Esta es la historia de Dayo, una mujer de 31 años que escapó de la hambruna en Banki, Nigeria. Su salud era tan débil que incluso comer le hacía un daño profundo a su cuerpo.
Dayo, de 31 años, fue derivada al Hospital de Mora en Camerún a finales de julio por los equipos de MSF en Banki, Nigeria. Acompañaba a su hijo enfermo de cuatro años de edad, Barine. El niño, que sufría desnutrición aguda severa, tuvo que ser ingresado de inmediato en el hospital.
Dayo dice que antes de llegar a Mora tenía tantísima hambre que a veces tenía la impresión de que estaba perdiendo la cabeza. «Cuando alguien me hablaba, ni siquiera era capaz de distinguir si era un hombre o una mujer». Se negó a tomar la medicación que los equipos médicos de la región le recetaron tras una consulta. “Con el estómago vacío, las pastillas causan efectos secundarios insoportables, por eso decidí no tomarlas”.
Nueve días después del ingreso de Barine, su salud ha mejorado de forma significativa, aunque todavía no puede tragar las dosis de alimento terapéutico que son necesarias para tratar la desnutrición que sufre. Por desgracia, dos de los cinco niños a los que MSF derivó al mismo tiempo que Barine han muerto. A pesar de haber sido hospitalizados, su enfermedad estaba demasiado avanzada.
Al igual que Barine y su madre, más de 15.000 nigerianos desplazados llevaban viviendo en condiciones deplorables en Banki desde hace casi cinco meses; un lugar que se asemeja terriblemente a una ciudad fantasma.
«Vengo de un pueblo a 15 kilómetros de Banki. Un día, unos hombres armados llegaron a nuestra casa y nos prohibieron trabajar o viajar. Eran violentos y nos intimidaron. Mi marido, mis hijos y yo huimos hacia el bosque, armados solo con machetes y palos. Fue entonces cuando empezamos a sentir hambre de verdad. Cocinábamos mijo seco y alubias; lo que podíamos conseguir. Solo cocinábamos de día, ya que de noche el fuego habría llamado demasiado la atención y la gente de la que nos escondíamos nos habría visto.
Entonces incendiaron nuestro pueblo. Perdí a mi madre, a mi padre y a mi suegra durante los ataques.
Llegamos a Banki con las manos vacías, sin ni siquiera un plato o una olla; solo con alguna ropa que llevaba cargada a la espalda. No podíamos salir de la ciudad y no había nada que hacer aparte de esperar la entrega de provisiones, de las que dependíamos por completo. Por suerte, las autoridades están distribuyendo algo de comida entre la población, pero no es suficiente. Apenas recibimos dos kilos de arroz o maíz por semana, y a veces tenemos que racionarlo para que nos dure dos semanas. Si necesitamos combustible, cogemos la madera de los refugios para quemarla.
En todo el tiempo que he estado en Banki, aún no he visto ni un trozo de jabón. Además, tenemos que tener mucho cuidado con el agua, ya que la poca cantidad que recibimos cada día la necesitamos para beber, para lavar la ropa y para asearnos»
«Aunque Banki es nuestro hogar, tenemos demasiado miedo a volver. He oído que en una sola noche, tres niños y dos mujeres fueron secuestrados, y se llevaron toda su comida. Estoy muy preocupada por los hijos que he dejado allí. Sé que mi hermano pequeño cuida de ellos, pero mi otro hijo está enfermo. Cada vez que recibo comida en el hospital, pienso en las personas que siguen allí.
Quiero que toda mi familia venga aquí conmigo. Aunque tenga que vivir con ellos debajo de un árbol, si estamos aquí todos, estaré contenta. No quiero volver a Nigeria. Ya no queda nada en Banki».
*Esta es otra entrega de la colaboración entre el Meridiano 82 y Médicos Sin Frinteras (MSF)