El MERIDIANO 82

Publicado el El meridiano 82

¿Por qué el mundo debe salvar las ruinas de Palmira?

El Estado Islámico sigue a las puertas de Palmira (Siria), una de las ciudades más antiguas y mejor conservadas, que perteneció al Imperio Romano y fue punto de encuentro de las culturas persa y meditarránea. Su arquitectura es invaluable y es testigo de la historia misma de nuestro pasado.

PALMIRA, UNA DE LAS JOYAS ARQUEOLÓGICAS DE ORIENTE MEDIO AMENAZADA POR EL EI
Entrada de uno de los caminos antiguos de Palmira.

Por Juan David Torres Duarte / Fotos: AFP

Las últimas noticias refieren la retirada de Palmira (al noroeste de Damasco, Siria) de los combatientes del Estado Islámico. Las fuerzas militares sirias combatieron contra ellos durante varios días, apertrechados entre las dunas, y sumaron al saldo general de la guerra más de 200 muertos entre ambos bandos y cerca de 60 civiles, algunos de ellos fusilados con tiros de gracia, otros degollados. El Estado Islámico ha puesto su esfuerzo en la empresa —para ellos provechosa— de desollar a todo aquel ser vivo que disienta de sus postulados y también a toda aquella materia inerte —o que parece inerte— que se oponga a su dogma. Por eso, sus esfuerzos se dividen por igual entre el asesinato de personas y militares y en el destrozo y saqueo —porque de todo hay que sacar provecho— del patrimonio arqueológico de Siria, donde han fundado su sede central en Raqqa. De ese modo, han entrado con buldóceres y pesados mazos a las antiguas ciudades de Hatra, Nimrud y Mosul y han destruido los templos, deshecho los arcos y descabezado las estatuas, y también han quemado libros antiquísimos y aniquilado las formas físicas de las culturas antiguas. El mismo procedimiento, de seguro, sería usado en Palmira si el Estado Islámico entrara sin oposición alguna, como sucedió en Nimrud: con canecas llenas de explosivos, dejaron sólo un hueco en la tierra.

¿Por qué las fuerzas internacionales —que hasta ahora han hecho más bien poco por salvar el patrimonio cultural de la región— deberían salvaguardar las ruinas de Palmira? En este caso, quizá, se enfrentan a un patrimonio con más peso que el de Nimrud y Hatra. Palmira, fundada dos mil años antes de Cristo, fue un caravasar de generosas proporciones y buena fama: el punto de encuentro de las conexiones mercantiles entre el Golfo Árabe, Persia y el Mediterráneo. Era una ciudad de paso y de combinaciones inusuales, porque, mientras la influencia de la arquitectura persa está en algunos de los ídolos que se mantienen en pie —y en los frescos de algunos ciudadanos, pintados en tumbas y piedras funerarias—, el extenso camino principal —de más de un kilómetro— está rodeado por columnas romanas, capiteles curvos y fustes de definidas líneas rectas. De modo que, en su estructura urbana —una de las más extendidas por entonces—, Palmira recoge las tradiciones de la arquitectura de ambas culturas, dos de las más poderosas de la antigüedad. La ciudad, que pululó entre la independencia y el vínculo con el Imperio Romano, fue una entidad rica entre el año 44 antes de Cristo y el 272; gracias a esa fortuna, y al paso de tan diversos viajeros, la ciudad se embelleció. Hoy es posible reconocer templos como el de Baal —un antiguo dios del clima, por lo menos en la zona de la actual Siria—, los leones tallados sobre piedra, los arcos, el teatro, las bases vacías de las antiguas deidades, las pilastras, el Campo de Diocleciano, los cementerios.

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Un militar sirio sobre los postales del Templo de Baal.

En 1980, la Unesco suscribió la zona como Patrimonio de la Humanidad y desde 2013, cuando comenzaron los enfrentamientos entre rebeldes y el gobierno de Bashar Al-Asad, y con el crecimiento inusitado del Estado Islámico —que ambiciona Palmira como un lugar de conexión al Éufrates—, fue declarada en peligro. La historia de su arquitectura, de sus ruinas —que siempre son un testimonio vivo—, es una razón suficiente para defenderla de una posible destrucción que tiene matices de certitud dados los métodos del Estado Islámico. Sin embargo, hay más razones que las puramente arquitectónicas para defender Palmira: su historia es la historia misma de la humanidad, del florecimiento del comercio, de la expansión del Imperio Romano, de la extensión del cristianismo y luego del poderío del islam. “Palmira es un antiguo asentamiento romano cuya significancia y valor es apenas excedido por otro lugares —escribe Rowan Moore en The Guardian—: la misma Roma, Pompeya, posiblemente Petra en Jordania. Sus templos, caminos y tumbas, su teatro y sus calles son extensos, exquisitos, distintivos y llenos de riqueza. La pérdida de Palmira sería una atrocidad cultural más grande que la destrucción de los Budas de Bamiyan (destruidos en 2001 por los talibanes)”.

Irene Bokova, directora de la Unesco, pidió en una declaración reciente salvar a Palmira de la destrucción y se dijo temerosa de la influencia del Estado Islámico en la zona. La Unesco, cuyo papel no puede ser más que diplomático en esta situación, ha dicho desde los primeros ataques del Estado Islámico al patrimonio cultural que estas zonas parecen estar fuera del radar de los gobiernos. La respuesta ha sido mínima, prácticamente nula. A Nimrud y Hatra, el Estado Islámico entró sin ninguna oposición; en Mosul, desecharon y quemaron manuscritos antiquísimos sin que nadie les estorbara el paso. Pareciera, en el fondo, que el patrimonio tangible importa menos que las muertes civiles, y que los restos de la historia —de la historia de toda la humanidad— son apenas un daño colateral del que la humanidad puede recuperarse sin duelo.

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Visitantes en las ruinas centrales de Palmira.

La idea, en todo sentido, es falsa. Los pueblos de Medio Oriente han creado sus propias sociedades bajo la estela de dicha historia, y su patrimonio inmaterial yace allí. Es posible ver los frescos de personas que vivían en Palmira: son retratos de jóvenes y viejos que, vistos desde ahora, son como pozos que rezuman humanidad. “¿Quién dijo que el pasado es una piedra fría? Estas personas están tan vivas como usted y como yo —escribe el crítico de arte Jonathan Jones en The Guardian—. Las fotografías del esplendor arquitectónico de Palmira dejan claro, sin ninguna duda, la forma desesperada en que este lugar necesita ser preservado”. Palmira fue destruida y reconstruida en varias ocasiones en los enfrentamientos barbáricos entre grupos de la zona. Rebeliones en el siglo tercero antes de Cristo (propulsadas por sus gobernantes, que se declararon emperadores por encima de Roma) alimentaron la ira de los emperadores romanos, que entraron a sangre y fuego. La ciudad permaneció en el tiempo y sólo hasta 1929 fue deshabitada, bajo el dominio francés, y sus habitantes reubicados en un nuevo emplazamiento cercano, Tadmur. Jones arguye razones de más fondo para defender Palmira: “Es estúpido y erróneo pensar que hay alguna contradicción entre lamentarse por la muerte de alguien y lamentarse por el arte y la arquitectura (…). Si alguien piensa que hay una diferencia entre salvar estas piedras y salvar personas, que mire a las caras de los viejos palmiranos. El pasado no es un lugar remoto. Es nuestro reflejo. Preocuparse por la historia y el arte es preocuparse por el futuro”.

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El antiguo teatro con sus escalinatas y la tarima.

 

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