La feria del libro no coincide con su lema y propósito cultural: promover el libro y la lectura. Si así fuera no pondría tres barreras de acceso:
1. El costo de la entrada.
Si el índice de lectura de Colombia 1,6 libros por año es cierto –no se sabe si ese libro y medio leído también ha sido comprado-, el poco dinero de que dispone un colombiano que se acerque a la feria para comprar ese único libro que leerá se gastará en la entrada y en la hamburguesa de almuerzo en las franquicias de comidas.
2. Los precios exagerados de los libros de importación.
Y los de la industria nacional: algunos made in Colombia, como los de Alfaguara y Random House, hechos en las maquilas locales, compiten a la altura de los importados. Estos precios rebasan cualquier poder adquisitivo del colombiano medio (si un libro vale el 10% de un salario mínimo, ni modo de poder comprar).
3. Las promociones tendenciosas del marketing hechas para conducir los consumos.
Consumimos bazofia, porque sólo se promociona la novedad, en revistas, folletos, banners, afiches, eventos. Este enfoque acaba por promover el analfabetismo funcional (alfabetos que leen mal o que no saben leer, o que leen para quedar vacíos). Lo que nos pone frente a una idea -que es un concepto estético y no maniqueo: los libros malos. ¿Qué merece la pena ser leído? ¿Cuándo el espacio de la crítica fue suplantado por la publicidad corporativa? Y el asunto es grave, porque si sólo se publicita la bazofia que sobra de España, la morralla, los lectores que vienen a la feria en busca de libros no los encontrarán y los que se dejan seducir por el marketing seguirán sosteniendo el mercado de la novedad. La estrategia de la feria es el exceso: vender por saturación, lo que lleva a la hiperfragmentación de los lectores.
La feria, eso sí, cumple con su objetivo comercial: vender el 20% de las existencias nacionales en 15 días. Conectar a los agentes de escritores con nuevas zonas de distribución y mantener las fronteras comerciales del copyright. Vender catálogos.
Los autores, por otro lado, siguen siendo los que menos ganan en la cadena: devengan entre el 5% y 7% del costo de un libro, mientras la cadena de valor (editor, impresor, distribuidor, librería, promoción) se queda con el 95%-93% de lo que pagará el comprador. La estrategia sigue siendo llenar la feria de libros estúpidos con rótulos como “El libro del mes”, “el más vendido de 2008”, “la gran novela americana” “el premio más prestigioso” y a precios que oscilan entre los 50.000 y los 200.000$, muy por encima de los valores mismos de un libro en el mercado español (una novedad de Anagrama y Tusquets y Acantilado cuesta entre 15 y 20 euros en España; Atalanta –la más cara y más selecta- 35 euros.)
Las editoras colombianas cuentan con un pabellón ínfimo, porque no pueden pagar más por el metro cuadrado de Corferias, que es el metro cuadrado más caro de Colombia. Un pabellón alquilado como el de Panamericana costaba alrededor de 17 millones de pesos por día hace cinco años. No he encontrado a un funcionario de la Cámara Colombiana del Libro ni de Corferias que me precise el valor de hoy, porque en el sector privado no aplica el derecho de petición. La entrada a la feria cuesta 7.000$ al público en general. En 400.000 visitantes se calcula que alcanzó de visitas la feria del libro de Bogotá 2011. Si al menos la tercera parte pagó la boleta de entrada esto equivaldrá a un cifra que ronda los mil millones de pesos. La tercera parte del recaudo compete a la entrada de niños. Si el padre de familia debe pagar su boleta, la de su mujer y las de sus dos hijos, no habrá luego cómo comprarse nada, ni siquiera habrá chance de que les invite una gaseosa. Sin embargo, una alto volumen de entradas corresponde a invitados que no pagan boleta pero sí comprarán libros.
La pregunta que salta a la vista es a qué sector de la población está dirigida la boletería: ¿a los visitantes que no compran?
Si es así, los visitantes que no compran son los que pagan el alquiler de los pabellones.
Esto, por supuesto, es hipótesis. Mientras no hayan cifras (pero seguiré buscándolas).
¿Qué hacer? Saltar esas barreras de acceso es necesario para que los libros tengan acogida y surtan su propósito: dar consuelo. Paso indispensable para poner en contacto a un libro con su lector.
La entrada a la feria debe ser gratuita. De otro modo, no tendremos una feria de libro universal dirigida a todos los sectores de la sociedad, ni posibilidades para la oferta editora nacional. Las alternativas para saltar la primer barrera en concreto: bajar a cero la entrada o convertirla en bono o trasladar la feria del metro cuadrado más caro de Colombia (Corferias) a un lugar emblemático con amplia convocatoria: la plaza de Bolívar o el parque Simón Bolívar o el Parque Nacional: una feria de puertas abiertas, como la feria de Medellín, o las de España, que se hacen en las ramblas porque nadie pagaría la entrada para tener además que comprarles un libro, como si te cobraran la entrada a un centro comercial.
