Shekhadi es un lugar de peregrinación para los yazidíes, una minoría étnica iraquí desplazada por los islamistas radicales. Otra entrega de la colaboración entre el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y El Meridiano 82.
Por Ned Colt, Acnur
Shekhadi, Irak
Es imposible saber cuánta gente se está quedando ahora en esta pequeña aldea en las montañas al norte de Irak. Cientos, tal vez miles de personas dibujan una fila que atraviesa Shekhadi, lugar de peregrinación para los yazidíes, una minoría étnica iraquí.
Las madres mecen las cunas de madera con sus niños, las familias duermen sobre tapetes puestos sobre el suelo de concreto a la sombra de edificios de piedra o a la sombra de los árboles. Muchos parecen estar esperando, ansiosos por buenas noticias de su ciudad natal, Sinjar, 280 kilómetros al oeste, en la gobernación de Nínive.
Na’am, madre de siete hijos, está sentada en una piedra, la mano en la barbilla, visiblemente angustiada por los miembros de su familia, muchos de los cuales están varados en las montañas al norte de Sinjar. Ella vino aquí, a la comunidad del santuario de yazidí, con solo uno de sus hijos. Otros cuatro hijos y dos hijas siguen en las montañas de Sinjar.
Según funcionarios de la región iraquí de Kurdistán, al menos 45.000 iraquíes, incluyendo árabes, cristianos y miembros de las minorías yazidíes, chabaquíes, chiíes turcomanas y otras, han llegado a la región escapando de los grupos armados que han ocuparon Sinjar y otras dos comunidades. El Kurdistán iraquí es ya el hogar de más de 300.000 iraquíes desplazados desde junio, al igual que de 220.000 refugiados sirios, y siente la presión sobre sus ya limitados recursos.
La agencia de las Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) y otras agencias humanitarias están respondiendo. Hoy, cientos de nuevos desplazados hacían cola en un campo deportivo en el pueblo cercano de Shekhan, y se retiraban con colchones, ventiladores, recipientes para agua, jabón y otros artículos distribuidos por el Acnur para apoyar a unas mil familias.
Yusif, un profesor de inglés de Sinjar de 41 años, fue más afortunado que muchos de sus vecinos. Su familia inmediata, 7 personas, está con él y fueron capaces de escapar con sus documentos, haciendo más fácil registrarse para recibir ayuda.
Como muchos otros, él se está quedando con sus primos en Shekhan, una comunidad predominantemente de etnia yazidí. Dice que otros que vienen de Sinjar “no tienen nada. Esta ayuda es esencial para ellos porque no tienen una casa; se están quedando en las escuelas o quién sabe dónde”.
Pero Yusif, como muchos otros que se encuentran comparativamente a salvo en la región de Kurdistán o en cualquier otra parte de Irak, sigue muy preocupado por sus parientes, amigos y vecinos que quedaron atrás. Funcionarios del gobierno dicen que al menos 30.000 personas de Sinjar huyeron a la zona montañosa al norte de la ciudad.
Yusif ha estado llamando cada día a sus parientes varados en las montañas. “Ellos están a la intemperie bajo el sol y durmiendo cada noche bajo la luna”, dice él. “Algunos están viviendo en cuevas. Tienen algo de alimentos y agua, pero se les están acabando”.
En Shekhadi, Na’am también se preocupa por sus parientes que no han llegado, mientras circulan noticias de niños que han muerto en las montañas. “Hablé con ellos ayer”, dice ella. “Pero ahora no puedo comunicarme. Creo que sus celulares están descargados”. La última vez que ella conversó con ellos fue hace una semana, cuando le dijeron que la comida y el agua se les estaban acabando.
El pasado lunes, había un grupo de 400 turcomanos iraquíes a medio camino entre Mosul, ciudad situada al norte del país y tomada por las milicias combatientes, y Erbil, tras huir de los últimos combates en Mosul. Algunos de ellos dijeron a los oficiales de Acnur que habían huido por miedo a ser secuestrados y a la violencia contra algunas minorías étnicas.
Ahmed, perteneciente a la etnia turcomana y padre de ocho hijos, explicó en el puesto de control de Khazair, entre Mosul y Erbil, que él y otros miembros de su comunidad habían huido por primera vez hacía dos meses de su comunidad agrícola, en las proximidades de Mosul, después de que los grupos armados de la oposición tomaran el control de la ciudad. Y el pasado domingo se desplazaron de nuevo al enterarse de que los grupos estaban avanzando en su misma dirección.
Ahmed tenía un negocio próspero y se dedicaba a vender frutas y hortalizas con su furgoneta. Dijo que este segundo desplazamiento había sido el más difícil, ya que no tenía noticias de su hijo de 21 años, que se había quedado rezagado en Mosul y estaba desparecido. Los vecinos lo vieron por última vez fuera de casa con los ojos vendados y los brazos atados a la espalda. Ahmed señaló que quería incorporarse principalmente a la comunidad chií del Iraq, donde el riesgo de desplazamiento era menor.
FOTOS: ACNUR