Otra entrega de la colaboración entre el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACUR) y El Meridiano 82.
Por Diogo Felix
Rio de Janeiro, Brasil. Con el conflicto en Siria cumpliendo cuatro años este mes, la historia de cuatro hermanos refugiados en Brasil llama la atención por ser, al mismo tiempo, tan común como extraordinaria. Al igual que muchas, estuvo marcada por el miedo, por la separación y por la añoranza. Como pocas, sin embargo, terminó con un reencuentro y un final feliz.
La guerra separó Armin (24 años), Abd Alrahman (22), Ebraheem (20) y Youness (5) por casi tres años. A finales del 2012, cuando el conflicto ya afectaba gravemente a la población civil, Armin y Ebraheem decidieron cruzar la frontera en busca de mejores condiciones de vida en el Líbano. Ellos huían del destino reservado a los jóvenes de su edad: la guerra en las filas del ejército. Abd Alrahman, a su vez, se había incorporado en las fuerzas armadas, lo cual motivó la permanencia de sus padres, Adeeb y Hanaa, y también del pequeño Youness.
En Beirut, los dos hermanos que habían logrado escapar enfrentaron nuevas dificultades y, después de un año, decidieron buscar embajadas de varios países para pedir protección. Sus solicitudes fueron todas rechazadas. Entonces, un amigo les recomendó buscar la embajada de Brasil. A través de una Resolución Normativa (#17), el país pasó a desburocratizar la emisión de visas para ciudadanos sirios y de otras nacionalidades afectadas por el conflicto que estuvieran dispuestos a solicitar asilo. Y así, los dos hermanos lograron salir del Medio Oriente.
Armin y Ebraheem llegaron a São Paulo en diciembre de 2013 y, poco después, se cambiaron a Brasilia. Con el apoyo de la comunidad árabe local, comenzaron a buscar empleo y a planificar la llegada del resto de la familia.
Ebraheem recibió una oportunidad para trabajar como camarero, pero Armin, que tenía años de experiencia en hotelería, no estaba satisfecho y decidió cambiarse a Rio de Janeiro. En la Ciudad Maravillosa, su suerte empezó a cambiar. El buscó a Caritas RJ, institución asociada del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), y a través de ella conoció al sacerdote Alex, de la Parroquia de San Juan Bautista, quien le ofreció un trabajo de vendedor en la librería de la iglesia.
Además, Armin se hizo amigo de un suizo que se conmovió por su historia y le ofreció un apartamento para alojar temporalmente a la familia. En ese momento, sus padres y su hermano menor, ya habían logrado trasladarse a Brasilia. En octubre de 2014, todos volvieron a vivir juntos en Río.
Todos, excepto Abd Alrahman, quien aún continuaba en Siria. Poco después, sin embargo, él logró dejar el ejército y cruzar la frontera con Turquía. Después del trámite con la embajada brasileña en Ankara, el reencuentro familiar tuvo lugar el 29 de diciembre de 2014 cuando, finalmente, los padres y los hermanos de Abd Alrahman lo fueron a recoger al aeropuerto.
De hecho, Brasil se ha convertido en un destino cada vez más común para los refugiados sirios. El año pasado, más de 1.300 han solicitado asilo en el país y los sirios se convirtieron en el grupo más numeroso entre los refugiados que actualmente viven en Brasil, unos 1.700.
Nueva vida en Brasil
Superada la añoranza, Adeeb, Hanaa y sus cuatro hijos viven ahora una nueva fase. Conociendo el gusto del brasileño por comida árabe, ellos comenzaron un pequeño negocio gastronómico, preparando en casa delicias tradicionales como kibbeh, esfiha, falafel, hummus y dulces sirios, que se venden en la puerta de la iglesia del sacerdote Alex. Para iniciar la producción, contaron con la ayuda no sólo del sacerdote sino de varios brasileños, quienes contribuyeron con la compra de importantes máquinas caseras para la preparación de los salados. Con precios bajos para atraer a los clientes, ellos ya comienzan a cosechar los frutos.
“Hacemos las recetas originales, tal como son en Siria”, dice Armin. “Trituramos el trigo para preparar nuestra propia harina de kibbeh y además colocamos nueces, lo que la gente de aquí no acostumbra hacer. Los brasileños compran porque saben que son ingredientes originales y frescos. Les gusta, vuelven y traen a sus amigos”, dice Armin.
La familia prepara las exquisiteces en la noche y durante el día, las vende. En la sala de la casa, todos ayudan de alguna manera. Incluso el pequeño Youness, quien ya asiste a una escuela privada. Pero, ellos quieren más personas con las manos en la masa. Sueñan con traer a los primos a Brasil y, así, hacer crecer el negocio, como ha ocurrido con tantas otras familias árabes en Río de Janeiro en otros tiempos, sobre todo entre los libaneses.
Con el conflicto en Siria iniciando su quinto año, y faltando sólo el reconocimiento de Abd Alrahman como refugiado del Gobierno brasileño, la familia ya no piensa regresar pronto. “Creo que esta guerra va a durar más otros diez años”, opina Ebraheem. “Con tantos grupos involucrados, el país ya no puede volver a ser como antes”.
FOTO: ACNUR