Igualar los mercados o proteger a las casas editoras nacionales estimulándolas, visibilizándolas, ofrecerles garantías y apoyos para que el sector crezca. Si España extrae de Colombia 412 millones de Euros en venta de libros al año, y compra, también al año, 11 millones, entonces hay asimetría, y la supremacía y el monopolio de quienes manejan el negocio de libros queda en evidencia.
El mercado del libro colombiano aun pertenece al mercado español. Si el alto costo de los libros que compramos en Colombia se debe a impuestos de importación porque vienen de España (otro porcentaje viene de Argentina y México) la única forma de hacerlos accesibles al bolsillo del colombiano medio es reducir el impuesto para reducir el precio. Si aun así siguen siendo caros y las grandes editoras no están interesadas en reducir sus ganancias para abracar un mercado incrementando en el número de lectores, entonces no necesitamos su morralla, sino el estímulo interno a la precaria industria nacional.
Hay otras variables que cuestionan una oferta de libros de este tamaño: ¿cómo crear lectores críticos? El Estado no puede seguir formando lectores para obedecer. Sus planes nacionales de lectura han fracasado porque se enfocan en el surtido de libros de las bibliotecas públicas (adquiridos mediante licitaciones que acaparan organizaciones que se las apañan para canalizar la venta de textos: ¿cuánto vale un pedido para surtir las bibliotecas nacionales?), pero no hay enfoque en la pedagogía ni en la creatividad ni en el porvenir que será digital. Los colegios no enseñan a leer bien (críticamente). Leer bien es una integración de totalidades de sentido (sigo a Gabriel Zaid). Se empieza con una palabra, se pasa por una frase y se llega a un párrafo. De ahí a alcanzar la totalidad de un libro hay una zona de grises que nadie, ni los profesores, ni los padres, ni los promotores, ni las empresas de surtidos de libros, han podido difuminar. Además, ante el paradigma digital -las nuevas tecnologías de la información- lo que está en crisis no es el libro, sino la forma tradicional de la edición. Y está en crisis, entre otras cosas, porque los libros producen altas rentas a todos menos a los que los escriben. Como el problema del escritor en pocos años no será Gutenberg -encontrar editor- la cadena de valor se debe replantear hoy. Lo paradójico es que, mientras en el mundo el debate se sitúa en defensa de una circulación libre de la cultura y un acortamiento de los plazos del dominio público y el derecho de los usuarios a compartir y transformar la producción intelectual en nuevo intelecto, en Colombia el gobierno expande los plazos del dominio público y aprueba leyes para la criminalización de los usuarios de la web -un país con la mitad de sus habitantes menores de 35 años- directrices que provienen directamente de Estados Unidos, pero que influirá en el anquilosamiento de la edición. Si no se vincula la lectura a los consumos mediáticos, si no se cubre el acceso a la red en todo el territorio, si no se tiene en cuenta que el cambio de paradigma será drástico, todo lo que se invierte en promoción de lectura quedará obsolescente.
De otro lado el modelo de industria es atroz y parece negarse a la transformación (tal vez porque se ha ganado mucho dinero con ese dinosaurio). A las editoriales y las distribuidoras y los agentes literarios sólo les interesa mantener vivos los canales de ventas: acaparar élites con poder adquisitivo, librerías de gran plataforma, explotación de la imagen de los escritores (marketing), ventas por saturación de novedades, prolongación de las restricciones de difusión y control sobre el dominio de los derechos de autor. A lo que hay que añadir que los autores están más interesados por publicar que por leer. Jacobo Fitz-James Stuart, conde de Siruela, fundador de la editorial que lleva su apellido (y ahora dueño de la editorial Atalanta que, oh sorpresa, editó a Gómez Dávila) acuñó éste término: “ecología libresca”. Entendida como un patrón de selección de los libros que en teoría debe tener como ética un editor, simplemente porque hay demasiados, porque el flujo de libros resulta incompatible con la brevedad de la vida, porque superan la capacidad de lectura de cualquier ser humano, porque contaminan, porque hacen inútil todo intento por leerlos. Una ética del editor, debería exigirse. Parece que pocos editores comparten esta ética.
Así van las cosas en otras ferias:
Editoriales pulpo fagocitan a editoras independientes (Planeta compra Tusquets)
Feria del libro en Londres: objetivo China
Feria del libro de Valencia ajusta el cinturón
Foto: Stand de una editorial colombiana. Filbo 2012 por S.B.
Stanislaus Bhor* Blogger invitado http://www.unahogueraparaqueardagoya.blogspot.com/