El MERIDIANO 82

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La suma de todos los males en Irak

A medida que los militantes del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) continúan su ofensiva por el control de Irak, varios países le piden al primer ministro iraquí, Nuri Kamal al-Maliki, incluir a diferentes sectores de la población en su gobierno para tratar de frenar el avance islamista.

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Por: Santiago La Rotta / @troskiller

Irak es una tierra de redentores, un semillero de caudillos, si se quiere. Lo fue durante casi 25 años bajo el dominio de Saddam Hussein, el histórico dictador que se fue a la guerra con Irán, se anexó brevemente otro país (Kuwait) y desafió a Occidente. Movimientos con resultados variados y cuestionables que, en últimas, terminaron por llevarlo a la horca a finales de 2006, mientras el país se hundía a toda máquina en una violencia sectaria que acabaría por deshacer las endebles fibras de una sociedad que parece no sentirse como una sola.

Después de Saddam, el país tiene un nuevo redentor. Nuri Kamal al-Maliki, chií, actual primer ministro, quien en las elecciones de abril obtuvo un tercer mandato al frente de una Nación que, a pesar de tener un salvador autoproclamado, sigue lanzándose al abismo de la muerte. Sólo entre enero y febrero de este año, más de 1.400 personas murieron de forma violenta en Irak (en el mismo periodo del año pasado, esta cifra no llegó a la mitad de la cantidad actual). En 2013, 7.818 iraquíes perecieron en ataques suicidas o enfrentamientos entre facciones chiitas, sunitas o extremistas islámicos. Este fue el año más sangriento desde 2007, pico del conflicto civil en Irak, cuando Estados Unidos aún tenía soldados en este país. Estos números son anteriores a la ofensiva militar lanzada la semana pasada por el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL).

El 18 de diciembre de 2011, los estadounidenses se retiraron totalmente del país y al día siguiente Maliki ordenó el arresto del vicepresidente, Tariq al-Hashimi, suní, quien huyó hacia territorio controlado por los kurdos (quienes con los suníes y chiíes componen la gran mayoría de la sociedad iraquí). La persecución de Hashimi fue catalogada como una de las primeras maniobras de Maliki para restarle poder a los suníes, claro, pero también para erigirse como el hombre fuerte de Irak.

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Las tácticas de Maliki han profundizado la división social de Irak, ya de por sí una trinchera honda y oscura en la que habita principalmente el miedo de revancha por los años de gobierno de Hussein, suní quien más de una vez atacó pueblos chiíes y kurdos; una venganza política, claro, cuando la política principal es la de las balas. En su momento, Saleh al-Mutlaq, quien fuera viceprimer ministro de Maliki, dijo que “ningún partido lo quiere en esa posición (primer ministro), pero él controla todo a través de su policía, su ejército y sus medidas de seguridad. Todo el mundo está asustado”.

En su búsqueda de poder, Maliki ha arrestado a seguidores políticos de sus adversarios, antiguos militantes del Partido Baath (organización de Saddam Hussein, hoy proscrita) e incluso a algunos miembros de la Comisión Electoral del país. Aunque esto último ha sido negado por el primer ministro, en 2012, las autoridades iraquíes detuvieron a  Faraj al-Haidari, presidente de la Comisión por supuestos cargos de corrupción: en un país petrolero plagado por este fenómeno, Haidari fue acusado de malversar US$650.

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Antes del arresto del funcionario, casi por petición de Maliki, la Corte Suprema del país ordenó que la Comisión Electoral, así como otras instituciones diseñadas para supervisar a los funcionarios públicos, quedaran bajo control de la oficina del primer ministro.

Mientras Maliki ha consolidado su posición dominante en el gobierno, también ha perdido el control de por lo menos un tercio del país, representado en la provincia de Anbar, lugar de violentas luchas entre varios bandos, principalmente el EIIL, una organización tan radical que rompió lazos con Al Qaeda porque catalogó su política de no matar chiíes indiscriminadamente como obsoleta. En esta región, el ejército iraquí ha perdido a por lo menos 1.700 uniformados (antes de la ofensiva de esta semana) y su principal tarea ya no es recuperar el control de la zona, sino detener el avance de los militantes, que hoy se ubican a pocos kilómetros de Bagdad.

El tema definitivo que atravesó estas elecciones es el de la identidad. Al parecer, Irak sigue sin saber muy bien qué país quiere ser. Y en ese pulso se dirimen las tensiones religiosas y políticas entre chiíes, suníes y kurdos. En la mitad de la encrucijada hay minorías étnicas, líderes tribales (algunos armados por Estados Unidos, según el diario The New York Times) y extremistas islámicos enlazados a la guerra en la vecina Siria, además de un profundo escepticismo acerca de cuáles son los beneficios de una democracia que se ha intentado instalar a punta de guerras. Como dicen algunos iraquíes, quizá la democracia no sea la respuesta al rompecabezas que es Irak.

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