El MERIDIANO 82

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El Salvador: cuando una familia huye por el asesinato de sus seres queridos

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Tres miembros de la familia Pérez visitan la tumba de un joven pariente en Chiapas. © ACNUR / Daniele Volpe

Cuatro miembros de la familia Pérez fueron asesinados por pandillas callejeras. Los 17 familiares sobrevivientes se desplazaron a México.

Por James Fredrick y Daniele Volpe

Los Pérez tenían una vida modesta y cómoda como productores y vendedores de pan en un duro barrio de la capital de El Salvador. Todos sus hijos estudiaron en la escuela secundaria, y algunos incluso en la universidad. Como matriarca, María Luz Pérez, de 71 años de edad, vio el legado de su familia extenderse.

“Toda mi familia, mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos, nacieron y murieron en El Salvador”, dice y luego sacude la cabeza. “Pero todo terminó con una extorsión de 5.000 dólares”.

Todo comenzó a mediados de 2015, cuando uno de los yernos de María Luz recibió la exigencia de un pago en efectivo, llamado “impuesto de guerra”, monto que imponen las brutales pandillas callejeras de El Salvador. Como no podía pagar, lo asesinaron.

“Estábamos viviendo como animales, encerrados en la casa, sólo abríamos la puerta para salir a buscar comida”.

La siguiente amenaza cayó sobre su hija, Sandra Felicitas Pérez, de 42 años. El precio para mantener a su familia y negocio seguros: $ 5.000 dólares, una suma imposible. Sandra, su esposo y sus tres hijos adolescentes estaban aterrorizados.

“Estábamos viviendo como animales, encerrados en la casa, sólo abríamos la puerta para salir a buscar comida”, dice.

Después de unas semanas viviendo en condiciones de asedio, su hija de 19 años, María Luz,  homónima de su abuela, tomó valor y se dirigió a la tienda de la familia. Ella estaba en su primer año de universidad, pero todavía insistía en ayudar al negocio familiar. La pandilla estaba esperando, y tan pronto como ella salió, le dispararon fríamente a la joven dentro de la tienda.

“Cuando me enteré, se me destruyó la vida”, dice Sandra, mostrando en su teléfono móvil una foto de María Luz con sus dos hermanos, todos con sonrisas torpes. “Dos días después, la enterramos y luego huimos. Sabía que si no nos íbamos, nos matarían a todos”.

En julio de 2015, con sólo algo de ropa y todo el dinero que pudieron reunir, se dirigieron al norte, a México con Carla, la hermana menor de Sandra, y sus dos hijas adolescentes.

“Dos días después, la enterramos y luego huimos. Sabía que si no nos íbamos, nos matarían a todos”.

Para entonces, las extorsiones y amenazas se habían extendido a toda de la familia Pérez. El sobrino de Sandra y su familia de cuatro habían huido semanas antes y ya estaban solicitando asilo en México. Y todavía los asesinatos continuaban.

A los 14 años, el nieto de María Luz, Rodolfo Antonio, fue asesinado a tiros por un pandillero que quería sus zapatillas Puma. Tres meses después, la madre del joven, Sara del Carmen, fue baleada por la misma pandilla.

Ahora, los 17 miembros sobrevivientes de la familia Pérez viven en la misma cuadra en una pequeña ciudad en el sur de México. Gracias en parte al apoyo financiero del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, cada rama familiar puede comprar su propia casa.

Los Pérez son parte de un número cada vez mayor de personas de Centroamérica que buscan seguridad en México, huyendo de las pandillas callejeras o maras, organizaciones criminales transnacionales cuyas actividades van desde el narcotráfico, la extorsión y el robo hasta la violación y el asesinato.

El ACNUR espera que las solicitudes de asilo en México por lo menos se dupliquen en 2017, llegando  a más de 20.000. Y muchos, como la familia Pérez, están viajando en grandes grupos familiares, cada vez con mayor frecuencia.

“Estamos viendo más y más familias grandes solicitando asilo en México”, dijo Mark Manly, representante del ACNUR en México. “Estamos trabajando para asegurar que estas unidades familiares puedan mantenerse juntas y que puedan apoyarse mutuamente a través de estos traumatizantes desplazamientos”.

La transición a México ha sido dolorosa para María Luz. Ella sufre de una serie de problemas de salud: apenas puede ver, sus rodillas están hinchadas al tamaño de unos melones pequeños, tiene presión arterial alta y problemas cardíacos.

“Estamos trabajando para asegurar que estas unidades familiares puedan mantenerse juntas y puedan apoyarse mutuamente”.

Pero ella está sobreviviendo, lo que queda de la familia Pérez es gracias a que están juntos.

“Yo cuido de mi madre porque todas sus condiciones hacen la vida muy difícil”, dice Ana Ruth, otra de las hijas de María Luz. “También me preocupo por los niños y los nietos cuando los otros en la familia salen a trabajar”.

Se ayudan mutuamente y ganan el dinero que pueden para sobrevivir. La hija de María Luz, Carla, trabaja turnos de 12 horas en una tienda de tortillas, donde gana sólo $ 5 dólares por día. Sandra tiene una pequeña tienda fuera de su casa y los beneficios diarios rondan el mismo monto. El marido de Ana Ruth, Pablo, gana $ 10 dólares por día trabajando para un mecánico local. Él pudo obtener empleo para sus dos yernos y su sobrino en el mismo taller de reparación.

“Te sientes más seguro con tu familia”, dice Sandra. Se extiende para agarrar a José, su único hijo vivo. Él está trabajando en el taller de reparación y espera un día poder asistir a la universidad en México.

“Quiero que los demás nos conozcan como personas que se esforzaron mucho, que lo dieron todo”, dijo. Se echa a llorar. “Así es como podemos honrar a los miembros de nuestra familia que murieron”.

*Esta es una nueva entrega de la colaboración entre Acnur y el blog El Meridiano 82.

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