El invitado

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Solo palabras

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La primera parte de su texto me hizo pensar enseguida en Maeterlink, en la inteligencia de las flores. Me hizo pensar en qué piensan las plantas cuando descubren que existen los humanos. Es decir que me hizo pensar en lo inconcebible. Lo inconcebible es que haya algo que nos parezca diferente. Lo diferente es usar una voz lírica para comentar los libros como hace en esa nota de lector. El problema que veo es no poder comentar objetivamente un ensayo y una crónica que es a la vez una reseña sobre un libro que yo escribí. Pero sí puedo intentar dar soluciones imaginarias a preguntas que usted dejó flotando en el aire. A mí los lugares que me encantaría conocer son Cannobio, Patmos, Benarés y Nepal. Lo demás me parece demasiado fácil de imaginar. Tal vez porque no me dan ganas de imaginarlo. Yo imagino primeros planos, como viendo álbumes de fotografías caseras y el resto lo dejo en un profundo Background. A veces quisiera entender los mecanismos de Jean Giono, que hacía crónicas donde la descripción de lo permanente en la naturaleza se veía afectada por lo impermanente. Y lo impermanente era el ser humano. De modo que uno se engaña y cree que está hablando solo sobre los árboles y que nos está ocultando la historia, como si lo más importante fuera la historia del ser humano. Sobre la relatividad de la juventud no hay nada que pueda agregar, porque ya no me inquietan las mismas cosas que me inquietaban cuando tenía veinte y estaba aprendiendo a escribir. Por lo menos ya sé lo que sigue de aquí en adelante del camino, y es que el camino sigue para siempre pero nosotros somos finitos. El problema de siempre es empezar a caminar. Decía Borges, en ese diario de Bioy del que hablamos en un centro comercial de Pereira, que el estilo es una decisión que se toma una sola vez en la vida. Y creo que es así porque nuestras ideas estéticas, nuestros universos narrativos, nuestras palabras, son muy limitadas. Expandir ese pequeño universo solo puede intentarse una vez. La vida no dará otra oportunidad. Yo ya perdí cualquier otra oportunidad, y esa es la prueba de que la juventud está a mis espaldas. Me sorprendió esa metáfora del rinoceronte. Todos nos sentimos un poco como ese rinoceronte. Pero vamos al zoo y creemos que la jaula es la de ellos. Muchas veces, en momentos de desesperación absoluta y de duda absoluta de que lo que estaba haciendo iba a llegar a un lector algún día, fue una llamada, una carta, unas papas con ají de maní, un momento de felicidad, lo que obligaba a levantarse y seguir un día más. Que nadie me haya invitado un café cuando acabé de leer los Carnets de Camus es solo la prueba de que es muy difícil encontrar alguien en el mundo que esté leyendo lo mismo que tú y tener así el pretexto perfecto para conversarlo. Pasa casi siempre cuando decidimos ser lobos solitarios. Cuando aquellos con los que se ha compartido la pasión irrefrenable de la literatura están demasiado lejos o están ya muertos. Pienso aquí en Bolaño. Pienso en Grass. Alguna vez viví en el mismo mundo donde ellos vivían. Y aún así la pequeña porción que nos correspondió ver hizo imposible tropezarse con ellos. Me sorprende saber ahora que hay un lector que acabó de leer el capítulo del fuego en una librería. Lo imagino leyendo también en una iglesia. Es un fenómeno de imaginación multidireccional que nos permite esta época. Usted imagina dónde se escribió y yo imagino ahora dónde se leyó. Me quedo con esa imagen. Le agradezco por esos momentos dedicados a la lectura y luego a escribir un texto tan hermoso. Creo que usted tiene el mismo endriago por dentro. Seguiremos conversando en Pereira, en el salón nacional de artistas, o en esa librería Babel donde está el secreto del mundo.

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