El invitado

Publicado el Santiago y la Payasería

Yo amo al teatro

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A todos los blogueros del festival nos obligaron a empezar esta hazaña con una carta abierta al teatro, en donde debemos derrochar diabéticas letras para hablar de las artes escénicas. Se supone, que nosotros como ganadores de esta convocatoria podremos alentar a todos los lectores (si es que tenemos) a que salgan de su casa y se embadurnen del festival, que por estos días asedia a la capital.

Mi primer acercamiento con el teatro lo he olvidado, sin embargo la más grata experiencia que he tenido con él fue hace como ocho meses, en julio pues. Por vaivenes de la vida estaba en medio de la selva húmeda de Chiapas, un estado al sur de México, disfrazado de payaso, con el maquillaje corriéndose y el disfraz cada vez más pegado a mi cuerpo por ese clima característico. Era integrante del Circo Hermanos Esperanza, CHE, que se gesta en el corazón de la UNAM.

Dieron la señal y tenía que salir para hacer mi acto. En un escenario que no era más que un improvisado toldillo en medio de una cancha. Las personas, indígenas todas, nos miraban con curiosidad,  no todas hablaban español y ese era nuestro desafío, con la nariz roja hacer que no importara el idioma, hacer reír remitiéndonos a la dicha de hablar con nuestro cuerpo. Miré mi entorno y comprendí el poder de las artes escénicas, que me permitió brindar, como una ofrenda, mis habilidades al público de ese país lejano y hermano para que disfrutara, se riera y quizá tuviera un rato inolvidable.

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Uno de mis placeres favoritos es el de sentir esa ansiedad y temor que nos va carcomiendo antes de pisar escena. Faltando poco para salir me dan ganas de correr y renunciar, sin embargo, derritiéndome hasta un punto crítico, me obligo a dar un  paso adelante, y cuando los ojos del público empiezan a clavarse en mi cuerpo, esa sensación masoquista inevitable se va diluyendo entre el acto.

Otro placer culpable es ser público de teatro, sentarme en la silla, en la calle, en donde sea que se de paso el arte y dejarme salpicar. Aunque mis ojos están agotados y a veces pareciera se fueran a extinguir, me obligo a percatarme de cómo entran los actores al escenario, como cambian de gesto repentinamente y asumen su rol en menos de 3 segundos. Dejo que me cuenten historias, o que me muevan las entrañas con puestas en escenas que mas allá de contarnos apelan a nuestras sensaciones.

Después de ver teatro, espero que cuando vaya para mi casa me encuentre con que todo me recuerde la obra, que me afecte de tal manera que me obligue a querer  pararme sobre las tablas. Espero que me emocione para que mi aplauso salga verdaderamente. Y es que los aplausos –dicen- son el pago del artista, y lanzarlos porque se siente la necesidad de reconocer al que está actuando, es quizá un gesto de verdadero amor.

bhghfhTambién trino en @santoernestolas

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