El MERIDIANO 82

Publicado el El meridiano 82

Un refugiado separado de su madre une a una comunidad en Pakistán

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Por Qaisar Khan Afridi desde Attock, Paquistán

Abdur Rehman tenía solo 4 años cuando murió su padre y fue separado de su madre. Con el paso de los años perdió toda esperanza de volver a verla. Sin embargo, cuando habían pasado más de 10 años y vivía con sus padres adoptivos, Rehman, que por entonces tenía 15 años, realizó un importante descubrimiento. Alguien que sabía dónde estaba su madre lo llevó a verla.

“No la reconocí”, recuerda este hombre de 46 años, rememorando ese día en el que vio a un grupo de mujeres en la provincial de Jowzjan. “Se marcharon todas las mujeres y solo se quedó una. Era mi madre y por fin me reunía con ella después de 11 años”.

La madre de Rehman le contó que había llorado todos los días desde su separación. “Mi reencuentro con mi madre fue un milagro”, dice con los ojos llenos de lágrimas al recordarlo. A principios de la década de 1980, en medio de los intensos combares que tuvieron lugar en el Afganistán, Rehman y sus padres adoptivos se vieron obligados a abandonar su hogar. Buscaron refugio en Pakistán pero su madre se había vuelto a casar y se quedó en el país, de modo que Rehman tuvo que despedirse otra vez de ella.

Pero al fin se han reencontrado. Rehman tiene su propia familia y vive con su madre en la ciudad pakistaní de Attock, tras pasar siete años en el campamento de refugiados de Swabi, gestionado por el ACNUR. Sin embargo, le resulta difícil superar la tristeza que le causaron las separaciones forzadas.

“Mis padres adoptivos fallecieron en Pakistán y el segundo esposo de mi madre murió de enfermedad en Afganistán”, dice. Ahora Rehman es un miembro destacado de la comunidad turcomana, que comprende unas 5.000 familias residentes en Pakistán. Según la tradición, los hombres que contraen matrimonio deben pagar más de un millón de rupias (10.000 dólares) a los padres de la novia.

Rehman no podía pagar tanto dinero, de modo que fue a Karachi, donde se casó con una muchacha bengalí y pagó 30.000 rupias (300 dólares) a su familia. Pero no sabía que, en 1988, un tío de su esposa la había introducido de forma clandestina en Karachi desde Bangladesh. Rehman, que había experimentado en carne propia el dolor de la separación, envió a su esposa de regreso a Bengala para que se reuniera con sus familiares. “Podía sentir su dolor ya que yo he pasado por lo mismo”, recuerda.

Ahora Rehman trabaja para librar a las generaciones venideras de destinos similares a los que han sufrido él y su esposa. “Esta práctica debe terminar. Estoy intentando persuadir a los miembros de la comunidad a romper la situación actual para que las muchachas puedan contraer matrimonio con facilidad y sin necesidad de que exista un intercambio económico”, afirma.

Además, Rehman regenta cuatro escuelas en las que estudian 1.200 alumnos. “Quiero proporcionar educación a mi gente para que puedan desempeñar un papel positivo en la reconstrucción de Afganistán”, dice. Sus propios hijos están entre los pioneros. “Mis hijos estudian en distintas facultades”, dice orgulloso. “Una de mis hijas será la primera mujer licenciada en Medicina de la comunidad turcomana en Afganistán y Pakistán”.

Rehman, que ha vivido desplazado y separado de su madre durante tantos años, espera que sus esfuerzos contribuyan a mejorar la situación en Afganistán. “Mi abuelo era refugiado igual que yo, pero no quiero que la próxima sea también una generación de refugiados.”

*Otra entrega de la colaboración entre ACNUR y El Meridiano 82.

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