retorno de los voluntarios a Rusia. Muchos de los voluntarios, encabezados por políticos o activistas de extrema derecha, profesan una visión nacional que los distingue incluso de las ambiciones del gobierno de Putin. A pesar de que el presidente ruso ha criado en los últimos años una cercanía con la Iglesia ortodoxa —la tradición— y ha dado cuenta de cierto expansionismo —primero con Crimea y ahora con su entrada en Siria para ganar capital político en Medio Oriente—, sus movimientos en ese sentido son, de manera forzosa, diplomáticos. Oleg Melnikov, uno de los líderes rusos de un grupo de voluntarios que largaron hacia Ucrania, dijo al diario Financial Times: “Nuestro presidente no resuelve problemas, sólo los congela. Es inefectivo y corrupto”. Ese capital humano que retorna desde Ucrania presenta dos problemas al gobierno ruso: primero, no todos están a favor de las políticas rusas —aunque sí de la expansión de Rusia o de una nostalgia de la antigua Unión Soviética—; segundo, ahora tienen experiencia militar. Melnikov aseguró que estas personas, todos estos voluntarios, se harían conocer en el momento en que el gobierno ruso tomara decisiones de gran calado. Y vaticinó cierta forma de revolución en suelo ruso a la manera ucraniana.

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